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De secuestradores y rescates
Por: DANIEL ALBARRACÍN, BIBIANA MEDIALDEA, BRUNO ESTRADA, MANUEL GARÍ Y
NACHO ÁLVAREZ

El Pacto del Euro es la vía elegida por los jefes de Gobierno de


la UE para ejecutar su Plan de Gobernanza Económica.

El Pacto del Euro es la vía elegida por los jefes de Gobierno de


la UE para ejecutar su Plan de Gobernanza Económica. Este
implica, entre otras cosas, recortar los salarios y el gasto
social, erosionar los modelos de protección social e introducir
mayor precariedad laboral.

Consagrando constitucionalmente el corsé del Pacto de


Estabilidad, el del euro impone un control del déficit (3% del
PIB) y de la deuda pública (60%) y, con ello, el carácter pro
cíclico de la política económica.

Con él se aplicará una mayor regresión fiscal y una


jibarización del sector público.

Así, los países miembros ven reducidos los márgenes de su


soberanía popular y de las políticas económica, social y
laboral, al tener que adaptarlas a unos criterios
institucionalizados que, de no haber fuertes conmociones
políticas y sociales, serán prácticamente irreversibles.

Con el Pacto del Euro, los rescates financieros de Grecia,


Irlanda y ahora Portugal conllevan un mayor proceso, si cabe,
de socialización de deudas.

Especialmente de la deuda privada, que representaba en


España, con datos de 2010 del Banco de España, el 87% del
total.

Este endeudamiento que lastra a la economía, con las bajadas


de impuestos y rescates a la banca, ha hecho elevarse la
deuda pública.
También entraña una transferencia de rentas: los acreedores –
especialmente los grandes bancos centroeuropeos– verían
devueltos sus préstamos –oxigenando su solvencia–;
mientras, las nuevas deudas contraídas por los estados
rescatados por la UE serán pagadas por el conjunto de la
ciudadanía –a costa de menores servicios públicos y derechos
sociales– y la población asalariada –en forma de más paro,
contrarreformas laborales, y de menores ingresos y derechos
laborales–.

Esas recetas abocan a la depresión económica y nos someten


a la dictadura de los acreedores; y quienes habían sido
responsables de la crisis, serán beneficiarios.

No se corregirán, sino al contrario, las mismas políticas que


han profundizado la divergencia y desarrollo desigual en
Europa.

Y las deudas públicas aumentarán. ¿Quién salva entonces a


quién? Las gallinas quedan encerradas con el zorro.

No hay alternativa fácil.

Nos presentan dos opciones: rescate y medidas de ajuste, o


ataque de los mercados sobre la deuda pública.

¿Cómo romper este trágico dilema?

La pequeña Islandia desobedeció: rechazó las medidas de


ajuste social, no ha devuelto la deuda a los acreedores, ha
encausado a los responsables de la crisis, ha nacionalizado la
banca, ha rechazado los “rescates” planteados por sus
acreedores, ¡y está saliendo de la recesión!

Además, mientras que los tipos de interés de la deuda pública


emitida por Grecia e Irlanda han subido después de sus
respectivos rescates, los de Islandia han experimentado un
significativo descenso.

La Confederación Europea de Sindicatos, en contra del Pacto


del Euro, propone una emisión de Eurobonos que alivie los
abusivos diferenciales de primas de riesgo.
También plantea que el Banco Central Europeo apueste por
una política monetaria sensible a la creación de empleo, y por
qué se desarrolle una mayor cooperación entre los estados
miembros.

Los sindicatos del sur de Europa van más allá, exigiendo una
mayor regulación de los mercados financieros, un impuesto
sobre las transacciones financieras, la creación de una
agencia europea de la deuda –embrión de un tesoro público
europeo– y un mayor presupuesto público para la UE.

Estas medidas serían eficaces para cortar la sangría recesiva,


dado que desbloquearían el cortocircuito financiero existente;
permitirían además sentar algunas bases para una reforma
progresista más ambiciosa.

Pero atajar la crisis en beneficio de la mayoría exigiría incluso


medidas de mayor calado y audacia: rechazo a las medidas de
ajuste y a la socialización de la deuda privada; auditoría
pública sobre las partidas de gasto financiadas con deuda
pública y de las condiciones en que se emitió y adquirió esta;
reestructuración y quitas de la deuda contraída de modo
socialmente rechazable –de forma que los acreedores carguen
con el peso principal de la crisis–; recuperación de la banca
pública; y re fiscalización de las rentas del capital, invirtiendo
los nuevos ingresos públicos en iniciativas de utilidad social y
de transición energética sostenible, con efectos de
reactivación económica y generación de empleo.

Es preciso un cambio profundo en la política europea que


impulse, no sólo una firme regulación de los mercados
financieros, sino también la armonización fiscal internacional
basada en impuestos directos y progresivos, así como una
equiparación de derechos sociales y salariales al alza. La
gestión del déficit y la deuda debería prefigurarse con un
criterio que garantice políticas de inversión contra cíclicas en
la recesión que vivimos, algo que impide el Pacto del Euro.

Hay que encontrar un camino hacia una alianza supranacional


que tense a la UE, que se oponga y desobedezca el Pacto del
Euro y que se apoye y coordine políticamente para empezar a
construir otra Europa.
De lo que se trata, en suma, es de presionar con base y
criterios firmes para conducir las políticas de la UE a favor de
la mayoría social que representa a la clase trabajadora, en una
orientación diametralmente opuesta a lo que es cada vez más
una Europa al servicio de las grandes oligarquías financieras.

Daniel Albarracín es investigador del Área de Economía


Fundación 1º de Mayo

Ilustración de Diego Mir

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