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Angela Sánchez
Novela.
Angela Sánchez
Escribir acerca de una historia real. Armar con palabras la suerte dolorosa de aquellos que la
sufrieron en carne y hueso pareciera, a veces, una actitud conmovedora por parte de un escritor.
Imaginemos un escritor flaco que fuma y escribe de noche, con un vaso de vino al alcance de la
mano, camisa aporreada de lavados y vaquero, durante el proceso creativo. La ilusión de publicar
su obra y tal vez ganar algún dinero, ser merecedor de algún reportaje o de una invitación para
Podría ser el autor de esta historia, pero no lo es. Es mujer y con muchas menos ambiciones
que le dan el pertenecer a su género, escribir, tecleando de a ratos, en un país donde es difícil
encontrar agentes literarios y mucho menos editoriales que le hagan un contrato por leer sus
novelas de “entrecasa”, todo un sueño americano, novelas de “ruleros”, dice un amigo suyo,
El problema está en no saber discernir si las historias reales son más comerciales que la
ficción. O si las ideas que se tienen son buenas y la compaginación mala. Las ideas suelen
matarse en un relato mal escrito. Lo más probable es que tenga que pagar unos cuantos pesos si
decide publicar.
También es cierto que armar una historia, y la historia de un crimen pasional más aún, se
precisa de una causa generadora del efecto largo e intrincado. Pero siempre de una causa
el jarrón de porcelana de la sala, jarrón que da a la altura del hombro de la pariente entremetida,
quien antes de salir y después de haber besado a todo el mundo, gesticula por última vez por
haberse olvidado de dejar saludos para el sobrino que está de viajes de estudio, gira sobre sus
talones, antes de encarar la puerta y derriba al suelo el jarrón, de puro bruta, quedándose
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mirando como se hace añicos y desbrava el secreto de una traición o esa escopeta de caza que
nunca dio en blanco móvil, cuyo bautismo de fuego fue acertar en latas en equilibrio sobre el
tronco caído del descampado, comprada para prevención de asaltos a la vivienda, descargada,
pero con cierta bala en la recámara, munición que un día penetra en el pecho de la esposa
mientras su cónyuge afirma que fue accidente ocurrido mientras ella limpiaba un placard. O
aquella blusa de seda caqui amarillo, adquirida en el negocio en que trabaja la chica nueva que
casualmente conoce a la esposa del cliente y le cuenta del regalo elegido por su marido en el día
repartición, contando a los cuatro vientos haberla recibido de su reciente amante, la misma
seguir luciendo.
Todas situaciones que son insospechados hallazgos tardíos cuando han culminado la
conmoción y el olvido que las suceden, apenas caracolas muertas y vacías encontradas en la
resaca, que en cada noche de pleamar recurrente, deposita el agua de la memoria en la orilla
arenosa de las jornadas diarias. Actos inocentes que como pelota en fuga alocada de las manos
del niño que juega en la esquina “algo” sin mayor importancia hasta ese momento nos hará
darnos cuenta, algo se desprende del árbol bajo el que refugiamos nuestro ser y nos golpea en la
amor es atracción y recíproca cuando se establece entre el ejecutor y su víctima. Sólo habría que
comprender que las víctimas en potencia tienen una personalidad muy definida que para
permitirnos su identificación “a priori” basta con que recordar que son seres cuya naturaleza
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vulnerable les dificulta cualquier movimiento de autodefensa e incitan, por el contrario, al que
los observa, al crimen como única solución. Porque el subconsciente de dichos seres condiciona
su futuro, eligiendo entre todas las posibilidades que se les ofrecen una sola, la más acorde con
la naturaleza de alguien delicado y acosado, distinto y desnudo, un ser cuya esencia todos o casi
antemano: morir. Y así suceden las cosas porque sólo una fatalidad deseada puede truncar
nuestra existencia, y esa fatalidad es hija del miedo a la soledad, al infortunio, al fracaso, al
menosprecio. El miedo como auténtico azote, la verdadera epidemia, tan contagioso, que una
persona, una comunidad, todo un país pueden metamorfosearse en una víctima adecuada,
bastaría para ello con que se dejaran fascinar por él, por su dócil atractivo, entonces tendríamos
la fotografía de un homicidio que no se ha cometido aún, supuesto, pero con elementos reales,
un hecho que puede llegar a producirse si no se ha producido ya. Para eso la fatalidad tiene el
don de predecir y la dicha aparece siempre como fruto del azar que es preciso agradecer a la
espejismo; una vez que hemos pasado por el lugar, la imagen se desvanece y volvemos a la
hostilidad del campo abierto, de la carretera con varios rumbos, de la planicie sin señales
orientadoras.
Detengámonos en esta afirmación “es predecible” y preguntémonos, si lo es, ¿que hay para
que pueda eludirse? ¿O acaso deberíamos pensar más en destinos auto construidos, en caminos
“Sé lo que espera la gente cuando viene a verme” me dijo una vez la adivina consultada “un
milagro, a veces se diría que lo consigo aunque son los propios consultantes quienes lo realizan, es
parte de mi oficio ayudarlos a creer que soy yo la hacedora de esos milagros porque ellos no
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perciben ciertas sutilezas, por ejemplo, cuando hay que operar sobre cosas reales es más fácil,
dinero, trabajo, salud, todo perteneciente al futuro tan incierto para ellos como para mi misma, pero
Permitámonos imaginar, de aquí en adelante, su evocación “Hubo una vez una mujer que me
visitó, hace un tiempo, era la típica “buscadora de milagros”, poco agraciada por la belleza pero con
buen cuerpo, muy arreglada, enfermera profesional y pisando los treinta años con la persistente
consulta de las mujeres jóvenes, el hombre por el que se sentía atraída era casado, ella estaba loca
por él y se empeñaba en que abandonara esposa e hijos. Le dije lo que veía en las cartas, ese
Supongamos que tras estas palabras la vidente sostiene el tono profesional y experimentado
y continua “¡Estas mujeres! Se resisten a las derrotas sentimentales, las pueden pero no las quieren
entender. Quisieran exhibirse al lado de un marido como quien estrena traje nuevo para poder
comentar cuánto lo pagaron, que fue hecho a medida y que definitivamente lo conservarán toda la
vida, convencidas de que en sus manos estará mejor que con cualquier otra y que cuando llegue el
hastío del desamor aun no lo cederán a nadie, hasta que una conocida ande luciendo otro, entonces
que a la convicción ética. Pero veamos qué más tiene para decirnos.
“Le advertí que mientras no intentara cambiar la vida que él llevaba lo iba a tener para
siempre, la carta que apareció le favorecía. Me pidió una “atadura” y no se la hice, ya verá el
motivo. Le di las hierbas para su baño personal y la instruí sobre la importancia del baño con agua
cae en un estado de turbación, como si intentara subir desde allí hasta traspasar bordes de mayor
claridad y profecía y volveremos a escuchar “Sé que no he sido bendecida con facultades milagrosas
pero mi intuición es fina. Le pregunté si había traído algún objeto que fuera del hombre y se alegró
muchísimo cuando me presentó casi orgullosa una foto, había ido bien preparada, nada menos que
una foto. Cerré los ojos, recé una oración para obtener la ayuda de la videncia y toqué el rostro
grabado en la fotografía. Al tantear los ojos sentí como si se me mojaran los dedos, tacto húmedo
de lágrimas, busqué agua bendita, llené el vaso y lo coloqué frente a la imagen del Sagrado Corazón,
junto a la vela. En el agua apareció el reflejo de la cara del hombre y la vela se apagó. Entonces
pregunté ¿Usted dice que lo quiere? Lo hice con toda mi autoridad. “tiene que advertirle que le
espera una desdicha muy grande, que se cuide de traiciones y accidentes con armas de fuego”
Nuestra consultada ahora echa hacia atrás la cabeza de canosa cabellera atada en una cola
de caballo sobre la nuca, peinado que resalta las pequeñas argollas de oro en las orejas, el rostro no
tiene maquillaje y los labios pintados al descuido de rojo, recoge las manos sobre el vientre, devota
y contenida,
“Le regalé a la enfermera una estampita bendecida de San Miguel con una cinta roja, para
que la acompañara y protegiera. Vaya a saber si le habrá dicho, a veces no se animan a confesar
que han ido a ver una “bruja”. Noté sorpresa y temor en sus ojos que le duró hasta levantarse y
sacar el dinero del bolso para pagarme la consulta. Tenía una cara... como si hubiera estado
Es admirable esa capacidad descriptiva de nuestra bruja ¿no les parece? ¿No tendrá ella
mayor talento para la literatura oral? ¿no nos dan ganas de consultarla ya sobre nuestros futuros, si
Aunque esa especie de arrogancia profesional con que afirma la autenticidad de su saber se
vea empañada por la queja que deja escapar, un desencanto al que asistimos desprevenidos “Para
qué las brujas, si la gente tiene un destino y es difícil torcerlo. Yo prevengo sobre alegrías y
dificultades por igual, pero lo que se les fija a la gente en el recuerdo son los malos augurios, nunca
los regocijos. Debería cobrar más caro por los buenos preavisos, estoy segura de que por el precio
los recordarían. Pero no estoy aquí para hacerme problemas ni enredarme en sus laberintos
sentimentales, soy como los médicos trato de remediar o por lo menos de conservar la vida sin que
me tiemble el pulso”
La vidente deja, así, sus impresiones primeras y últimas en nuestros oídos pero a nuestra
“Sé lo que espera la gente cuando viene a verme” le dijo la adivina “un milagro, pero sin la
ayuda de ustedes no siempre se consigue aunque existe la esperanza y la fe, hay que tener mucha fe
y esperanza porque en las cosas del amor no estamos solos, no podemos cambiarle la vida al ser
amado, a veces es mejor dejarles la libertad de elegir sin atarlos a nuestros caprichos, eso si uno lo
quiere de verdad”
estuviera allí, en el mismo lugar que Mabel, rodeando la mesa en la habitación plagada de estampas
de santos, velas, floreros con margaritas y alguna que otra rosa, esas de jardín de casa. Luego
preguntó ¿Trajo algo de él? ¿Un objeto que le pertenezca, una corbata, un pañuelo? Y Mabel le
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extendió la foto para que la mujer la examinara y la palpara con las puntas de los dedos, dedos un
tanto crispados por los años y el trabajo hogareño, maltratados por jabones y detergentes. En ese
momento la puerta de la habitación se abrió levemente y una de las velas se apagó “¿Usted dice que
lo quiere?” confirmó la vidente “si hace lo que le digo todo va a salir bien, tiene que advertirle que
“Nadie te va a amar como yo, sin importar la vida ni la muerte” confirmó Mabel a Alberto sin
siquiera detenerse a contarle lo de la bruja, ¿para qué?, la vieja le había asegurado que hay que
“Nadie te va a amar como yo, sin importar la vida ni la muerte”, la gente dice que estas
cosas, estos sentimientos son tema de novelas porque en la realidad el amor no existe. Qué sabe la
gente. Si leyeran la página policial de los diarios con más detenimiento se darían cuenta de cuánto
se reiteran, días tras días, las historias de amor. Las crónicas que relatan muertes inducidas por la
pasión se repiten a nuestro alrededor diariamente y somos testigos fortuitos de sus actores cuando
pasamos al lado de quien pueda ser la próxima victima o victimario en los puestos del mercado, al
regreso de la escuela o en la esquina del trabajo. Lo bueno sería intuir esas pasiones, olfatear el
perfume viscoso de una gran historia de amor entre las zanahorias y las lechugas, entre los
Cualquiera de nosotros puede haber leído muchos o pocos libros pero siempre encuentra en
ellos, sea como la historia más relevante, sea en historias de personajes periféricos, la pasión y el
drama amorosos. Tramas sencillas con desenlaces inesperados: una mujer casada, de apellido
francés, que vive en un pueblo al que odia y que tiene dos amantes sin que el marido, un dentista
distraído lo sepa, los amantes a su vez la traicionan y ella termina por suicidarse. Puede resultar en
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una buena novela, puede llegar a sombrarnos. O aquella mujer de barrio pobre, ella, el barrio y el
marido técnico en heladeras, ama de casa, pasa los días mirando telenovelas y pensando en
pavadas. Su primer amante es un viejo que la ayuda con unos pesos porque el marido tiene vicio de
hombre rico y gasta su sueldo en el juego, así que a veces ella no tiene ni para esmalte de uñas,
suerte que una amiga le regala un par de zapatos usados y una colonia pero que no alcanzan para
evitar que el viejo termine acostándose con una prima suya tan pobre cuanto ella. El segundo es un
tipo con un auto bárbaro del que le advierten “te va a dejar pronto”, y así es, lo sorprende en un
baile acompañado por otra mujer, más joven y linda que ella, en fin, la mujer no se suicida pero cae
en depresión, bebe a escondidas, descuida los hijos y no sale a la puerta de calle durante meses.
Otra historia podría ocurrir en la villa miseria que queda cruzando el descampado, frente al
barrio donde nos criamos. Casi igual a la de Romeo y Julieta, dos familias enfrentadas. La diferencia
sería que al novio, no se sabe cuál de los propios parientes lo mata, por intentar defender a la novia.
es preso. Ella se vuelve loca, va a parar a un asilo del estado y al tiempo muere. En la villa mientras
‘El hombre que yo amo’, fue el primer tema que bailamos, en inglés era interpretada por
Billie Holliday, ya en el club, por un grupo de jóvenes que vestía traje negro con solapa de raso,
cabellos engominados y zapatos lustrados al punto de doler los ojos cuando las luces se posaban
sobre ellos. Yo seguía la moda de la cintura de avispa y pollera amplia, escote bajo y zapatos taco
aguja. Tan femenina. Todo comprado con mi sueldo para lucirlo cuando salía con él. En aquel tiempo
ya no esperaba encontrar un hombre así. Creía que me iba a hacer vieja sin ‘un hombre como los de
antes’, mis intimidades con varones habían sido con compañeros de trabajo y hasta con los propios
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médicos, directamente en los consultorios, caricias y besos rápidos sobre las camillas, entre frascos
de anestesia y potes con gasa o en las escapadas a moteles de luz roja y colchas de nylon. Nunca
olvidaré aquella noche. El club a media luz, los mozos ofreciendo cigarrillos, fósforos y pastillas de
Alberto apurándose por dentro en sus pulsaciones y en su respiración, y luego por fuera, en
la marcha de la moto, dejando que el perfume femenino fuera extinguiéndose con el viento, para
regresar al hogar sin manchas de rouge en la solapa. Dio algunos cuantos rodeos para no pasar por
“Cuando entré, encontré la casita extraña, como si fuera ella la que hubiera cambiado.
Durante esa noche me desperté dos veces, la pesadilla me molestaba, un cafisho gordo baleaba a
una de las camareras del club que era su mujer y pupila pero también amante del saxofonista de la
orquesta, el del jopo. Al despertarme cada vez, miraba la imagen de la Virgen y me santiguaba por si
fuera que se tratara de un mal aviso, a veces la mente tiene esas cosas. Volví a dormirme y la
orquesta proseguía con El hombre que yo amo, pero la música sonaba más hermosa aún, como en
una caja acústica celestial. A la mañana apagué el despertador nerviosa, con la sensación de
haberme quedado dormida, pero no era así porque yo misma estaba deteniendo la campanilla, salté
de la cama y me miré al espejo, tenía ojeras, pero también un brillo en los ojos que no me lo veía
Mabel había alquilado una casa pequeña frente a la fábrica de donde veía salir de un primer
y segundo turnos de trabajo a hombres cansados de encierro y monotonía. Los operarios daban la
impresión, cada día, de ser recién nacidos de piel opaca, como expulsados de aquel vientre de
cemento que era la construcción del edificio. Entre ellos vio a uno que le llamó la atención, tal vez
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porque parecía menos cansado que los demás, tal vez porque irradiaba una luminosidad diferente
acorde a lo que ella ansiaba encontrar en un hombre. Cosas de la soledad o del deseo según se
prefiera, ella prefirió confiar en la fuerza del deseo. Y eso fue lo que la animó, después de veintiún
Supo que Alberto era casado con unión legitimada, desde la primera cita, y también que era
hombre de sumar, desde antes de su matrimonio tenía una amante, Elba. Elbita, así la nombraba,
una mujer para los buenos recuerdos, de clase aristocrática, criada entre lujos de provincia,
protegida en su propia hermosura, siete años mayor que Alberto, ella lo apreciaba mucho y le era
incondicional cuando necesitaba de su dinero, aún después de casado. Alberto por el contrario
trabajaba desde los quince años y era calificado en el oficio de tornear piezas de acero.
Mabel supo todo de su propia boca, teniendo que controlar sus emociones a la hora de
conformarse, durante meses, con comidas rápidas y préstamos de placer que no saciaban su
hambre de cariño y la empujaban cada vez más a intensificar los términos de su pasión “Nadie te va
a amar como yo”, y así se lo dijo a Alberto, que no comprendía nada que fuera restar, que no iba a
divorciarse de Isabel, pero Mabel insistía repitiéndolo como si eso sumara. Lo dijo durante meses
Alberto le insistiera en lo que nunca le había mentido, que no iba a perder a su esposa ni a sus hijos,
que se lo había aclarado desde el principio, y que así como estaban en los horarios de encuentro y
los lugares robados, valía la entrega de ambos, valía el esfuerzo, algo parecido a cuando era niña,
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tenía un vestido hermoso, color rosa, que su mamá había elegido, “rosita”, tan lindo como para ir a
tomar helado pero en su casa no había plata para comer un helado todos los días del verano. Era
precioso el vestido, se lo envidiaban, pena que ella no lo quería, porque no tenía helados y
tampoco, cuando lo vestía, la dejaban andar en bicicleta. Nunca se lo dijo a su madre porque la
desagradecida. De verdad era un muy lindo vestido pero para qué le servía un vestido tan fino, con
lazos de terciopelo rosados y florcitas de seda blancas y celestes en ramillete sobre el nudo del
moño. En todo caso prefería el azul de algodón porque era más fácil de lavar y con ése la dejaban
Feliz época aquella cuando oía el traqueteo de la máquina, el canto de las cigarras en el calor
y el olor a fritura de las milanesas. Era lo que más le gustaba comer. Escuchar desde el cuarto en el
fondo de la casa lo que hacían su madre y su abuela mientras ella realizaba en secreto un vestido,
cosido a mano, con aguja e hilo robado, para la muñeca grande regalo de cumpleaños anterior.
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Alberto pensó en invitarla a tomar algo a Mabel aquella noche, para pasar un buen rato y
por no pasar de poco caballero incapaz de arriesgar una invitación, después vendría la promesa de
buscarla cuando tuviera un tiempo o en realidad cuando le sobrara, claro que esto no lo expresaría
en voz alta, una propuesta sin compromiso explícito como tantas de las que hacemos diariamente.
Tomarían otras copas y sin demorar demasiado realizarían la inevitable escapada al motel que, por
supuesto, seria el objetivo final. ‘Sí, Alberto’ consentiría Mabel, ‘Sí, Alberto, tomamos algo y vamos,
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dicen. El asunto es que nunca se advierte, cuando estamos tan a gusto, que el tiempo corre tan
rápido y la hora en que nuestro proponente había avisado el regreso a su casa pareció adelantarse,
como siempre sucede. Al despedirse, él aún tenía la garganta apretada de palabras, las mandíbulas
distendidas de reír y la boca impotente de ganas de besarla. Tuvo que volver sin haber completado
el objetivo básico por haberse quedado apenas en la táctica, de manera que debió convenir una
nueva cita. La excusa ante su esposa por la tardanza fue de olvido rápido.
Como veníamos diciendo, la nueva invitación a Mabel fue para encontrarse dos noches
después, el jueves, día pautado entre el matrimonio para que el marido fuera al club, esos días él
llevaba la moto. ‘¿A bailar? ¡Claro Alberto!’. Se le iluminó la cara. Y el lugar elegido y conocido por
ambos fue discreto, bastante barato, romántico, hasta a Elba le habría gustado, ella, tan exquisita.
La recogió en una esquina por los alrededores del centro; Mabel lo esperaba fumando. Ya
llegados al club bailable y en determinado momento, cuando se acercaron a las luces del escenario,
Alberto hizo un reconocimiento primitivo, observó que la edad de su acompañante era mayor de lo
que le había parecido en un principio, pisaba los treinta seguro pero tenía cuerpo de mujer más
joven.
Tomaron un Cuba libre, trago recomendado en la época. Los cubanos estaban de moda, por
A la mitad de la copa la sacó a bailar, calculando que la orquesta tocaría el tema indicado para la
seducción, “el hombre que yo amo”. El programa musical seguía casi siempre la misma secuencia,
como la línea de producción en una fábrica. Esas notas sonaban como “lloviznas de terciopelo de
saxo con gotas de agua de piano” decía el loco Pepito, y también que “parecían arrastradas por la
escobilla sobre el platillo de la batería, hasta que el solo de trompeta exacerbaba lágrimas de
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melancolía que sólo pueden consolarse con un beso profundo en la plenitud de los cuerpos
Lo cierto es que en el vaivén la pareja logró una coordinación perfecta deducimos que varias
veces ensayada, entre progresión de caricias y tiempos musicales. Pero esta vez, al terminar la
melodía, Alberto sintió que la interrupción lo dejó huérfano, como si un arrullo de cuna se hubiera
detenido y la nodriza que cuidara su sueño ya no estuviera, tal vez aunque no la vio claramente, la
sombra de su esposa pasó un instante. Le costó esfuerzo reintentar la importancia de estar allí,
Mientras el cantante del grupo musical agradecía los aplausos y la banda se echaba un
hombre dejó enlazado su brazo en la cintura de Mabel y ella arqueando el tórax llegó a rozarle con
el pezón debajo de la axila. A la mitad del cigarrillo se inició un bolero a la mexicana, que no tiene
mayor importancia individualizar ahora, lo que sí diremos es que ya no fue bailar, echaron al suelo
el resto de cigarrillos sin la menor delicadeza y se dejaron mecer abrazados provocándose a abrirse,
“abrime tu boca, Mabel” “abrime mis pasajes, Alberto”. En algún momento la barca de la voluntad
contenida encalló, se detuvo el reloj y la pareja, ya de pie, apuró el resto de bebida del vaso, Mabel
Manejó despacio porque sentía la moto más liviana, esas cosas del alcohol. Frenó enfrente al
hotelito cercano a la estación de trenes, donde lo conocían como cliente pero esa noche pidió una
habitación especial, dos whiskys y helado de crema. Esta amante los valía.
Narrador
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Angela Sánchez
El amor, el amor. Si alguien hubiera intentado convencerlo de que una mujer puede adquirir
fuerza de tigre en su voluntad pasional. Que puede ser Miriam en su obediencia y bacante en su
locura, que de los labios pintados pueden surgir lenguas opresivas capaces de remover con sus
salivas recuerdos y hábitos, que las discretas adúlteras, las confiables amantes ocultas son tanto
religiosas mártires cuanto paganas febriles y que un día se suben al trono, confiando en que el papel
de reinas destronadas nunca llegue, hubiera sido, llegado el momento, quejoso y aburrido, triste
El papel del amor en las historias, hay que detenerse en él, como ahora para esta historia
que se intenta construir. Sin olvidar cada detalle que permita al escritor armar vidas y ejecutarle sus
El amor es como el papel, los roedores y el fuego lo consumen, aún aquellas lujosas páginas
de fibra de arroz fileteadas de oro que huelen a perfume. Aún los que contienen promesas de
eternidad.
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Mabel tenía la costumbre de masajearse con crema antiarrugas cada noche. Cada noche el
mismo ritual, desde el cuello hasta los pómulos, siempre cuidando de colocar bien las yemas de los
dedos, desde la mitad del párpado inferior hacia el lagrimal y desde la mitad del párpado superior
hacia el extremo exterior de la ceja; por último, desde el centro de la frente hacia las sienes. Y
vuelve a hacer los mismos recorridos, desde la base del cuello a la barbilla, del mentón a la
comisura de los labios, de los costados de la nariz hasta los pómulos. Después de bañarse
comienzan los masajes en los pies, los tobillos, las piernas hasta el vientre; los pechos, desde la axila
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hacia el pezón, siempre sentada en el borde de la cama. Después, hora del cabello, con el cepillo de
cerdas finas lleva el pelo desde el temporal hacia la nuca, desde atrás de la oreja derecha hacia el
hombro izquierdo, desde la nuca, sobre la frente; desde la oreja izquierda, al hombro derecho en
movimientos acompasados, sensuales para que el cabello se vigorice y brille como oro porque
desde hace un año Mabel está rubia. Y habiendo cumplido treinta años, la mayoría de edad social
para la mujer de aquella época todavía era soltera y solitaria. Su separación de la familia fue un
gesto realizado con la misma precisión con que desprende vendajes y cintas adhesivas en los
enfermos. Alquiló la modesta casa en un barrio de trabajadores, frente a una de aquellas fábricas de
motos surgidas en el país industrial de la década anterior. Ha de imaginarse uno que la posibilidad
de trabajar, la atmósfera libertaria de los años sesenta le dieron a esta mujer de belleza asimétrica
pero sólida, arrogante y disciplinada, las ganas de intentar una vida a su manera.
Cada tarde, al regreso del hospital, descansaba en un sillón corriendo páginas de revistas de
fotonovelas y espectáculos. A veces se quedaba dormida con una revista entre las manos y soñaba
con algo relacionado a lo que acababa de leer. Más tarde, después de la corta siesta a deshora,
escuchaba la radio tomando mate sin olvidarse y casi, mecánicamente, de mirar por la ventana a los
obreros que entraban o salían de la fábrica. Y así fue como a las pocas semanas de vivir allí, vio salir
Elba tenía otros menesteres. Era del tipo de las que están convencidas de que del largo de
las uñas deriva el estilo de las manos. Uñas bien cortas en manos cansadas, semi largas en manos
dulces, muy largas y rectangulares en las agresivas, largas y anguladas en las sensuales, ovales en las
amistosas.
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Otra cuestión importante para ella era la pulcritud de los zapatos, detalle determinante para
identificar la sicología de una mujer, no obstante sepamos que la pobreza va hurtando detalles al
apariencia de una persona se quiebra como plástico requemado y la textura se torna agreste.
Entonces puede que aquella vieja pollera reformada se combine con la blusa de tela barata, la
cartera de color claro se tiña de marrón con ungüento barato para cuero y así combinarla con los
zapatos de liquidación.
Elba después del desastre se permitió, como única solución debido al costo de una prenda
nueva, teñir el tapado rojo porque estaba desgastado y de ese modo pudo seguir usándolo por
“A lo que jamás pude renunciar es a los perfumes y nunca usaré un perfume barato, antes
prefiero el agua de colonia, como las abuelas. Las joyas fue menos doloroso perderlas, esas piedras
parecen tener alguna propiedad vital a pesar de que proceden del mundo mineral. Cuando se las
estrena parece que uno toma posesión de algo que la pulsera o el collar transmiten, una especie de
halo energético, una carga eléctrica de seducción. He conservado algunas pocas joyas como cuño de
clase, las otras desentonarían con mi vestuario actual, si así lo puedo llamar”
La gargantilla y los aros que luce en el retrato fueron obsequio de su marido para un
aniversario. El pintor estuvo de acuerdo con ella en que acentuaban la distinción, aún más con el
traje de seda verde agua. El cortinado pintado de fondo era realmente el de su casa, terciopelo
bordeaux, y la jarra de plata sobre la mesita de caoba es la que ahora duerme sobre el único
armario que sobrevivió. El retratista realizó un buen trabajo, sin embargo, se notan en los labios
unos trazos de soledad tal vez debido al color verde de la seda que desprende sombras de otoño a
su alrededor o al tono oscuro de las cortinas haya difundido un polvillo de negrura, así los labios
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pudieron haber sido receptáculo de la opacidad. Los ojos eran diferentes, sostenían orgullo y la
nariz, reflejaba actitud de nobleza. De cualquier manera podía haberle faltado destreza al artista a
la hora de reflejarla.
“Haber dejado mi casa en manos de sirvientes aficionados aunque bien pagados fue una
manera de no volverme yo misma un objeto. ¡Me ha costado tanto conservar una ínfima parte de
mis posesiones! Ya Isabel es de las que se quedan en la casa cumpliendo su oficio de esposa,
transitando sillas de la cocina al comedor, dirigiendo veladas de tazas que bailan en el agua sus
rutinas. Coordinando todo el arte ritual de los vestuarios de las camas, las mesas, las paredes.
Organizando los cubiertos viejos de uso, la hora del agua caliente de la tetera, el punto justo del
aceite para las frituras. Toda la orquesta familiar que no es poco cuando cada quien ataca con el
vacío de sus estómagos y la agitación de sus pretensiones. Para mi Alberto tiene otra mujer, estoy
Para Alberto, Mabel era una piel perfumada pero con olor propio, olor a Mabel y Elba, le
parecía ser ella misma el frasco de perfume. En ese punto estaba la diferencia entre las dos porque
Él se dio cuenta del disimulo con que actuaba al provocar el encuentro, nadie puede ocultar,
como en estos casos, que estaba preparado de antemano. Parecía ir distraída a cruzar la calle en el
momento en que Alberto presionó el pedal de arranque y no tuvo más remedio que detenerse. Se
dio vuelta, fingiendo sacudirse la sorpresa de la presencia del hombre, con lo que no le quedó a éste
otra alternativa que saludarla con un tono que más parecía un piropo. La mujer respondió con la
quisiera alejarse de allí. Alberto repasó con la vista aquel cuerpo, de arriba a abajo, desde el cabello
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rubio hasta las sandalias blancas ¿por qué tienes esos ojos tan grandes Mabel? Para mirarte mejor
hombre de mis sueños. Aunque fue él quien se detuvo en los detalles, vestido ajustado a la cintura
con falda ancha, escote mediano, medias claras de seda, tacos altos. Todo enmarcado con un rótulo
que parecía decir “soy mujer y te gusto”. Mujeres. Dueñas de ardilosa sapiencia que saben todo
acerca de lo íntimo de un hombre desde la cuna, desde que dicen “papá”, haciendo que la ternura
les nazca desde quién sabe dónde y prosiguen con el esfuerzo futuro del trabajo para que a la nena
“no le falte nada” con el único propósito de resguardar esos momentos en que alzan sus bracitos al
Nada mejor se le ocurrió que preguntarle si era vecina del lugar o pasaba casualmente por
allí. Se quedaron conversando unos diez o quince minutos y acordaron tomar una copa juntos, a la
tarde siguiente. Entonces Alberto no fue en moto al trabajo, la discreción no fuera menospreciada.
Si tuvieran que trasladarse juntos lo harían en taxi. Isabel escuchó un pretexto, a simple vista
“Nadie te va a amar como yo” dijo Mabel y lo repitió siempre, en la cama, bailando,
bañándose juntos. A él le sonó a letra de bolero, a mentirita petulante como aderezo de los
mordiscos en la oreja y en el cuello. Y le contó que como vive frente al portón de salida de la fábrica
estuvo un mes espiando detrás de la ventana hasta que se animó a ir a su encuentro aquella tarde.
“Qué exagerada”, pensó Alberto, pero estaba convencido de que “a las mujeres hay que dejarlas
exagerar un poco”. Un mes es mucho tiempo. No. Depende. Isabel también espiaba detrás de la
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Por segunda vez Mabel entró al consultorio de la adivina, había ido a pedirle la ‘atadura’,
estaba lánguida como flor desgajada que busca su sombra de antaño, vertiginosa como agua en
“No hay que atar al amor, puede encabritarse”, dijo la mujer mayor “aunque el amor es un
don milagroso, resulta ser, en la mayoría de las veces, un caballo bronco que corta riendas y muerde
bozales; a él seguramente le gustás, pero todo hombre le tiene terror a la soledad, teme a los
ángulos vacíos de las habitaciones y a los fantasmas del abandono, dale tiempo, no es hombre de
Los ojos de Mabel demostraban que estaba sorda a los consejos de la adivina. Oscuros y de
brillo casi gelatinoso, ocultaban ansiedad y obstinación como las piedras ocultan sus parásitos. Las
manos incansables jugueteaban con el reloj, tal vez pretendía encontrar en el objeto un ritmo cuyo
sentido careciera de impaciencia para poder atravesar la atmósfera que la rodeaba hacia algún
“Dejá que el aliento de su alma venga a vos suavemente, que te reconozca como alma
gemela y cuando su corazón se desabroche sin miedo y sin dudas y te entregue su confianza, dejá
que repose sobre la palma de tu mano como un gorrión, no lo espantes con gestos bruscos, el
corazón del ser humano es muy asustadizo, todos somos así, vos estas segura de lo que querés pero
él aún no, y cada vez que hagan el amor te estará entregando un poquito más de su alma con la que
irás armando un nuevo ser en conjunto, un alma con dos fragmentos hasta que se consuma la unión
definitiva, luego lo que está armado en el plano espiritual nadie puede romperlo”
como una serpiente. Empujó el pelo hacia atrás con una mano y con la otra encendió el cigarrillo
Novela.
Angela Sánchez
que había estado apretando entre los labios sin fumar, miró al vacío como quien siente dificultad de
conformar un deseo.
“Cuidate del fuego que además de purificar, destruye todo, entibiá el nido entre tus piernas y
rocialo cada anochecer con agua azucarada para que él se sienta atraído”
La adivina le pidió entonces que la invitara con un cigarrillo y al extender la etiqueta la joven
la miró rápidamente con expresión de “no me ayudaste en nada”, metió la mano al bolsillo, tomó
un billete y lo dejó sobre la mesa, ni siquiera intentó acercárselo a la mano. Se disculpó por tareas
que aún tenía que realizar y que no le preemitirían acompañarla en los mates “lo dejamos para otro
día” dijo. La adivina supo que se iba con el mismo vacío con que llegara. Se encaminaron a la puerta,
delante iba Mabel, derramando sobre el suelo su silueta oscura cargada de corrupción que le
Después de verla marcharse, la adivina borró con agua bendita, infusión de ruda y vinagre
blanco las huellas de sus pisadas desde la puerta de la habitación hasta la puerta de entrada a la
casa. “no quiero que esa mujer deje toda su mala onda en mi jardín” pensó mientras rociaba la
vereda de lajas, “ya es suficiente con todos los que va a alcanzar con su oscuridad y tan altiva que
es. Nuuunca le voy a hacer la ‘atadura’, esta enfermera no entiende que la voluntad de los demás no
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Cuantas veces hemos escuchado, y casi nunca nos hemos convencido los que insistimos en
que el destino es algo que se traza a medida que se avanza, que el sino personal, y hay aquí otra
convicción popular, es como un equipaje que cargamos a sabiendas, parece abierto pero ante la
Novela.
Angela Sánchez
fatalidad se presenta cerrado, dándonos apenas signos de lo que habrá de ocurrir en forma de
presentimientos, ínfimas percepciones que manejamos con la maña de los que poco o nada
comprenden sobre un destino tallado por cierto poder sobrenatural. Somos sabihondos a la hora
de discutir pero inútiles a la hora de desempeñarnos como actores del porvenir hecho presente.
¿No será que habría que dar más crédito a aquellos avisos indicadores de perturbaciones futuras, o
como decía la adivina “Volvernos sobre nuestros pasos para que la sensatez modele nuestros actos y
Mabel saboreaba su amor como un caramelo deshaciéndose entre la lengua y los dientes, y
al contrario de lo que podemos pensar, eso le producía melancolía, exasperación. Ella pretendía la
embriaguez del alcohol hasta que le endureciera los músculos, la caída pesada sobre el cuerpo del
otro, las caricias espasmódicas, una renovación tan brutal como la de la serpiente en el cambio de
piel, a escondidas, raspando el cuerpo en las piedras para que ya nada quedara de la anterior
apariencia aunque eso la llevara a caminar por los bordes de su serenidad / refugio hasta entonces
consolidado.
como alforja que desenterraba del fondo del patio llena de limosnas benevolentes, y las limosnas,
todos sabemos, no traen dignidad al que las posee, apenas alcanzan, no siempre, para satisfacer
necesidades físicas; las del alma, ésas no se satisfacen, ésas pugnan por quitarnos la dignidad. Pero
ella rememoraba como el mendigo en la puerta de la iglesia segura de que, si por lo menos no le
dieran una monedas, obligaría a los transeúntes a caminar rápido por la culpa incontenible que les
causa su presencia.
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Angela Sánchez
Recordó a su madre, en aquella noche en que vino un amigo con la botella envuelta en papel
miga y Mabel tomó gaseosa cola. Después la niña se fue a dormir, engaño que convenció a la madre
ya que en el mismo instante en que la puerta del cuarto se cerró, Mabel saltó de la cama y se quedó
escuchando detrás de la puerta. Así pudo oír que la hija de la vecina había perdido la virginidad y
que la culpa era del morocho aquel al que siempre invitaban a la casa para oírlo tocar la guitarra. La
asustó que hablaran de sangre en la bombacha, de sangre que no era de menstruación, de no poder
más casarse, de que sólo la querrían para divertirse. Los adultos son tan trágicos con esas cosas, ‘no
quererla más’, como si tuviera alguna enfermedad contagiosa. Después escucharon el disco que le
había traído de regalo, lo pasaron unas cuantas veces. Antes de acostarse definitivamente Mabel
espió por la ventana y se detuvo, por primera vez, a contemplar el amanecer, esa hora en que el
aire se pinta de rojo-naranja y amarillo. Las plantas, la calle, las casas parecen emerger de otro
mundo como renacido por la luz. Y el jardín, era como verlo por primera vez, le gustó y ansió que su
vida fuera de ese modo, siempre amaneciendo en un jardín. En la sala quedaron su madre y el
amigo de ella bailando, las mejillas apoyadas en la del otro, él besándole el cuello y con el brazo
rodeando la cintura femenina, ella aplastando sus senos contra el cuerpo del varón.
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Todas las mañanas el despertador suena a las seis menos cuarto junto con la sirena de la
fábrica que anuncia la salida del turno noche. Es la hora exacta en que se abre la grieta que la trae
de regreso y de nada sirve la dócil objeción de querer permanecer en el mundo de los sueños
porque el reloj, servil al gobierno de la orden dada cada noche con el simple acto de destrabar una
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Angela Sánchez
clavija, no es de los que andan con rodeos al momento de obedecer, y aquí sería redundante decir
mecánicamente.
En los galpones enfrente sigue la melodía de las herramientas, de metales contra metales,
Mabel se ducha, se viste. Mientras se calienta el agua para el café, escucha las primeras
noticias del día, la locutora avisa que son las seis en punto, después toma el café, de pie, apoyada
en la mesada de la cocina, sin pan, sin galletas. Tiene suerte que en el hospital podrá reforzar su
alimentación con un desayuno más completo, a eso de media mañana, una vez que hayan sido
servidos a los enfermos. Lista para salir, apaga la radio, no hay ninguna noticia que le llame la
atención, la violencia es la de siempre, los discursos políticos prometen obras de bacheo, mejoras
en el transito, aumento salarial “cuando yo prometo algo, cumplo, espero que Graciela me lleve la
blusa que le pedí, ella es buena para las ventas y sueña con tener una tienda”.
“El torneo nacional esta casi a su fin y los equipos del interior...” mueve el dial hasta que el
clic le asegura que la radio ha sido apagada, si las noticias no le interesaron tanto, mucho menos los
resultados sobre fútbol, son las seis y cuarto, “como pasa la hora” levanta el bolso y el guardapolvo,
cuidando de que esté bien doblado para que no se arrugue, antes de salir toca los pies de la virgen
que está sobre la repisa y hace sobre su rostro la señal oblicua de una cruz, una mujer confiándose a
otra mujer, llena de fe, como si el mundo entero hubiera salido del útero de esa figura femenina
que mira un punto fijo hacia abajo con gesto de humildad, estigma con que ciertas religiones han
abrumado, desde tiempos ancestrales al sexo femenino, como si de eso dependiera su aceptación
en todas las sociedades, y especialmente de los hombres cuando deciden elegirlas para ser sus
esposas. Alguna vez leyó que en la antigüedad no era así, lo importante no era que la dama fuera
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Angela Sánchez
virgen, modesta y circunspecta, lo importante, le parece, es que una mujer pueda amarlo,
acompañarlo y darle sobre todo esas caricias que colmarán su cuerpo y sus bolsillos cuando se haya
ido en busca del sustento familiar, cuántos hombres en la fábrica, cruzando la calle, no se
jornada no estarán en los pasillos con las manos enfundadas en los huecos de sus pantalones
Lista para salir, habíamos dicho, cierra la puerta con dos vueltas de llave y corre hasta la
parada de ómnibus que está junto al portón de la fábrica, ese lugar de partida y de llegada para
Llega al hospital a las siete menos cuarto, marca tarjeta, se recoge el cabello, viste el
guardapolvo y la cofia, se pinta los labios, recoge la hoja con las informaciones diarias de la sala y se
presenta a la jefa de sección a las siete, debe ser rápida en estas acciones de lo contrario pronto
La blusa esperada no fue celeste, Graciela no había encontrado de ese color “en blanco sale
menos, me la pagás en dos veces, la telefonista me encargó un vestido estampado, ¿no querés
uno?”,”para qué, no tengo con quien lucirlo”dice, mientras mordisquea un pedacito de piel sobrante
del dedo, justo al lado de la uña pintada de ayer, “¿No tenés a nadie, Mabel?” “Digamos que no”
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Son las dos y media de la tarde cuando la enfermera vuelve a su casa, ya ha terminado el
turno matutino en la fábrica, plancha algunas prendas, algunas veces lava otras. La plancha va, ella
espía hacia la puerta de la fábrica, la plancha viene, se toma un mate, la plancha va, enciende la
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Angela Sánchez
radio, la plancha se queda empinada en el borde de la mesa, enfriándose “no voy a planchar todo,
hace calor”
Sentada en el sillón, junto a la ventana, hojea revistas, costumbre que tiene desde que era
una niña. En una publicación de espectáculos toca la imagen de la actriz y acompaña la línea de los
cabellos rojizos que le caen hasta los hombros, toca su propio cabello que va hasta el busto como si
quisiera untarse de alguna sustancia mágica que le diera a los suyos el brillo de la cabellera que ve
“Cuántos milenios tendrá este amor, este sentimiento que yo misma no alcanzo a comprender
plenamente, pero me he acostumbrado hasta tal punto a escuchar su galope dentro de mí que si
no lo oigo, cuando te veo y cuando no te veo, no creo que pueda mantenerme viva, en el lugar
Ahora acaricia la frente, la boca del hombre que acompaña a la actriz, sonríe como si ella
misma fuera cómplice de algún sentimiento entre los dos y aprueba que los amantes sean felices,
recrea en su mente la penumbra de una habitación donde se entregan al sexo inmoral de los que
disfrutan y que supone ser parte del lujo con que cuentan los artistas y los ricos, no que sea un
derroche exclusivo de ellos, los desventurados también se permiten la libertad de amar como
incivilizados, como sus padres, como los obreros, los médicos y las enfermeras, los enfermos, ésos
a los que les que trata el cuerpo, que baña y desinfecta, ella, que duerme en sueños sobre sábanas
sedosas “Esperar es morirse durante el tiempo de la espera, yo te esperé hasta el primer encuentro y
El sonido agudo del silbato la arranca del sillón de un salto, corre a la ventana y dibuja una
silueta sobre el vidrio, aunque mal delineados, los trazos son los de un hombre, ha calculado que
éste será el sitio exacto donde aparecerá la figura de Alberto del otro lado de la calle y cuando él
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Angela Sánchez
sale, apenas bastan dos pasos al costado para situarse donde pueda mirarlas de manera que ambas
coincidan. Alberto cabe en el dibujo que sus dedos hicieron, podría ser capaz de sentirse la diosa
que acaba de crear un nuevo ser, primero el espíritu donde luego hizo entrar el cuerpo. Lo mira
hasta que hace arrancar la moto, en el borde del asfalto, y abandona la silueta del fantoche del
vidrio que se queda sin carne. Hombre y moto perforan el aire de la tarde con tal brío que parece un
“Suena lindo cuando decís “esperame” , tus labios acarician la palabra y el beso la garantiza.,
pero después de un tiempo empieza a sonar a nada, a hueca. Promesa anunciada pero imprevisible
en el cumplimiento. Isabel espera tu retorno todos los días y durante su vida te cocina y cultiva a tus
hijos, te recita sus resfríos y el dolor de piernas cansadas. Elba espera durante las tardes y noches
acarameladas, te agasaja con almohadas para escucharte contar tus aventuras donde las lágrimas
no se recogen en ninguna copa de soledad, sólo el reloj tiene tu atención a la hora prevista, la aguja
te guiña avisando que sin demora debes despedirte. Nosotras, tus mujeres, hemos suspendido los
deseos en un péndulo quieto como el reloj de aquel edificio, siempre a las tres y cuarto, salimos de
Cuando él no está, Mabel es la mujer que hojea revistas en una fantasía solitaria,
haraganeando en un sillón como miembro de una secta de erotismo clandestino, hasta que las cinco
horas y media del encuentro en cada semana le permitan, comer, bailar, hacer el amor, morir,
¿No era mejor intentar parecerse un poco a su amiga Inés? La Inés de ahora que piensa
“Isolda, María Magdalena, Eloísa, Margarita Gautier, cómo es amplia la lista de mujeres que
renunciaron al amor, sin contar las innumerables desconocidas de la historia y la literatura, aquéllas
cuya popularidad no fue mayor que el trazado de su barrio, su familia o el círculo de amigos... ” Inés
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Angela Sánchez
escribe lo que piensa para intentar descifrar con alguna probabilidad el enigma que es Mabel, “...de
las desfavorecidas se forman legiones y de sus lágrimas se nutren raíces de civilizaciones, ellas
aportan fidelidad, lealtad y sacrificio”, y en esto ella tiene toda la razón, ¿podríamos imaginarnos a
Elena despidiendo por la puerta trasera del palacio a su amado Paris?, seguramente no, porque las
diosas y las mortales apasionadas admiten la indignidad, la traición, el crimen, pero jamás la
renuncia al amor.
Así está Inés, y entre escritura y recuerdos le viene a la mente aquella vez en que había
invitado a Mabel para que fueran a la velada en que bailaría su prima, función de la academia
donde las dos estudiaban “No puedo creer que estoy entrando a un Teatro” dijo Mabel, “No puedo
creer que haya convencido a mamá” pensó Inés, ya que la madre y maestra se había opuesto
sinceramente a no ser cuando Inés le expuso lo que ella misma pregonaba en sus clases, la igualdad
de derechos de los ciudadanos. Ya de la prima tuvo que escuchar un reproche “No entiendo a la tía
Lucía, no entiendo cómo te permite que invites a esa negrita a la función de fin de año de miiii
academia de danzas, ella que vaya pero si entra al camarín, ay no, me muero”
La alegría de Mabel duró semanas y las dos tuvieron asunto de conversación para otros
tantos días, que los trajes, que los movimientos, que los giros, que el aire de princesas de las
bailarinas.
Por esa época Inés era una niña de unos seis o siete años y Mabel tendría alrededor de
catorce pero ya demostraba su temperamento callado, no hablaba casi nunca a no ser con ella, es
que pasaban juntas algunas horas durante la semana mientras la joven cuidaba a la niña, como si
entre ambas fuera fácil tender una conexión más intima en algo de amistad. Ahora Inés lo entiende,
es que la pasión, la capacidad para vivirla, hermana a las personas por sobre cualquier diferencia
aparente. Para vivir pasiones son necesarias una debilidad y una fuerza especiales del espíritu, una
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Angela Sánchez
ceguera y una visión particulares. Las dos son capaces de eso. Tal vez todas las mujeres son capaces
de eso.
Hasta la madre de Inés, Lucía, cargaba en su historia debilidades y fuerzas para vivir pasiones
desde el mismo día en que se cruzó por primera vez con Tomás, que más tarde sería su marido y el
padre de Inés. La, más tarde maestra primaria, caminaba hacia la escuela, él llegaba para trabajar
en la ferretería que el padre de Lucía había abierto en el terreno vecino a la casa, separada del
negocio apenas por un patio. Tomás y su hermano eran buenos empleados, ganándose de a poco el
cariño del patrón al que, al decir del hombre, “Me ayudan bastante ya que la flebitis me impide
atender como antes”. Por eso, más de una vez, los llevaba a almorzar a la cocina de la casa de
familia, de manera que Lucía los vio, al regreso de la escuela, varias veces comiendo y conversando
con su padre, momentos en que se hacía evidente la falta de hijos varones en la familia.
Tomás era respetuoso, callado, sonriente, tenía los ojos tan verdes que parecían tallos
húmedos de plantas del bosque. Pocas veces se atrevía Lucía a mirarlo a los ojos porque le habían
enseñado que era fantasía enamorarse de alguien que no fuera de su misma clase social,
Con el diploma de maestra en su poder, ella aspiraba a casarse con un pretendiente que le
permitiera disfrutar de algunos provechos de la vida porque sus padres ya habían hecho suficientes
sacrificios en aquel pueblo del sur del país. Aspiraba a eso y suponía que así sería.
compañía cada vez más agradable, el verano los vio merendar bajo la parra del patio. La costumbre
la hizo sentir a Lucía que podía acercarse a Tomás, tocarle la cabeza y preguntarle si el jugo de
naranjas estaba rico, como lo hacía con los alumnos esforzados que poco requerían de sus
atenciones pero a los que les brindaba más simpatía, el acto la hizo darse cuenta de su imprudencia
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Angela Sánchez
y retroceder, sonrojarse ante la mirada boquiabierta de Tomás y recordar que los muchachos
estaban allí para trabajar y no para buscar afecto, y que la comida que les ofrecían era apenas un
ahorro en sus bolsillos. Después vinieron los reproches de su madre “No es correcto tanta
confianza, una señorita...” y aquí señorita tenía doble significación, la de doncella y la de maestra de
la escuela “no debe olvidarse nunca de su lugar de respeto”. Pero la delicia del verde de los ojos de
inconveniente de su actitud.
Después se casó con Tomás y fue su desgracia, como le había augurado su madre. Nació
Inés, abortó una vez, Tomás se fue, se reconciliaron dos veces más, en ambos casos quedó
embarazada, “Apenas podés atender a esa hija y cada día estás más distanciada de mí, además, tu
carrera docente, no, no más hijos” y la hizo abortar de nuevo. Después el hombre tomó su última
decisión y se fue definitivamente. La madre de Tomás vino a vivir con Lucía e Inés para ayudar a la
Más adelante vivió un largo amor que no confesó a nadie, M. era divorciado, pero no
convivió con él porque sería una vergüenza para su familia, especialmente para su madre que
amor imposible, los abortos, la madre fallecida, el presente del arrepentimiento por los pecados, las
plegarias a la virgen, e Inés a los cuidados de Mabel, para quien sus charlas con la niña eran uno de
Las dos sentadas en el umbral de la puerta de calle, Inés con una muñeca de trapo y en la
palma de la mano, una mandarina que pela con lentitud y echa las cáscaras en el cantero de árbol
de moras que ya ha hecho saltar las baldosas con sus raíces. Después come uno a uno los gajitos de
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Angela Sánchez
ámbar que le manchan la pollera de jugo y se limpia la boca y las manos con el ruedo de la prenda.
A pesar de todas las diferencias, una energía las une. Mabel quiere entenderlo y piensa que tal vez
sea ese respeto que siente por la pequeña porque presiente que esa niña sabe de otras cosas, claro
que los vecinos no lo entienden porque son adultos y ya están ajados en sus virtudes, entonces Inés
se vuelve para ella alguien amable, confiable a quien puede sin miedo hacerle sus preguntas “Yo no
sé nada de las palabras, Inés, me entra como un vacío cuando me dicen palabras, qué quieren decir,
“En mi casa sólo mi madre habla, mi papá cuando se va a dormir dice ‘tengo sueño’, cuando
cobra el sueldo le entrega el sobre a mi mamá, ella lo agarra y los ojos se le ponen secos, frunce los
labios, cuenta los billetes y pronuncia el mismo discurso todos los meses ‘Ni un peso de aumento, te
tienen de sonso, eso sí, y vos que no hacés nada, Julio, para que te aumenten, con esto cada vez
alcanza menos, y cuando te mueras, yo, como viuda, voy a cobrar una miseria de pensión’, saca
unos billetes y se guarda el resto en el corpiño, después me grita, Mabel, m’hijita, andá a comprar
“Sólo así veo siempre mi nombre, al principio de una orden, las otras palabras cambian de
lugar o de sentido, mi nombre no, mi nombre siempre está al comienzo de una orden”
Inés está casi por llorar, abraza la muñeca, retuerce el ruedo de la pollera, entonces Mabel
cambia de tema, entiende que la diferencia de edad es acentuada y acepta la distancia “Qué voy a
hacer, Inesita, mi vida está como ese cantito, planchá las camisas, negrita Mabel, lustrá los zapatos,
bonita Mabel, casate conmigo, querida Mabel... yo sabía que te iba a hacer reír, vení, te voy a
comprar un helado”
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Angela Sánchez
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Maria Isabel era la que había dejado de trabajar cuando se casó con Alberto. Dejó de
trabajar en la panadería del barrio en cuyo vecindario habían crecido tanto ella cuanto su marido.
Tres cuadras separaban sus casas paternas y allí también construyeron la que vistieron de hogar
Hacia atrás del barrio, donde estaba ahora la villa miseria se comentaba que había sido, en el
siglo anterior, un asentamiento de aborígenes rejuntados, que, una vez estos diezmados por el
trabajo esclavo y las enfermedades, sirvió de refugio a pobladores miserables. Así, creció y proliferó
la villa al tiempo en que en el barrio lindero se fueron desarrollando las instalaciones de pequeñas y
medianas fábricas, pero nunca se pudo borrar el prejuicio de que era un lugar de salvajes, y las
familias decentes no se animaron a intentar una convivencia en aquel lugar, por lo tanto, fueron los
gente venida del campo, los que compraron terrenos a precios baratos y construyeron a pocas
cuadras de sus empleos. A esta gente sin ninguna alcurnia, le bastaba con cuatro paredes bien
levantadas y techos firmes, y en muchos casos, gracias al buen gusto y dedicación de las esposas,
con hermosos jardines coloridos bien labrados, que era el caso de Isabel “Estoy esperando que
florezca mi jardín porque quiero ver de nuevo las abejas”, le escribió a su prima que vivía en el
norte, “El invierno ha sido muy frío y todo ha quedado tan desnudo, si las flores no vienen este año
no habrá abejas ni colibríes, ni la virgencita tendrá las suyas. Quiero que estén para poder
contemplarlas, sólo eso, no me gusta cortarlas, ellas son como los nidos de mis pensamientos y de
mis palabras, si yo no tengo flores no tengo palabras, no tengo nidos perfumados para mis palabras
que son como niños en sus cunas. Y la abuela, ella sí que perdería el rumbo definitivamente, el jardín
Novela.
Angela Sánchez
es el sendero que la orienta en su vejez, en cuanto a mí, querida Adriana, celo tanto a mis flores
Así piensa esta Isabel que cambió el ramo de novia por el timón del barco del hogar, la
familia, el olor de las camisas colgadas en las perchas. Casada para dormir junto al cuerpo o a la
sombra del marido. Para quedarse acariciando la mitad de la cama adonde él regresa para
encontrarse con la intimidad de la esposa, de la vida puertas adentro, ¿quién podría quitarle eso?,
puede uno asegurar que nadie, pero Isabel sabe muy bien que los hijos no atan a nadie “Es una
quién los ata al pie de la cama para que si un hombre piensa en abandonarnos sienta lástima de
todos o por lo menos remordimiento y se quede, aunque sea inventando un placer que lo distraiga
del trabajo cotidiano, así actuamos las esposas, ¿qué otra forma hay de vivir juntos muchos años?”
Pero con Alberto parecía ser diferente. Desde antes del casamiento él juraba que no quería
fallar a las expectativas de su futura esposa y que su compromiso con ella sería la palabra
empeñada por propia decisión “solamente yo sé las ganas que tengo de vivir con Isabel”, le había
comentado a (la madre de Inés), Lucía recién llegada a vivir al barrio obrero, con siete meses de
divorciada y, con la fábrica a diez cuadras y en el vecindario tranquilo y diurno, el mismo día en que
la mujer se le acercó, con cierto recelo, pero con necesidad urgente debido a trastornos con uno de
nombre, ¿hace poco que vive aquí?” “Sí, y no me doy con los vecinos”, y el lavarropas descompuesto
fue el motivo de la nueva amistad entre ellos, Alberto aún no se había casado pero ya tenía fecha
para la boda con todo lo que pudiera hacerlo pensar en cualquier contrariedad con respecto a la
solvencia económica, subsanado con el empleo seguro y bien remunerado, lo ideal para poder
mantener una familia sin sobresaltos porque la fábrica estaba en su mejor período de expansión y
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La luz del día apareció a las seis en el barrio obrero. Mabel encendió la radio como si
esperase que la voz no le dijera que la temperatura era de dos grados para quedar demostrado que
el frío no era apenas interior y que el mes de junio había llegado. Las noticias hablaban del
asesinato de un dirigente político. Apagó la radio pero pronto sintió que necesitaba seguir
escuchando esas voces. Volvió a encenderla, -Y ahora noticias del ambiente político-, “Después de
todo, hoy no quiero silencio” -Las repercusiones de las medidas económicas-, “Ojalá que esta noche
no tenga que respirar de nuevo tu silencio”, -Por su parte, el ministro de economía-, “Es como
respirar la muerte”, -Prontas soluciones para la clase trabajadora-, “Ojalá que vengas”, -En horas de
la tarde se conocerán las declaraciones-, “Espero, Alberto, espero”, -En sala de periodistas de casa
de gobierno, en cambio-, “Tengo el 32 en el cajón del placard, mejor me voy a trabajar, cuando
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Era viernes. Habían pasado tres días sin ver a Alberto desde la ventana, incluso admitiendo
que estuviera con carpeta médica, aunque ésta fuera una mera hipótesis, pensó, “en la planta no es
fácil obtener licencia por enfermedad”. Tomó un mate, cambió de emisora, revolvió la comida en la
olla, “habrá querido tomarse unos días de reconciliación, de ternura acrecentada por la culpa”,
El lunes siguiente tampoco lo vio y entonces se dio cuenta de que Alberto se había cambiado
al horario nocturno, recurso simple y práctico, él sabía que salvo previa cita acordada, ella se
acostaba a las nueve, el turno empezaba a las diez y ni bien se callaba la sirena, ella se dormía. Por
la mañana ese turno terminaba a las ocho o más tarde, según las horas extras, hora en que Mabel
El martes a las diez menos cuarto se apostó cerca de la puerta de entrada de la planta fabril
y cuando él pasó le dijo “Sólo quiero que hablemos unos minutos”, “No, Mabel”, ya fui claro con
Lo más probable es que tuviera que armar otra estrategia, cosa que se le ocurrió cuando ya
estaba en su cuarto “veo si puedo aguantar una semana hasta que él mismo se preocupe con mi
¿Qué no da resultados cuando la paciencia y la voluntad están a merced de los deseos? Una
semana y Alberto, aunque teniendo que perder el premio por la asistencia perfecta del mes, la llevó
a que pasaran una de sus mejores noches, donde la imposibilidad se volvía fuerza en cada estocada,
la provocación del tedio los hacía más y más sutiles hasta desparecer en la niebla del sentimiento
Al amanecer, él partió repitiendo su discurso moralista, “No me busques más, nada vale más
para mí que mi familia, y lo nuestro...”, “Sí lo nuestro...” pensó Mabel “es la pasión, nombrala, no
único que vale la pena, si tanto venerás a tu familia ¿por qué te hundís conmigo en el arrebato del
placer?, si tanto vos como yo perseguimos, codiciosos, el placer, aunque durante el día quieras
olvidarte”
Otra semana más pasó sin que se encontraran o se vieran y Mabel decidió que quería
sorprenderlo a la salida del trabajo. Le pidió permiso al jefe para entrar más tarde a la guardia del
hospital, el doctor la miró y preguntó por demás convencido de que ella no decía la verdad “¿un
A las ocho en punto lo vio salir con el rostro cansado, un poco tenso y fueron a tomar un
café al bar frente a la plaza del barrio. Se reprocharon mutuamente aunque sin gritar, de cualquier
Novela.
Angela Sánchez
manera los oídos atentos del cliente que estaba en el mostrador y de los dos que estaban en la
puerta alcanzaron a escuchar sus argumentos y adivinar, por los gestos, el tenor de la discusión. Y a
pesar de todo no pudieron evitar la tentación de ir al hotel a las afueras de la ciudad. Allí estuvieron
las dos horas pagadas de antemano y al despedirse, Alberto recitó la misma advertencia de siempre
en tono de quien da una lección “no podemos volver a vernos...”, “y etc, etc, etc” pensó Mabel.
Ella le aseguró que el taxi la llevaría hasta el hospital, pero le mintió porque el rumbo fue
otro, lo siguió hasta su casa en el intento de prolongar el encuentro para no decirle adiós, como
oponiendo resistencia al destino, como si quisiera disminuir la frustración hasta tristeza sublime por
esta pérdida.
Él entro a la casa por el pasillo lateral de la propiedad, pasillo que en este caso conduce a la
puerta trasera por donde se ingresaba a la cocina. El perro salió a recibirlo saltando, ladrando y
gimiendo al mismo tiempo. Con una mano sostuvo las dos patas delanteras cuando el animal se
elevó sobre sus piernas y con la otra le acarició la cabeza y el hocico, después lo soltó porque
llegaron los hijos para abrazarlo y besarlo. Levantó a la nena en brazos y al nene lo guió por la nuca
hasta la puerta de la cocina donde probablemente Isabel también lo recibiría con un beso, después
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pieza de Mabel, José ¿me escuchás?” le dijo Rosa a su marido “Había un cenicero en la pieza, ésa
debe andar fumando, como las que no tienen nada que hacer”.
Novela.
Angela Sánchez
El vicio, para Mabel, resultaba un acto mecánico pero siempre bien saboreado, y ella quizás
quería ser lo mismo, ser como el tabaco, deseada, necesitada, que Alberto no quisiera hacer el
esfuerzo de abandonarla aunque supiera, a conciencia, que había riesgos “José ¿me oís?, Aprontá el
Fumar hace mal, ese amor le hace mal pero qué importa cuando la copa del amanecer está
efervescente cerca de los labios y la prolijidad de la obsesión corrige los daños. “Si te hubiera oído
José, si hubiera oído a mi madre, los hijos adoptivos no sirven, nunca aprenden a respetar a sus
padres”, seguía reclamando Rosa que, viéndolo por ese lado, tenía razón de sobra para considerar a
Mabel una mala hija cuando comparada con la hija de la vecina, Raquel, en la misma edad que la
suya pero con otra idea de la obediencia, a pesar de los castigos semejantes a los que Mabel recibía.
Raquelita lavaba la ropa de todos los de la casa, inclusive las prendas íntimas de sus padres, fregaba
los pisos como doña Quica le había enseñado, repasaba muebles, vidrios, espejos, iba de compras,
deslomaba. Y por las tardes, mientras su madre jugaba a las cartas con la vecina alemana de la otra
cuadra, preparaba el mate y compartía el capítulo diario de la radionovela, escuchaba los chismes
de las dos mujeres y tragaba, sin querer, el humo de sus cigarrillos armados a mano. Pero es bien
sabido que a esa edad la naturaleza impone sus mandatos y Raquel sentía que se le despertaba el
cuerpo y la fantasía por el dueño de la fábrica de pastas del barrio. Aquel ‘gringo’ de ojos azules
tenía novia y no pocas veces había detenido la mirada en el busto de la joven, pero ella tenía sólo
catorce y él no estaba para meterse en problemas “Si hubiera nacido gringa, sería rubia y tal vez él
me miraría, pero soy criolla como mis padres” decía Raquel para sus adentros “Me parece que el
otro día el ‘gringo’ me miró los pechos, todavía puedo hacerme ilusiones, igual voy a tener que
Novela.
Angela Sánchez
casarme, tener hijos, aguantar al marido borracho, abortar un que otro hijo hecho sin querer, y
terminar cuidando a mis padres y a mis suegros si no hay otra hija que los cuide”
Ella estaba convencida de que a los padres hay que respetarlos pero cuando su madre le
daba latigazos argumentando alguna falta o desobediencia, ella la llamaba “la Quica”, fuera por la
rabia que le daba recibir castigos, fuera por sentir que ésa era la manera de hacerla sentir culpable
“Y después que volqué un poco de aceite de fritura en el piso, la Quica, le digo así porque cuando se
enoja conmigo parece que no fuera ella la que me parió, buscó el látigo que guarda en el ropero y
me dio tres latigazos, uno por la espalda, uno por la cintura y otro en la cabeza, ‘por sucia’, dijo, lo
peor es que la mancha no salió del todo aunque me maté fregando, después me dejó sin comer y me
mandó a arrodillarme sobre los granos de maiz en el patio, estuve como media hora”
Ese mismo día fue a comprar los tallarines pero estaba tan triste y desganada que al percibir
que los ojos del ‘gringo’ se orientaban a su busto, le dio más vergüenza, recibió el vuelto y salió con
la cabeza baja.
“Seguro que mi madre debe haber estado enamorada de un hombre rico, parece que era
una morocha muy atractiva y alegre, aprendió a hablar bien cuando trabajó de niñera en la casa de
una maestra, pero no, le tocó un obrero y tuvo que obedecer a mi abuelo aunque ella ya fuera
mayor de edad”
Así era Raquel, tan diferente de Mabel, que su madre adoptiva no lograba conformarse con
su comportamiento “Tiene la cabeza llena de fantasías, ni que le hubieran hecho una brujería”
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Siempre se nos ha de culpar a os seres humanos por intentar, como niños bien aplicados, un
mintiendo si dijéramos que no somos nosotros lo que provocamos, de repente, la caída; nadar hacia
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la playa esperando el momento de erguirnos victoriosos sobre la arena, pero, y se nos escapa aquí
un ‘pero’ del tamaño del mundo, nunca tan indeseado y tan real, pero, decíamos, aparece un
insecto fantástico que roe las líneas del paisaje, luego el tintero se derrama sobre la hoja del dibujo
prolijo y la suerte adversa se hospeda de forma permanente “Debe ser el destino” exclamamos, y
una niebla gris va invadiendo nuestras costas, se expande la ambigüedad desconocida, y al cabo nos
una tonta armonía por la audacia procaz del desajuste impensado, aunque auténtico.
Que Mabel tenía ciertas dificultades en su aventura amorosa con Alberto es cierto, pero la
certeza íntima de que poseería ese hombre a cualquier precio, la conducía a apostar fuertemente,
apostar sin importar ‘la vida o la muerte’ para que ella Mabel, la Mabel, la adoptada, la enfermera,
la negrita, pudiera superar el deseo de la propia Isabel en retenerlo. Pero hablábamos de las caídas,
ese momento infinitesimal de tiempo en que tropezamos con la piedra menospreciada del camino,
que no vemos, que no presentimos pero que de alguna manera destroza la armonía acopiada hasta
entonces y esparce pedazos de anhelos por el suelo. Nosotros no vemos por no estar lo
suficientemente entrenados para eso, la vidente sí lo vio, en el vaso con agua, tomando la forma de
una premonición “He visto a Mabel montada en un caballo gris, hostigando al animal para que
galopara a través de una llanura árida, el caballo lleva tanta velocidad que casi parece invisible, no
hay marcha, hay vuelo; susurros de voces declamaban juramentos y votos que se oponían a la
tradición que te han impuesto porque todo eso para vos siempre fue superficial, apenas rituales
rodeaba y se asentaba en la grupa del caballo, hincándole y a ti, sus miles de aguijones, cuando
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llegabas a un templo de muros con enredadera, los pétalos de sus flores matizadas envejecían y
Mabel también tuvo un sueño, soñó a Alberto con cuerpo de monstruo y entendió, en las
regiones de lo onírico, que su amado estaba así por cada amor que había abandonado por el amor
de su esposa, su espíritu estaba deformado por la culpa y la tristeza, sólo había una manera de ser
uno con el amado, que ningún otro cuerpo creciera como maleza a sus pies.
aspiradas la calmaron, después fue a orinar, tomó agua y volvió al dormitorio, apagó el cigarrillo y
buscó en el cajón de la mesita de noche la fotografía de Alberto y la interrogó en voz alta “Sabe un
hombre qué es amor cuando lo posee, o necesita del nombre de una mujer para nombrar lo que no
se atreven a decir de sí mismos y quedan ahí, nombrándose en el nombre de esa mujer; ay, Inesita, y
yo que no entendía de palabras, te acordás, ahora las entiendo menos, a veces Alberto distraído me
llama Isabel”
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Carlos, amigo de Alberto, sabía lo de Mabel, y Lucía también. Lo más probable es que uno
de ellos se lo contara, si no, cómo habría de enterarse Isabel, si bien, considerando el estado de la
situación, muchos los habían visto, bien podría acontecer que Isabel lo supiera desde hacía tiempo
pero sólo ahora lo admitiera. ‘Otra mujer’ para enmarañarle la cabeza de esposa diplomada con
velo de novia y todo, ‘otra mujer’, la duda clavada en la carne que aplasta los hombros y deja las
manos pesadas y flojas, ‘otra mujer’, alguien cuyo nombre él pronuncia sin sonidos, alguien más
oscuro o más claro, otra incertidumbre, una prueba más que pasar en la vida en la voluntad de no
desertar.
Isabel esperó y espió la salida de la fábrica, en el único modo en que podía sorprenderlos.
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Ese día los amantes fueron a comer unos sánwiches y después partieron hacia el hotel de
siempre. Era más o menos las seis de la tarde cuando Mabel estaba en la puerta cuidando la moto
hasta que Alberto volviera de la recepción, donde había llevado los documentos. La puerta del
garaje de la habitación donde entrarían todavía estaba cerrada por lo que Mabel se recostó sobre la
pared y fumó. Con la primera bocanada, levantó la cabeza y vio bajar de un taxi a una mujer de
caderas cargadas y pechos sin anhelos, era Isabel. “No te voy a mentir porque tengo derecho a
enamorarme de cualquier hombre en cualquier día o noche de este mundo” expresó con altivez,
“Alberto tiene hijos, estamos casados por ley, tiene obligaciones” replicó Isabel “Venís a llevártelo, a
decirme que te lo deje pero no oigo de tu boca decirme que él es lo único que amás, que nada te
importa sino él, ni la vida ni la muerte” pensó Mabel mientras llegaba Alberto, que había escuchado
todo y solo atinó a quedarse apoyado en el marco de la puerta, serio, mirándolas a ambas con un
gesto que le dio rabia a Mabel pero que no extrañó porque supuso que el hombre orientaba todo su
Alberto volvió a retirarse atendiendo el llamado del encargado del hotel, probablemente
para que su intervención previniera cualquier escándalo. Y Mabel encendió el segundo cigarrillo “Así
que fumás, como los hombres” reprobó Isabel al tiempo en que Alberto volvía para tomar a Isabel
del brazo y mirar a su amante reprochándole con tono áspero “Te dije que Isabel no tenía que
No fue Mabel quien había contado aunque no se defendió. El hombre dio arranque a la
moto y su esposa subió, acomodándose de lado, como cuando eran novios y la llevaba a pasear al
campo. Mientras se alejaban Mabel prestó atención a la torneadura de las piernas de la otra mujer
bajo la pollera y aunque la figura le pareció rústica notó que algo de sensualidad aun persistía en las
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pantorrillas al aire. Así se alejaron, Isabel rodeando con sus brazos la cintura de Alberto y apoyando
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“Te voy a amar con la última sangre, y de sangre yo conozco, y de sus apariciones extrañas
en el cuerpo, cada paciente que atiendo deja en las sábanas su silueta dibujada en sangre con la
exactitud del arte, por dentro y alrededor de esas líneas, otras ramificaciones trazan senderos que
ningún médico podría identificar, yo, sí, veo el recorrido de su desesperación desde el sitio del dolor
hasta el comienzo del mal, desde los miembros en reposo hasta el fin del dolor. Algunas líneas suben
desde los muslos hasta las cervicales, otras bajan desde los pulmones hasta los riñones, o van desde
el corazón a la entrepierna o desde la mano hasta el hígado. Quien pudiera que mi sangre volviera a
explorar las zonas pacíficas del bienestar como antes de conocerte, ahora ella hierve por meandros
oscuros hasta que la creciente del deseo la desborda inundándome toda, confundiéndome,
golpeándome contra los bordes posibles de la vida y tanta lucidez me hace percibir que cada célula
mía está viva, soy cada célula y su movimiento, lunes, jueves, tus días de horas extras conmigo,
anotados con un recuadro en el calendario, los demás días son planos inclinados desde el morir de la
tarde hasta la medianoche, puedo esperar, lunes, jueves, puedo esperar en la sombra, jueves, lunes,
nadie te va a amar como yo, tengo que esperar, otro lunes, otro jueves, una sombra, otra sombra,
no consigo ver si mi rostro es feo o lindo, parezco sí, una estatua; quiero no tener volumen, ser de
aire para que tu cuerpo me atraviese, bailame, comeme, jugame, vestime, desvestime, bañame,
somos del color de la noche y de la vida, el resto del mundo es blanco, blanco que enceguece, no
permitamos que nos ciegue el camino adonde queremos llegar, el planeta dio una vuelta completa
alrededor del sol desde que comencé a amarte, las estaciones me han cubierto y descubierto, mis
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horas rechazadas quedaron en el camino como carteles derribados por el viento de la tormenta,
quiero escalar la montaña más alta para desde allí arrojar mis miedos, quiero provocar con mi amor
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La gente iba y venía por la plaza, paseaba o esperaba, como ella sentada en un banco, pero
sólo ella esperaba a Alberto, sólo Alberto de ir, iría a su encuentro. Había mucha gente en la calle
por el feriado nacional y el riesgo de ser sorprendidos por cualquier conocido siempre era posible. El
perro llegó caminando despacio y meneando la cola en señal de aprobación, lo que daba a entender
que el animal aceptaba su compañía por un rato siempre que ella tuviera la cortesía de compartir
con él esos pedazos de galleta que le tiraba a las palomas mientras tarareaba una melodía. Es cierto
que cuando uno hace eso, pareciera que está muy ocupado con esa tontería que nos da tanta
importante para hacer o pensar, lo que en el caso de Mabel era diferente, ella tenía en qué y en
quién pensar, pero pensar en Alberto la aislaba cada vez más de los otros seres, por eso, estando allí
Sabía que volvería a pedirle que se separaran como si esperase que ella comprendiera, lo
que en realidad, Mabel, a pesar del narcótico que la embelesaba, había llegado a entender, sí, la
lealtad de su hombría para no defraudar a la familia y tener que abandonar a Isabel “No importa,
igual tengo que liberarlo de su esclavitud” contrarrestó, “la muerte en su voluntad no repara en
separar esposos que ya no se aman, si la muerte no sabe de amor, nos lleva a todos y parece que
nunca logra contentarse porque siempre vuelve y busca a más que la acompañen,
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Mabel, taciturna como era, consideraba que hay matrimonios que no merecen serlo y que la
sociedad, donde se presume que nadie es una isla, los mantiene unidos con garruchas en lugar de
“Por qué no entendés que yo soy todo para vos, soy la vida, el amor, la liberación, puedo
salvarte del dolor, sé que la muerte decidiría lo mismo que yo, hay una sola trinidad, la divina, no
puede existir otra en la tierra, el triángulo debe abrirse y diluirse por alguno de sus vértices”
El hombre llega por el lado noroeste de la plaza, cuando está frente a ella ya hay una ronda
completa de perros que se disputan las galletas junto con las palomas. Alberto ahuyenta a todos
con un chistido que le causa gracia a él mismo y la simpleza del acto le produce parpadeos hasta
Le propone ir a tomar un café al bar que conocen “Hay mucha gente aquí” dice él, “Por eso
Se sientan a la mesa disimulada por una glorieta de madera, pintada de blanco, en la que se
enreda un rosal de plástico, estaban en el ‘veranito de julio’, Alberto se seca la frente con un
pañuelo, hace girar al derecho y al revés la alianza de bodas y se limita a repetir el discurso de
siempre, cubriendo las frases con un tono amenazador por si no bastara con el desgarro de la
decisión, ella escucha razones, más razones pero indiferente a la perorata, le roza el pie por debajo
de la mesa, él sigue indiferente, retira ahora ella el pie, gira de costado en la silla y cruza las piernas
para que sobresalgan bajo la puntilla del mantel dejando ver hasta las rodillas. De esta vez han
cambiado el café por cerveza y algunos tostados de jamón y queso, más adecuado a la temperatura.
Jamás lo habían hecho con tamaña desesperación, tan rápido y extrayéndose tanto placer
como si la pasión siempre encontrara en algún bolsillo más monedas de placer, por eso el último
encuentro que había parecido insuperable se eclipsó con éste que los llevó al éxtasis, les arrancó
lágrimas y conocieron un llanto duro, de poder sobre la muerte, inmediatamente vino un goce más
desmayo.
despedirse “Cuando seas libre vas a amarme tanto como yo a vos, te voy a esperar” dijo eso
Aquel calor suave de la tarde de julio tembló en el aire como si la esperanza fuera el vestido
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“Nuestro reportero entrevistó a algunas de las compañeras de trabajo, quienes afirman que
López tenía una conocida inclinación por las situaciones de infidelidad” manifestaba la voz del
locutor de radio. Esa voz, como las voces del aparato de televisión a menudo se entrometen en
nuestros oídos con los planes diarios, las necesidades mensuales y los anhelos que año tras años no
nos dejan a solas con otros pensamientos que no sean aquello que tendremos que conseguir, o en
último de los casos, sobrellevar como podamos. Esas voces que uno invita, sin medir hasta dónde
llegará su indiscreción, a nuestras vidas una vez que hemos comprado el aparato e instalado en
nuestras casas. Las voces que opinan, estemos de acuerdo o no, y a quiénes agradecemos el
mantenernos informados, algún que otro chiste y la música que nos gusta, “Trascendieron nuevos
detalles acerca de la personalidad de la enfermera Mabel López, quien la tarde del pasado tres de
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agosto...”. La radio, decíamos, tantas veces apagada con un sólo gesto sin que nos cause
Si se tiene una radio ya no se está solo, ni que decir cuando por las noches, cuando el sueño
nos espía desde la vereda sin decidirse a entrar, damos vueltas en la cama y recordamos que la
mejor manera de ahuyentar la manía de seguir despiertos, es encenderla y burlarnos del dios del
concedernos su gracia y mientras no podemos cerrar los ojos, abrimos los oídos a la transmisión
radial, y por qué no, iniciamos un diálogo con el locutor, en voz alta, aún sabiendo que muchas de
nuestras preguntas no serán respondidas “Se supo que años atrás la nombrada mantuvo una
relación amorosa con uno de sus jefes ...”. La voz que emite la radio no demuestra incertidumbres,
temores, ni agitación en las inflexiones, siempre afirma, cuando pregunta o cita las palabras de
alguien, pareciera que siempre tiene la razón “Mabel López se encuentra alojada en la comisaría
decimotercera de esta ciudad, la enfermera cuya pasión derivó en el asesinato de la inocente esposa
de su amante...”
El viento de agosto se asemejaba a un útero que se abre en espasmos para expulsar una
nueva vida, su violencia era tanta que todo sobre el suelo del barrio se resignaba a dejarse azotar. A
través de la ventana, Isabel vio como se doblaban las ramas de los paraísos, evocando chicotes de
amos perversos, vio, también, pasar remontando unas ramas de limonero y volvió la mirada sobre
sus ovillos de lana, colocados sobre la mesa de la cocina, cebó un mate y continuó prestando
Faltaba más de un hora para que volvieran los niños de la escuela y tres hasta el retorno de
Alberto. Se había asegurado de trabar bien puertas y ventanas suponiendo que con ese viento nadie
la visitaría.
Encendió el horno y puso la masa de pan a cocinar, también encendió dos hornallas porque
sintió frío, fuera por el viento, fuera porque los materiales de la vivienda no retenían mucho el
calor, fuera porque ese día se sentía más indefensa. Volvió a mirar hacia el pasillo lateral por donde
sólo los íntimos de la familia entraban sin golpear la puerta del frente, también lo recorrían las
abejas cuando iban hacia el duraznero del fondo y el perro cuando buscaba su casa por la noche.
Agrupó los ovillos según el color que llevarían las franjas del pulóver que estaba tejiendo
para el hijo menor, que parecía crecer más rápido que su hermana, además aún restaba medio mes
de agosto.
Estaba revisando el punto de cocción del pan cuando escuchó los golpecitos en la puerta de
la cocina y con movimiento rápido se cubrió con un chal y descorrió la traba de la puerta adivinando
“Será mi hermano... del colegio... Carlos que precisa algo”. Era Mabel, la mujer de pasiones
dilatadas a su frente, que no se dejaba dominar por nadie ni siquiera por ese viento esclavista, al
contrario, ella sería la capaz de dominarlo con su voluntad, como un jinete domina su caballo. Traía
estrellas de cine, pero aún así Isabel la reconoció, a partir del día en que la vio por primera vez
nunca la olvidaría, es que Mabel era de recuerdo pegajoso. No hubo explicaciones entre las
mujeres, ni lágrimas, ni insultos, pero Isabel se sintió anestesiada por un extraño frío como si ella
misma se resignara a dejar actuar a los dos visitantes, Mabel y el viento. La visitante sacó de un
bolsillo un arma que hizo estallar, y ráfagas insolentes alejaron las detonaciones y el olor a pólvora.
La esposa de Alberto sintió por primera vez una borrachera como nunca antes y la voluntad de
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Mabel penetrándola en el vientre y el pecho, penetraciones furiosas que nunca le había permitido a
la pasión de su marido, y como en verdadero coma alcohólico, convulsionó y fue perdiendo las
El mismo viento cómplice de su asesina apagó los gritos, mantuvo alejados a los rostros que
Sintió que sus pies perdían tibieza, que el calor del horno abierto fue incapaz de brindarle y
el cuerpo fue abanicado por polvo que el mastín de viento exhalaba con cada ladrido, ayudando a
que su sangre se coagulara y dibujara un encaje rojo sobre sus ropas. Un torbellino de pétalos de
geranio se asentó sobre sus zapatos para que Isabel se fuera deslizando a lo largo del hilo delgado
de la agonía, como los arroyos de las sierras en el invierno se deslizan sobre los cauces pedregosos.
Así, se fue desvistiendo de aliento en una ceremonia lenta, se despojó de agujas, cucharas, anillo,
tijeras, peine, ropa, zapatos y cuando llegaron sus hijos estaba desnuda de vida.
Mabel se dejó caer sobre el sillón frente a la ventana, acabó de matar para no renunciar a lo
mejor de su vida y recuerda que el cuerpo robusto de su victima, un cuerpo de madre no atinó a
defenderse “Te dejaste vencer Isabel, yo te sellé de oscuridad y vos sucumbiste”. A esta altura, lejos
del remordimiento, Mabel reconoce que ha matado por cuestiones territoriales y que, aunque esté
Tras las ventanas, el día se vuelve viejo y la claridad artificial de los neones comienza a iluminar los
hombros de su abatimiento.
Una anciana recorre la vereda de enfrente en la misma dirección en que el día se evade,
desliza la mano por la sienes como quitándose telarañas imaginarias, las mismas telarañas que
comienzan a tejerse en la mente de Mabel, trampas que se enredan como los limites del día-noche,
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como los nudos de la vida-muerte. Un perro flaco busca, en el laberinto de pisadas, las de su amo
que difícilmente volverá a encontrar, porque los perros pueden morir si nos pierden, nosotros
sobrevivimos a su pérdida.