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Dios llega al alma despojado de todo su esplendor. Llega sólo como algo que pide ser amado.

No puede exhibir
ningún título para ser amado, salvo el de ser el Bien absoluto. Pero eso equivale a nada para la parte creada,
mortal, carnal del alma. Para esa parte del alma, en cuyo nivel se sitúa la conciencia, Dios no tiene ningún
título que lo haga digno de ser amado. Es el mendigo absoluto. Demanda amor sin mostrar nada que le dé
derecho, y sin ofrecer nada a cambio. Es exclusivamente demanda. Absolutamente pobre...

Leon Bloy en el fondo, él diría, Jesús es el único mendigo de verdad, el único que tiene "derecho a mendigar";
al pobre se le da -si no el derecho- el privilegio de mendigar -y por lo tanto de tomar en cierta manera el lugar
de Cristo-.

...Dice santa Teresa [2] que es necesario alimentar el amor. Cuando estamos en tinieblas, en sequedades, la leña
no se encuentra a nuestro alcance; pero ¿no tendremos que echar en él al menos unas pajitas? Jesús es lo
bastante poderoso para alimentar él solo el fuego; sin embargo, le gusta vernos echar en él algo que lo alimente.
Es éste un detalle que le agrada, y entonces arroja él al fuego mucha leña. A él nosotras no le vemos, pero
sentimos la fuerza del calor del amor. Yo lo he visto por experiencia: cuando no siento nada, cuando soy
INCAPAZ de orar y de practicar la virtud, entonces es el momento de buscar pequeñas ocasiones, naderías que
agradan a Jesús más que el dominio del mundo e incluso que el martirio soportado con generosidad. Por
ejemplo, una sonrisa, una palabra amable cuando tendría ganas de callarme o de mostrar un semblante enojado,
etc., etc....(23 julio )

...Jesús se hace pobre para que nosotras podamos darle limosna, nos tiende la mano como un mendigo,
para que cuando aparezca en su gloria el día del juicio, pueda hacernos oír aquellas dulces palabras: "Venid
vosotros, benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui
forastero y me hospedasteis, estuve enfermo y en la cárcel y me socorristeis". El mismo Jesús que pronunció
estas palabras es quien busca nuestro amor, quien lo mendiga... [3] Se pone, por así decirlo, a nuestra merced.
No quiere tomar nada sin que se lo demos, y hasta la cosa más insignificante es preciosa a sus ojos divinos...(2
agosto)

-Es que... ¡no puedo!- grité. Inmediatamente lamenté la confesión, pues su mirada se hizo más dura.

-¡ Si no puedes rezar, inténtalo una y otra vez ! Escucha : yo también he tenido mis dificultades. El diablo llegó
a inspirarme tal horror a la oración que me caían grandes gotas de sudor cada vez que recitaba mi breviario...
¿ Comprendes?

-Oh, lo comprendo muy bien - respondí con tal ímpetu, que me examinó largamente de los pies a la cabeza;
pero sin malevolencia, sino todo lo contrario...

-Escucha -dijo-, no creo haberme equivocado respecto a ti. Trata de responder a la pregunta que voy a hacerte...
No es que mi prueba valga mucho, es tan sólo una idea mía, un medio de reconocerme y algunas veces me ha
engañado, como es natural. He reflexionado mucho sobre la vocación. Todos nos hemos sentido llamados, sea,
pero no de la misma manera. Y para simplificar las cosas comienzo por situarnos a cada uno de nosotros en su
verdadero lugar en el Evangelio. ¡Claro que eso nos rejuvenece dos mil años! Pero el tiempo no es nada para
Dios y su mirada lo atraviesa. Me digo a mí mismo que mucho antes de nuestro nacimiento -para hablar en
lenguaje humano- Nuestro Señor nos encontró en alguna parte, en Belén, en Nazareth, en los caminos de
Galilea... ¿qué sé yo? Un día entre los días, sus ojos se fijaron en nosotros y según el lugar, la hora y la
coyuntura, nuestra vocación tomó un carácter particular. Claro que no pretenda dar una formulación teológica a
mis palabras. Pero, en fin, pienso... imagino, sueño, ¿por qué no?... que si nuestra alma que no ha olvidado, que
lo recuerda siempre, pudiese arrastrar a nuestro pobre cuerpo de siglo en siglo... hacerle remontar esa enorme
pendiente de dos mil años, le conduciría directamente a ese mismo lugar donde... ¿Pero qué te ocurre?

Yo no me había dado cuenta de que estaba llorando, ni siquiera me había preocupado de que aquello pudiera
suceder.

-¿Por qué lloras?

La verdad es que desde siempre me vuelvo a encontrar en el Monte de los Olivos... y en aquel momento, sí, es
extraño, en aquel momento preciso en que posando la mano en el hombro de Pedro, hizo El aquella pregunta
-bien inútil, en suma, casi ingenua; pero tan cortés, tan tierna- : ¿Duermes? Era un movimiento anímico muy
familiar, muy natural del que hasta aquel momento no me había dado cuenta y de pronto...-¿Qué es lo que te
ocurre? -repitió el cura de Torcy, con impaciencia-. Ni siquiera me escuchas... estás soñando. Quien quiera
rezar, amigo mío, no debe soñar. Así la plegaria se diluye en sueño y no hay nada más grave para el alma que
esa hemorragia.

Abrí la boca para responder, pero no pude... Diario de un Cura Rural - Bernabos

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