You are on page 1of 6

PREMIO NACIONAL DE CRÍTICA

[título del ensayo] Próxima Estación: Museo Nacional


[seudónimo] Miss Abdula
[categoría] “Ensayo breve”

Próxima estación: Museo Nacional

En 1910, el gobierno recurrió a los terrenos del actual Parque de la Independencia para

albergar la celebración del Centenario. Entre procesiones, eucaristías, comparsas y

discursos, se realizó una exposición de arte repleta de cuadros y bustos. Cien años

después, con una infraestructura de conciertos, diversos parques del país fueron el

epicentro de eventos multitudinarios. En esta ocasión, el Museo Nacional fue el

encargado de una ambiciosa exposición, cuyo título Las historias de un grito. 200 años

de ser colombianos revela un intento por desentrañar aquello que soporta la historia

nacional.

La muestra se despliega a través de tres espacios: Portal Américas, Estación Héroes y

Portal El Pueblo. En cada uno, se recrean historias, personajes y relatos que confrontan

lo que permanece con lo que se silencia. El Museo como centro de memorias y, por lo

tanto, de olvidos, intenta en la exposición del bicentenario pensar el pasado desde una

visión más global que puntual, más reflexiva que impositiva, más sincrónica que

diacrónica. De ahí que no exista ni un sentido temporal, ni un discurso abiertamente

unitario, ni centralizado. Este ensayo procura discutir los conceptos de héroe y pueblo

en un intento por examinar la manera como el museo, entre aciertos y desaciertos,

apuesta su análisis en la acción partícipe del espectador.

1
Héroes en la palestra

En la Estación de Héroes aparece la dicotómica pregunta “¿El héroe nace o se hace?”

que, a primera vista, está mediada por el uso semántico de dicha palabra cuya acepción

sustancial, según el diccionario de la Academia, es la de “Varón ilustre y famoso por

sus hazañas o virtudes”. Los héroes en Colombia son hombres virtuosos, religiosos y

valerosos; sus hazañas reales permitieron crear una nación soberana, libre y republicana,

entendida en muchos casos como centralista, católica y blanca. Sin embargo, la

referencia al mito es imposible de ignorar y el héroe se transforma en un “Personaje de

carácter elevado en la epopeya”. La exposición ausculta esta doble representación y

propone el paradigmático nombre de Bolívar, quien encarna ese prototipo de héroe

sagrado y divinizado por la literatura histórica y la cultura visual, y reafirmado en la

tradición popular.

Una de las salas de esta Estación actúa como un collage donde la figura del Bolívar

histórico se ve confrontada por su propio pasado y presente, fragmentado y enriquecido

por cientos de lecturas. En el centro de la pared, el ojo se posa en el óleo de José María

Espinosa, cuyo Bolívar estadista, con mirada penetrante, completamente exangüe y con

una falta de humanidad propia de los santos, recuerda aquello que significa ser un

héroe. Al otro lado, sin embargo, como un signo contradictorio, se encuentra el cartel de

la película “Bolívar Soy Yo”, cuyo protagonista, creyendo ser el libertador, emprende

un viaje por el pasado sin olvidar su presente; el caraqueño montado a caballo por la

Carrera Décima durante el desfile del 20 de julio superando cualquier límite entre la

realidad y la ficción. ¿Cuál es el Bolívar real? El inmaculado de Espinosa o el soñador

de Triana. Ambas son re-presentaciones legítimas, ambas demuestran hasta qué punto

2
los biógrafos, pintores, cineastas y, desde luego, la historia oral han construido,

transformado y recreado la figura de aquél que se considera el padre de la patria.

Ahora bien, la participación para el espectador en la sala es tan pasiva como en una

exposición decimonónica. El lugar para la reflexión y la construcción es mínimo y el

lector queda reducido a admirar el porte de Bolívar y a preguntarse por el actor de la

película. La compleja relación que existe entre el espectáculo y la memoria puede ser

peligrosa. La mayoría de las imágenes presentes pueden acusar una especialización o

unas relaciones difíciles de percibir, especialmente cuando la apuesta museográfica

intenta prescindir de ciertos valores convencionales, como los relacionados con la

consideración jerárquica de los objetos.

Si la figura del héroe varón es vigente en la exposición, más aún cuando el país

afrontaba un proceso de reelección y donde algunos líderes políticos se

autoproclamaban seguidores del mismo Bolívar, la representación de la heroína mujer

podría convertirse en la demostración tácita de la complejidad de lo femenino en el

quehacer contemporáneo. Sin embargo, las distintas imágenes de Policarpa se reducen a

ciertos arquetipos propios de la cultura patriarcal: una santa en el cuadro de José María

Espinosa; una devota esposa bogotana en el estilo académico de Epifanio Garay o una

mujer sensual y comercial tal como se presenta en la telenovela de la noche. Una cosa

es pensar que cualquier objeto independiente de su procedencia tiene un valor en sí

mismo, otra distinta es adjudicarle un valor excesivo. ¿Cuál es el propósito de colgar en

el museo un póster femenino del espectáculo? ¿Se pretende agradar a los visitantes con

símbolos reconocibles? ¿No han sido las telenovelas agentes para instrumentalizar a la

3
mujer, cuyo rol central parece ser su histérica manera de conseguir el amor de un

hombre?

El árbol de la discordia y el público virtual

Aunque parezca desmedido, El Portal de las Américas de la exposición tiene algunas

cosas afines con su homónimo de Transmilenio. En ambos, actuamos como público, nos

involucramos, apostamos por la crítica, pero finalmente esto no supone ningún cambio.

El Museo permite con la obra “Siembre un árbol de libertad” que sus visitantes

interactúen y puedan ser partícipes de la historia nacional de alguna manera. La

instalación implica una intervención directa del público que, en este caso, consiste en

escribir un mensaje en un pedazo de papel y luego colgarlo como una hoja. El nombre

de la obra sugiere miles de opciones, aunque la más acorde con la actualidad podría

estar relacionada con la libertad de las personas en cautiverio; sin embargo, puesta en

escena en la sala implica una suerte de reflexión acerca del difícil proceso de

independencia de Colombia y quizás de las otras Américas, las mismas que celebra la

avenida donde se ubica el portal real. Lo curioso fue descubrir que el árbol de la libertad

se convirtió en un muro de lamentaciones amorosas, dedicaciones familiares y frases

ininteligibles. Una especie de cajón lleno, pero a la vez vacío.

En esta obra, el espacio público se define por su virtualidad, el visitante no tiene otra

opción que permanecer al otro lado, pensando que hace parte, sin serlo. La noción de

“participación”, una de las más fascinantes cuestiones de la museografía, se transforma

en un buzón de mensajes donde la reflexión, el debate y la creación de pensamiento

hacen parte de una síntesis previa, por lo que al público sólo le resta ser receptivo sin

4
llegar a ser proactivo. La participación se reduce a dejar un mensaje como si

estuviéramos en un blog, como si el mismo espectador supiera de antemano que nada de

lo que diga será tomado en serio, donde el hecho se convierte en un cúmulo de mensajes

que flotan en un espacio llamado opinión pública. Así como en Transmilenio, las cifras

parecerían ser su razón de ser: cuántos pasajeros al día se suben, cuántos soportan

apretujados en un solo bus; la exposición funciona con el mismo criterio y el éxito de la

misma parece estar en sus más de 100 mil visitantes, tal como lo indica la página del

museo.

Rostros anónimos, memoria en construcción

Si en la exposición del Centenario hubo objeciones por la supuesta ausencia de números

apropiados para el pueblo, cien años después algunos eventos estaban dirigidos

especialmente a una amplia población de colombianos. Incluso, la exposición del

Museo dedicó un espacio generoso y simbólico donde se realizaba toda una reflexión

acerca de la participación del pueblo en los procesos independentistas. A partir de un

colmado montaje museográfico entre pinturas, videos, periódicos y registros sonoros,

se intentaba demostrar la contribución del Pueblo, su importancia y a la vez su escaso

protagonismo; en otras palabras, no se trataba de responder al qué, sino al cómo

hombres y mujeres percibieron su experiencia histórica desde su condición de

excluidos.

Al fondo de la sala Estación Pueblo, una especie de galería de retratos demuestra una de

las más agudas reflexiones sobre la presencia de negros, pardos, mulatos y demás castas

durante la independencia. Doce cuadros del mismo tamaño, dispuestos de forma

5
simétrica, hacen referencia a hombres y mujeres que participaron de forma activa en

aquel suceso, pero que la historia misma ha desestimado y olvidado. De esta docena de

personas, sólo dos tienen rostro: uno de ellos es Juan José Rondón, héroe de Pantano de

Vargas cuyo color de piel, a pesar del uniforme militar, revela su origen mestizo. De los

demás sólo se conocen los nombres, por esta razón, se decide instalarlos allí donde

deberían estar sus imágenes. Es sobrecogedora e incisiva la manera como la ausencia de

un retrato pone al espectador en un juego de construcción activa, donde se siente parte

del conocer y concebir, del que discrimina como el que incluye. El resultado es una

declaración triste pero poderosa donde se transforma el pasado en un continuo presente.

Así, la desaparición forzada, los asesinatos, el dilatado proceso de paz parecen asomarse

como un pie de página y nos demuestran que aquellos nombres que desaparecen a diario

hacen parte de una historia de larga duración en donde de forma continua nacen nuevas

diferencias que traen consigo nuevos olvidos.

No hay nada conclusivo. Si se tratara de olvidar los desatinos de la exposición con sus

excesos, colores y voces enfrentadas, se descubre un microcosmos de miradas, piezas,

cruces, cortes, pliegues, olvidos, recuerdos, falsedades, que no sólo ponen al Museo

como una institución vital, sino que nos demuestra que a pesar de todo aquello

ostentoso que hay detrás de las conmemoraciones, se consigue encontrar que más que

certificar cien años más de la independencia, se debería persistir en su inacabada

construcción.

You might also like