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MATERIA O ESENCIA

Reflexiones sobre la restauración arquitectónica de tres fortificaciones en

Cartagena de Indias.

Marcelo Antonio Cáceres Cabrales

La memoria es sin duda el bien más valioso de la civilización humana, el recordar

nos permite comparar, evaluar y crecer sobre las experiencias del pasado, lo que

es particularmente evidente en las dimensiones tecnológica y filosófica de nuestro

desarrollo como especie, pero estas como todas las demás actividades del

hombre, gozan o más bien padecen de complejidad, lo que las convierte en un

largo y constante proceso de ensayo y error, por lo que el mismo hecho de “hacer

memoria” está sometido a constante revisión por los paradigmas que influencian el

pensamiento de cada época.

Si la memoria es importante para los seres humanos, más importante resulta su

conservación, desde sus componentes materiales como los inmateriales, ya que

las edificaciones no son importantes en sí mismas sino en función de la historia y

como reflejo material del pasado. Hasta ahora toda civilización ha hecho un uso

selectivo de su memoria, muchas veces apropiándose de la de otros pueblos y


creando vínculos que podríamos tildar de imaginarios1, pero esta polémica no es

de nuestro interés inmediato, lo que si podemos rescatar de esta discusión es que

para nosotros como ciudadanos del mundo occidental, hijos del siglo XX y

viviendo en el siglo XXI, lo que resulta más relevante en términos de cómo

conservar nuestra memoria, es la capacidad que esta tiene para darle validez a los

“mitos fundacionales”, los úteros de los que supuestamente nacieron los estados

nacionales modernos, caso en el que Colombia no es la excepción.

Las Naciones no se crean solo con objetos y manifestaciones a los cuales se les

imbuye un valor simbólico cómo un himno y una bandera, se necesitan agentes

aglutinantes para adherir los pueblos y conminarlos a que se sientan ciudadanos

del mismo ente nacional, ya que estos individuos tienen orígenes culturales,

étnicos y religiosos muy diversos, como es el caso de nuestro país. Muchos de

estos aglutinadores vienen a ser bienes materiales y manifestaciones culturales,

presentes en el plano real de nuestra existencia. Es aquí donde cobran

importancia los héroes, tradiciones, costumbres, idiomas y edificaciones, que entre

muchos otros hacen parte de nuestra memoria colectiva por ser “objetos” de

nuestros afectos, cimiento de nuestra cultura y parte de nuestra historia, al haber

sido protagonistas, escenarios y evocaciones de procesos que marcan nuestra

existencia cotidiana actual2.

1
ANDERSON, Benedict. “Comunidades imaginadas”, Verso, Londres/Nueva York, 1991.
2
Ibid, También como ejemplo podemos mencionar la consolidación de las naciones
europeas a través de las lenguas vernáculas, como es el caso de Francia antes de la
revolución, ya que en lengua vernácula circulaban los libelos políticos que prepararon
la escena socio-política para este hecho, descrito por Roger Chartier.
Pero en ocasiones esos bienes patrimoniales materiales, que han sido participes

de la “epopeya nacional” han superado el estado en el que la sola conservación

preventiva no es suficiente y requieren una restauración para evitar su

desaparición total y asegurar su permanencia en el tiempo y en la memoria de las

generaciones futuras. Por lo tanto, centraremos nuestra discusión en “como”

deben desarrollarse estas intervenciones, de acuerdo con las tendencias que han

resultado más influyentes para nuestro ámbito colombiano.

El caso que desarrollaremos es el de las 3 baterías de artillería costera que

defendían la aproximación occidental de la isla de Cárex o Tierra Bomba, en la

bahía de Cartagena de Indias durante la primera mitad del siglo XVIII, llamadas

San Felipe, Santiago y Chamba, construidas con los diseños del ingeniero militar

Juan de Herrera y Sotomayor. La hipotética propuesta de restauración de estas

edificaciones será argumentada desde dos puntos de interpretación opuestos, las

cuales para efectos de este trabajo denominaremos tendencia anglosajona y

tendencia grecolatina, evidenciadas por la mayoría de las intervenciones

realizadas a monumentos similares en Estados Unidos e Inglaterra, frente a las

realizadas en el ámbito mediterráneo con los monumentos de las culturas clásicas.

Al mismo tiempo analizaremos ejemplos puntuales de otras culturas, dejando en

claro que estas categorías, de corte geográfico y político, no obedecen a escuelas

de restauración particulares, más bien son formas para catalogar tendencias y


preferencias en los proyectos de restauración aprobados y llevados a cabo en

estos países, con el fin de describir el “manejo de la memoria” que prevalece en

cada una de sus culturas y contrastarlo con el propio, enfocándonos más en lo que

se “ha hecho” que en lo que se “propone hacer”.

Las baterías defensivas en la isla de Cárex fueron construidas en un periodo

histórico marcado por conflictos bélicos entre los grandes imperios coloniales de

Europa, nuestro Mar Caribe sirvió como teatro estratégico en esta contienda en la

que el esquema defensivo del Reino de España consistió en una constelación

multitudinaria de castillos, fuertes, baterías, torres y reductos, ubicados en

aquellos lugares que resultaban ventajosos y la verdad sea dicha, dignos de ser

defendidos3.

Ya para finales del siglo XVII, Inglaterra era la potencia naval indiscutida en todo el

orbe, lo que de acuerdo con el historiador militar Juan Marchena, le daba una

capacidad de despliegue anfibio, no solo táctico sino estratégico, tal cual como

quedo demostrado durante el asedio de los meses de marzo y mayo de 1741,

fecha en las que las baterías de San Felipe, Santiago y Chamba fueron

destruidas4. Los navíos británicos de gran porte hicieron fuego directo con

3
ZAPATERO, Juan Manuel. “La guerra del Caribe en el siglo XVIII”, Instituto de Cultura
Puertorriqueña. San Juan de Puerto Rico, 1964.
4
MARCHENA, Juan. “Sin Temor De Rey Ni De Dios”. En: “Soldados De Rey, El Ejército
Borbónico En América Colonial En Vísperas De La Independencia”. Allan Kuethe y Juan
Marchena, editores. Universitat Jaume I Barcelona, 2005.
munición sólida sobre las baterías, lo que demolió sus parapetos, mientras que las

bombardas HMS Alderney y HMS Terrible, hacían llover metralla y munición

explosiva sobre las estructuras de las mismas. El eficiente bombardeo naval inglés

las dejo reducidas a las ruinas que conocemos hoy en día, afortunadamente para

nosotros, la Royal Navy solo pretendía silenciar la artillería de estas edificaciones

y San Felipe y Santiago se conservan relativamente bien a excepción de sus

parapetos y techumbres, por otra parte, Chamba es casi inexistente.

Es aquí donde cabe hacernos la pregunta central de esta discusión, ¿hasta dónde

se nos está permitido restaurar estas baterías? He aquí un conjunto monumental

testigo de un hecho histórico importante, el cual nos ofrece dos alternativas como

respuesta a la pregunta, cada una proveniente de la tendencia de restauración

anglosajona y grecolatina respectivamente, en la primera las regresaríamos a su

estado previo a la batalla, en aras de promover la educación sobre este hecho por

medio de museografía viva, y en la segunda nos limitaríamos a conservar las

ruinas violentamente arrasadas, como manifiesto de la guerra, propósito de su

construcción.

Nuestra pregunta central no es nueva, ya se había planteado antes en la discusión

entre el multitalentoso y romántico pensador británico John Ruskin y el progresista

y controversial arquitecto francés Eugène Viollet-le-Duc. Para Ruskin, parte de la

belleza del monumento reside en su carácter de obra antigua, el cual es evidente


a través de su ruina y descomposición natural, para Viollet-le-Duc esto significaba

la eventual desaparición de la obra, un imperdonable crimen contra la memoria,

pero al mismo tiempo promovía la libre interpretación del monumento y el llevarlo

a un mejor estado, agregándole “mejoras” que este nunca tuvo originalmente. El

anterior proceder era catalogado por el filósofo Ruskin como una falsa descripción

del monumento que Viollet-le-Duc destruía con su trabajo5. Este debate victoriano

resulto ser uno de los más influyentes para los restauradores en los años

venideros y aun continua vigente.

Como ejemplo arquetípico de las tendencias anglosajonas de restauración,

encontramos el caso del fuerte William Henry, construido en 1755 por el Mayor

William Eyre y quemado hasta los cimientos por los franceses y nativos

americanos en 1757. Las cortinas y baluartes del fuerte estaban construidas en

fajinas y rellenas de arena, su recuperación obedece a la iniciativa privada de dos

hombres de negocios en la década de 1950, años en los que la investigación

arqueológica del sitio revelo los cimientos de la edificación junto con un pozo y los

calabozos6. Actualmente el fuerte funciona como museo en conjunto con un hotel

y resort del mismo nombre, todo el complejo ofrece atracciones turísticas de todo

tipo en las que se pueden ver actores que representan los roles de soldados

coloniales británicos y franceses, entre otros.

5
Wikipedia. http://en.wikipedia.org/wiki/Eug%C3%A8ne_Viollet-le-Duc Búsqueda
realizada el 20 de octubre de 2009.
6
The Fort William Henry Museum and Restoration
http://www.fwhmuseum.com/archaeology2.html Búsqueda realizada el 20 de octubre
de 2009.
Antes que correr a señalar como los demonios del capitalismo se nutren de un

bien patrimonial que hace parte de la memoria de cinco naciones, es bueno

preguntarnos ¿no se hace lo mismo en Cartagena? De acuerdo con los

administradores del fuerte William Henry, la reconstrucción es una conmemoración

a los caídos en combate, cuyos huesos aun reposan en los predios del

Hotel/Fuerte/Campo de batalla7, pese a que ante los ojos de algunos historiadores

la reconstrucción total de la edificación puede interpretarse como una manera de

esterilizar la historia, censurando la ruina natural que deja la estela de toda guerra,

reemplazando a sus muertos con actores vestidos en coloridos uniformes militares

del siglo XVIII, pero cada cultura se reserva el derecho de honrar a sus muertos y

si bien sabemos, los Estados Unidos de América son una cultura de lo visual y

mediático y en ella está completamente justificado preferir la resurrección por

encima del descanso eterno, tal cual como ocurrió con el fuerte William Henry.

Pero ¿cómo justificar una reconstrucción casi total frente a las teorías de

restauración vigentes? La paradoja de la nave de Teseo puede darnos algo de luz

al respecto. El barco en el cual volvieron (desde Creta) Teseo y los jóvenes de

Atenas tenia treinta remos, y los atenienses lo conservaban desde la época de

Demetrio de Falero, ya que retiraban las tablas estropeadas y las reemplazaban

por unas nuevas y más resistentes, de modo que este barco se había convertido

en un ejemplo entre los filósofos sobre la identidad de las cosas que creces; un
7
Ibid.
grupo defendía que el barco continuaba siendo el mismo, mientras otro aseguraba

que no lo era.

La anterior leyenda griega documentada por Plutarco ha sido uno de los pilares de

discusión en la filosofía de la restauración por muchos años, tanto así que es

comparado directamente con el navío británico HMS Victory, que fue botado en

1765 y aun continua listado como “activo” en la Royal Navy, al igual que la nave

de Teseo, al Victory se le han reemplazado todas sus tablas, lo que resulta en el

debate si es más importante la materia o la estética de un bien patrimonial. La

experiencia nos enseña que ambas son importantes en igual medida pero ninguna

más que la otra. Por desgracia ese concepto es solo aplicable en una situación

ideal.

En términos materiales, el caso de las baterías de la isla de Cárex, es similar al de

muchos edificios importantes del periodo clásico en Europa, que han perdido gran

parte de su materia la cual no podrá ser recuperada, lo que hace que en una

restauración donde prime el valor material esta deba ser restituida con elementos

contemporáneos, lo que en nuestra opinión es completamente válido en aras de

mantener viva la memoria, evitando que esta desaparezca con la erosión natural

de los materiales. En defensa de este argumento podemos decir que si

entendemos al monumento orgánicamente como un todo, la perdida y posterior

restauración de una de sus partes correspondería a un proceso de “sanación y


regeneración” pero siguiendo en la línea de las analogías biológicas, un falso

histórico sería considerado como una “malformación”. Lo que nos lleva a emitir un

juicio de valor sobre las propuestas de Viollet-le-Duc, siendo muchas de estas

graves falsos históricos, los verdaderos enemigos de la memoria o al menos de la

veracidad de la memoria.

Hasta ahora todos hemos estado de acuerdo en que la memoria merece ser

preservada, pero para que esto ocurra también debe ser transmitida y es aquí

donde no podemos incurrir en el error del especialista. Un monumento al igual que

cualquier otro documento, debe poder ser leído y entendido para que alcance su

objetivo, que es transmitir el conocimiento que encierra, y en este aspecto no debe

requerir que el espectador del mismo sea un arqueólogo, arquitecto o historiador

para poder entender los usos que esta obra tuvo y como esa realidad histórica que

nos recuerda hace parte de nuestro pasado, por lo tanto consideramos que una

restauración ideal no debe permitir que la ruina del monumento continúe, pero

mucho menos que esa misma ruina se convierta en excusa para contar una

historia que nunca fue, por lo tanto no abogamos por una restitución completa de

los materiales faltantes de las baterías de la isla de Cárex, pero si por una

adecuación de su entorno y liberación de sus muros, ya que nada evidencia mejor

la batalla en la que fueron destruidas que los impactos mismos de las balas de

cañón, que ahora parecen inofensivas frente a las edificaciones modernas que

amenazan con engullirlas.

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