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Problemas en recién nacidos y lactantes

Un bebé que nace al término del embarazo ha permanecido entre 37 y


42 semanas en el útero; uno nacido antes de las 37 semanas es
considerado prematuro, y uno que haya nacido después de las 42
semanas se considera "nacido después de término" (o posmaduro).
En los tres casos se prevén problemas de tipo diferente.

Prematuridad

La prematuridad es un proceso que afecta al desarrollo del bebé


nacido antes de que se hayan cumplido 37 semanas de gestación.
La prematuridad, especialmente en caso de ser extrema, es la causa
principal de los problemas e incluso de la muerte tras el parto.
Algunos de los órganos internos del bebé pueden no haberse
desarrollado completamente, lo que le expone a un riesgo mayor de
padecer determinadas enfermedades.
En general, se desconoce la razón por la cual un bebé nace prematuramente. Sin embargo, el
riesgo de un parto prematuro es mayor en las mujeres solteras con menores ingresos y escasa
educación. El cuidado prenatal inadecuado, una nutrición deficiente o una enfermedad o infección
no tratadas durante el embarazo también exponen a la mujer a un elevado riesgo de parto
prematuro. Por razones desconocidas, las mujeres de etnia negra son más propensas a tener un
parto prematuro que las pertenecientes a otros grupos étnicos.
Si el cuidado médico se inicia al comienzo del embarazo, el riesgo de parto prematuro disminuye
y, en caso de que éste se presente, mejora el pronóstico. Si las contracciones prematuras y el
parto precoz parecen evidentes, el médico puede administrar medicamentos tocolíticos para
detener el parto temporalmente y corticosteroides para acelerar la maduración de los pulmones
del feto.
El desarrollo adecuado de los pulmones es fundamental para el recién nacido. Para que el bebé
pueda respirar por sí mismo, los sacos de aire (alvéolos) de los pulmones deben ser capaces de
llenarse de aire en el momento de nacer y permanecer abiertos. Logran hacerlo debido, en gran
medida, a una sustancia llamada surfactante, que se produce en los pulmones y reduce la tensión
superficial. Los bebés prematuros no suelen producir suficiente surfactante y, en consecuencia,
los sacos de aire de los pulmones no permanecen abiertos. Entre una inspiración y otra, los
pulmones sufren un colapso completo. La enfermedad resultante, el síndrome del distrés
respiratorio, puede provocar otros problemas significativos, que en algunos casos llegan incluso a
ser mortales. Los bebés con este síndrome requieren tratamiento con oxígeno; si la enfermedad
es grave, se ponen en un respirador artificial y se tratan con surfactante, que puede administrarse
directamente mediante un tubo introducido en la garganta del bebé (tráquea).
Además de unos pulmones inmaduros, un bebé prematuro tiene un desarrollo cerebral
incompleto, lo cual contribuye a provocar pausas en la respiración (apnea), debido a que el
centro respiratorio del cerebro puede ser inmaduro. Es posible utilizar medicinas para reducir la
frecuencia de la apnea y el bebé se recuperará a medida que el cerebro madure. Un cerebro muy
inmaduro es vulnerable a hemorragias o a lesiones si se interrumpe el suministro de oxígeno o de
sangre. Aun cuando exista hemorragia cerebral, la mayoría de los bebés prematuros se desarrolla
normalmente, a menos que presenten una lesión cerebral grave.
El desarrollo prematuro del cerebro puede impedir inicialmente que el bebé succione y trague
normalmente. Muchos bebés prematuros se alimentan por vía intravenosa al principio y luego
pasan a la alimentación con leche suministrada a través de un tubo que llega al estómago. A las
34 semanas de edad, deben ser capaces de tomar la leche del pecho materno o de un biberón.
Inicialmente, el reducido tamaño del estómago puede limitar la cantidad que se les puede
administrar en cada lactación; cuando es demasiada, el bebé la vomita.
Los bebés prematuros son particularmente propensos a sufrir fluctuaciones en los valores de
azúcar (glucosa) en sangre (ya sean altos o bajos).
El sistema inmune de los bebés prematuros no se encuentra totalmente desarrollado. No han
recibido el complemento necesario de anticuerpos contra las infecciones, que les proporciona su
madre a través de la placenta. El riesgo de contraer infecciones graves, sobre todo las que
afectan al flujo sanguíneo (sepsis), es considerablemente más alto en los bebés prematuros que
en los nacidos a término. También son más propensos a contraer enterocolitis necrosante (una
inflamación muy grave del intestino).
Antes del nacimiento, los productos de desecho del feto atraviesan la placenta y son excretados
por la madre. Después del parto, los riñones y el intestino deben hacerse cargo de esta función.
La función renal en un bebé sumamente prematuro es limitada, pero mejora a medida que los
riñones maduran. Después del parto, el bebé necesita un funcionamiento hepático normal,
además del intestinal, para excretar bilirrubina (pigmento amarillo derivado de la destrucción
normal de los glóbulos rojos) por las heces. La mayoría de los recién nacidos, sobre todo los
prematuros, presenta un aumento temporal en la concentración de bilirrubina en sangre que
puede causar ictericia. Dicho incremento se produce porque su función hepática carece de
suficiente madurez y, además, porque no poseen la misma capacidad de ingerir alimentos y
tienen menos movimientos intestinales que los bebés mayores. Los niveles muy altos de
bilirrubina pueden producir querníctero, una forma de lesión cerebral. Sin embargo, la mayoría de
los bebés tiene algo de ictericia, que no es grave y desaparece a medida que mejoran tanto su
alimentación como sus movimientos intestinales.
Habitualmente, los bebés prematuros son colocados en una incubadora, ya que pierden calor
rápidamente y tienen dificultades para mantener la temperatura normal del cuerpo.

Bebé nacido después de término

Los nacimientos después de término (posmaturidad) son aquellos en los que el embarazo dura
más de 42 semanas.
En general, se desconoce la razón por la que un feto permanece en el útero durante un período
superior a la duración normal (entre 38 y 42 semanas).
La placenta empieza a encogerse y su función disminuye a medida que el embarazo se acerca a
su final (40 semanas), lo cual se acentúa en el curso de las semanas posteriores al término de
este plazo. El feto puede tener que usar sus propias reservas de grasa e hidratos de carbono
para obtener energía, puesto que la placenta es cada vez menos capaz de proporcionarle los
nutrientes necesarios. En consecuencia, el índice de crecimiento disminuye. Si la placenta no
puede proporcionar suficiente oxígeno durante el parto, puede producirse sufrimiento fetal, que
expone al feto a un riesgo de lesión cerebral y de otros órganos. Esta lesión es probablemente el
mayor riesgo para un bebé posmaduro y para prevenir tales problemas muchos médicos inducen
el parto si el embarazo excede las 42 semanas.
Existen varios problemas característicos de los bebés nacidos después de término. Son
propensos a tener bajas concentraciones de azúcar (glucosa) en sangre después del parto,
porque las reservas de energía se reducen en el momento del nacimiento y pueden ser incluso
más bajas si el suministro de oxígeno durante el parto ha sido escaso. Estos bebés también son
más propensos a desarrollar el síndrome de aspiración de meconio.

Bebé pequeño para su edad gestacional

Un bebé más pequeño de lo normal para el tiempo que ha pasado en el útero, ya sea prematuro,
nacido a término o posmaduro, se considera pequeño para su edad gestacional.
Un recién nacido puede ser pequeño al nacer debido a factores hereditarios (padres pequeños o
un trastorno genético) o porque la placenta no ha funcionado bien y no ha suministrado al feto
nutrientes y oxígeno suficientes. La placenta puede haber funcionado mal si durante el embarazo
la madre tenía la presión arterial alta, una enfermedad renal o una diabetes de larga evolución.
Las madres adictas a los narcóticos, a la cocaína o que han sido alcohólicas o muy fumadoras
también tienden a tener bebés pequeños para su edad gestacional. Con menos frecuencia, la
infección de la madre y del feto por citomegalovirus, el virus de la rubéola, o por Toxoplasma
gondii pueden interferir el crecimiento del feto.
Independientemente del tamaño, los bebés pequeños para su edad gestacional habitualmente
presentan el mismo comportamiento que los bebés normales. A diferencia de un bebé prematuro,
un bebé pequeño para su edad gestacional pero nacido a término, tiene los órganos internos
totalmente desarrollados. Si el crecimiento del bebé se ha retrasado debido a una nutrición
inadecuada mientras se encontraba en el útero, puede recuperarse rápidamente después del
parto recibiendo la nutrición adecuada.
Un feto que haya crecido lentamente debido a un mal funcionamiento de la placenta, puede que
no reciba suficiente oxígeno durante el parto. Durante cada contracción, las arterias de la madre
que se dirigen a la placenta se comprimen en el punto en que atraviesan la pared uterina, con lo
que fluye menos sangre a través de ellas. Si la función de la placenta se encontraba al límite
antes del parto, la reducida irrigación sanguínea durante el mismo puede poner en peligro el
suministro de oxígeno y lesionar el feto. Habitualmente, la frecuencia cardíaca del feto se hace
más lenta durante las contracciones del parto. Si tarda en volver a la velocidad normal
(aceleración tardía) o no varía con los movimientos del feto, ello indica que el suministro de
oxígeno es inadecuado. Cuando hay evidencia de sufrimiento fetal, el parto debe ser realizado
rápidamente, a menudo por cesárea.
Un bebé que durante el parto no recibe suficiente oxígeno puede
verter sus deposiciones (meconio) al líquido amniótico. Si el bebé
aspira líquido que contiene meconio, sus pulmones resultan
afectados. El meconio aspirado puede tapar algún bronquio,
causando un colapso en varias zonas de los pulmones; también
puede ocasionar inflamación o neumonitis. Ambos problemas hacen
que la función pulmonar sea insuficiente.
Al igual que el bebé posmaduro, el pequeño para su edad gestacional
es más propenso a presentar bajas concentraciones de azúcar
(glucosa) en la sangre, (hipoglucemia), durante las primeras horas y los primeros días posteriores
al parto, por no haber almacenado suficiente glucosa durante la gestación.

Bebé grande para su edad gestacional

Un bebé que pesa más de lo normal para el tiempo que ha pasado en útero, ya sea prematuro,
nacido a término o posmaduro, es considerado grande para su edad.
La razón principal por la que un bebé puede ser anormalmente grande, aparte de los factores
hereditarios, es la diabetes de la madre durante el embarazo. El azúcar (glucosa) en sangre de la
madre entra en la placenta y, como respuesta a una elevada concentración de glucosa, el
páncreas del feto produce una gran cantidad de insulina. Este hecho le hace crecer
excesivamente. Cuanto menor sea el control de la diabetes de la madre, más grande será el
bebé. Su tamaño puede dificultar el parto vaginal y aumentar las posibilidades de resultar
lesionado. Por esta razón, un bebé grande para su edad gestacional es probable que nazca por
cesárea.
Al nacer, cuando se corta el cordón umbilical, la glucosa de la madre deja repentinamente de
pasar al bebé, pero los valores de insulina de éste aún son elevados. Es posible entonces que las
concentraciones de glucosa en sangre del bebé desciendan rápidamente, causando hipoglucemia
al cabo de una o dos horas después del parto. El bebé puede que no presente ningún síntoma de
hipoglucemia, puede estar nervioso, apático, debilitado o somnoliento, puede mamar muy poco e
incluso puede tener convulsiones. El control de la diabetes de la madre contribuye a prevenir la
hipoglucemia del bebé. Los valores de glucosa en la sangre del bebé son controlados
atentamente y, si es necesario, se le administra glucosa intravenosa en las horas posteriores al
parto.
Los bebés de madres diabéticas presentan valores anormalmente altos de glóbulos rojos. Por
consiguiente, son propensos a desarrollar cantidades elevadas de bilirrubina en sangre (pigmento
amarillo formado durante la normal destrucción de glóbulos rojos), que produce ictericia. Esta
enfermedad puede requerir tratamiento con fototerapia (exposición a luces de bilirrubina) y sólo
en raras ocasiones se requiere un cambio total de sangre (exanguinotransfusión).
Los bebés nacidos de madres diabéticas son más propensos a tener pulmones inmaduros y a
desarrollar el síndrome de distrés respiratorio, incluso aunque nazcan tras un embarazo
considerablemente prolongado. Los análisis del líquido amniótico realizados antes de la inducción
del parto electivo pueden determinar si los pulmones del feto han madurado.

Lesiones producidas durante el nacimiento

Los huesos de la pelvis de la madre constituyen el canal del parto. Habitualmente, un bebé
cuenta con suficiente espacio para atravesarlo. Sin embargo, si el canal es pequeño o si el feto
es grande (como ocurre a menudo con las madres diabéticas), el paso a través del mismo puede
ser difícil o producir lesiones. Cuando los exámenes determinan que el bebé es demasiado
grande para el canal de nacimiento de la madre, el empleo de la cesárea en lugar de los fórceps
reduce el riesgo de lesión.
Prácticamente cualquier parte del recién nacido puede lesionarse durante el parto. En general,
las lesiones son leves y se curan rápidamente. Las magulladuras (hematomas) son frecuentes y
no comportan consecuencias. Los huesos del cráneo del feto no se encuentran unidos para que la
cabeza pueda amoldarse al canal del parto mientras lo atraviesa. Es completamente normal que
la cabeza se deforme, aunque su forma vuelve a la normalidad al cabo de pocos días. Las
lesiones graves en la cabeza son poco frecuentes y, en la actualidad, las lesiones traumáticas en
el cerebro son sumamente raras. Los nervios pueden sufrir estiramientos durante un parto difícil,
sobre todo los de los brazos, produciéndose una debilidad temporal o permanente del brazo
(parálisis de Erb). En ciertos casos, se producen fracturas, sobre todo del hueso del cuello, pero
por lo común se curan rápidamente sin ningún problema residual.
Síndrome del distrés respiratorio

El síndrome del distrés respiratorio (denominado antiguamente enfermedad de la membrana


hialina) es un trastorno respiratorio por el cual los sacos de aire (alvéolos) que se encuentran en
los pulmones del bebé no pueden permanecer abiertos debido a una alta tensión superficial
derivada de una insuficiente producción de surfactante.
Para que un bebé pueda respirar por sí mismo, los sacos de aire de los pulmones deben ser
capaces de permanecer abiertos y llenarse con aire después del nacimiento. Esto se realiza
principalmente gracias a una sustancia llamada surfactante, que es producida por las células de
los sacos de aire y reduce la tensión superficial. El surfactante se produce a medida que los
pulmones del feto maduran, a menudo hacia las 34 y casi siempre 37 semanas de gestación.
El síndrome de distrés respiratorio se produce casi exclusivamente en los bebés prematuros
(cuanto más prematuro es el bebé, mayor es la posibilidad de que presente este síndrome). Este
trastorno afecta en mayor medida a los bebés de madres diabéticas.

Síntomas y diagnóstico

Los bebés muy prematuros pueden ser incapaces de comenzar a respirar porque sin el
surfactante los pulmones están demasiado rígidos. Los bebés de tamaño ligeramente mayor
pueden empezar a respirar, pero como los pulmones tienden a colapsarse, se produce un distrés
respiratorio. En estos bebés, la respiración es rápida y dificultosa, con enrojecimiento de los
orificios nasales; contraen la pared torácica al inspirar y emiten ruidos como gruñidos al espirar.
El distrés puede comenzar inmediatamente después del parto o algunas horas más tarde. Si el
síndrome de distrés respiratorio es grave, los músculos respiratorios finalmente quedan
extenuados, la respiración se vuelve todavía más deficiente y los tejidos no reciben el suficiente
oxígeno, motivo por el cual la piel aparece azulada. Sin tratamiento, un bebé con un síndrome de
distrés respiratorio puede fallecer.
El diagnóstico del síndrome de distrés respiratorio se basa en la historia clínica de la madre (por
ejemplo, parto prematuro o diabetes), una exploración física del bebé al nacer y una radiografía
del tórax donde se observe que los pulmones del bebé no están completamente expandidos.

Complicaciones

Cuando los pulmones están rígidos se requiere más presión para expandirlos, provenga del
propio bebé o de un respirador artificial. En consecuencia, el pulmón puede reventar, dejando que
el aire se escape hacia la cavidad torácica. Este aire produce un colapso pulmonar y perjudica la
ventilación y la circulación. El colapso pulmonar (una situación denominada neumotórax)
habitualmente requiere tratamiento inmediato. Este tratamiento consiste en la extracción del aire
del tórax con una jeringa y una aguja y posteriormente se coloca un tubo en el pecho del bebé
cuyo extremo se sitúa por debajo de un nivel de agua, para que el aire liberado no retroceda y
vuelva a acumularse.
Además, los bebés con el síndrome de distrés respiratorio corren mayor riesgo de sufrir
hemorragia cerebral. Este riesgo es mucho menor si la madre ha sido tratada con corticosteroides
antes del parto.

Prevención y tratamiento

El riesgo de síndrome de distrés respiratorio se reduce ampliamente si el parto se retrasa hasta


que los pulmones del feto hayan producido suficiente surfactante. Si un feto corre el riesgo de
nacer prematuramente, puede realizarse una amniocentesis para obtener una muestra del líquido
amniótico en la que puedan estimarse los valores de surfactante.
Si el médico considera que los pulmones del feto son prematuros pero que el parto no puede
retrasarse, puede administrar a la madre un corticosteroide al menos 24 horas antes del momento
estimado para el parto. El corticosteroide atraviesa la placenta hasta llegar al feto y estimula sus
pulmones para que produzcan surfactante.
Después del parto, un niño con síndrome de distrés respiratorio leve puede necesitar solamente
permanecer en una cámara de oxígeno. Los bebés más enfermos pueden necesitar un respirador
artificial y tratamiento con surfactante.
Se le puede administrar un surfactante similar al natural directamente por goteo a través de un
tubo colocado en la tráquea. Ello aumenta la posibilidad de supervivencia al reducir la gravedad
del síndrome de distrés respiratorio y el riesgo de complicaciones tales como el desgarro
pulmonar. El surfactante se puede administrar inmediatamente después del nacimiento a un niño
muy prematuro susceptible de desarrollar el síndrome, o bien en cuanto aparezcan las señales
del mismo. El bebé es controlado minuciosamente para tener la certeza de que tolera el fármaco
surfactante y de que su respiración va mejorando. Los tratamientos pueden continuar durante
varios días, hasta que el niño empiece a producir su propio surfactante.

Taquipnea transitoria

La taquipnea transitoria (respiración rápida transitoria, síndrome neonatal del pulmón húmedo) es
una situación transitoria de distrés respiratorio y bajos valores de oxígeno en la sangre, que no
es tan grave como el síndrome de distrés respiratorio.
En general, el líquido en los pulmones del feto se absorbe rápidamente después del nacimiento.
La taquipnea transitoria deriva de una absorción tardía del mismo. Los niños con taquipnea
transitoria nacen a término o casi y generalmente por cesárea. Poco después del parto, el bebé
comienza a respirar rápidamente, emite gruñidos y contrae la pared torácica al inhalar. La piel del
niño puede volverse azulada (cianótica) por la falta de oxígeno en la sangre. En la radiografía de
tórax se observa líquido en los pulmones.
El oxígeno suele ser el único tratamiento necesario, aunque algunos niños pueden requerir
presión respiratoria positiva continua (respiración contra una presión que proviene de unos tubos
ubicados en los orificios nasales) o la asistencia de un respirador artificial. La mayoría de los
niños se recupera completamente en un plazo de 1 a 3 días cuando el líquido pulmonar se ha
absorbido.

Apnea del prematuro

La apnea del prematuro es un trastorno en el cual el neonato deja de respirar transitoriamente y


suele definirse como una interrupción de la respiración de 15 a 20 segundos.
La apnea del prematuro puede presentarse en niños nacidos antes de las 34 semanas de
embarazo y aumenta su frecuencia entre los nacidos más prematuramente. Se considera que la
causa es la inmadurez de la parte del cerebro que controla la respiración (el centro respiratorio).
La obstrucción de los conductos respiratorios superiores, unida a la inmadurez, también puede
interferir la respiración. Ocasionalmente, el reflujo gastroesofágico, por el cual los contenidos
ácidos del estómago retroceden (reflujo) hacia dentro del esófago, puede estimular un reflejo que
origina la apnea.

Síntomas

A menudo, los períodos de apnea aparecen dentro de los primeros días después del parto. El niño
puede padecer episodios de respiración regular con breves pausas (respiración periódica). Si las
pausas duran más de 20 segundos, los valores de oxígeno en la sangre pueden bajar, causando
una coloración oscura o azulada de la piel y una disminución de la frecuencia cardíaca.

Tratamiento

Mantener la cabeza y el cuello del bebé en línea recta mientras está boca arriba, o colocarlo de
lado, ayuda a evitar la obstrucción de las vías respiratorias. Si los episodios de apnea continúan,
particularmente si el niño se pone azul por falta de oxígeno o la frecuencia cardíaca disminuye,
se le pueden administrar fármacos como aminofilina o cafeína. Estos fármacos estimulan el
centro respiratorio del cerebro, facilitando una respiración más continuada y produciéndose
menos episodios de apnea. Si éstos siguen siendo importantes, se puede administrar un segundo
fármaco, como el doxapram. Si el problema empeora, puede ser necesario recurrir a la presión
respiratoria positiva continua o colocar un respirador artificial.
El reflujo gastroesofágico se trata espesando la leche que toma el niño con cereal de arroz y
elevando la cabecera de la cama. En ocasiones pueden usarse medicinas para reducir la
frecuencia del reflujo.
La mayoría de los niños prematuros deja de padecer episodios de apnea antes de llegar al
término de la edad de gestación considerada como final (con frecuencia 34 semanas después del
comienzo del embarazo) y, cuando se les da de alta, ya han superado el problema por completo.
En ocasiones, los niños prematuros de mayor tamaño que aún padecen episodios de apnea, son
enviados a casa con un aparato que controla la respiración o la frecuencia cardíaca.
Hipertensión pulmonar

La hipertensión pulmonar (una presión de la sangre en los pulmones elevada) es una alteración
por la cual los vasos sanguíneos que se encuentran en los pulmones del recién nacido se
contraen y limitan gravemente la circulación sanguínea en su interior. En consecuencia, los
valores de oxígeno en la sangre disminuyen de manera alarmante y el trastorno puede poner en
peligro la vida del bebé.
La sangre del bebé no necesita circular a través de los pulmones para ser oxigenada puesto que
el feto no respira aire. Por ello, gran parte de su sangre pasa directamente del lado derecho del
corazón al izquierdo a través de una comunicación entre las aurículas (foramen oval). La mayor
parte de la sangre que continúa a través del lado derecho del corazón pasa de la arteria pulmonar
a la aorta a través de un vaso sanguíneo que las une (ductus arteriosus). Sólo una pequeña
fracción de la sangre del lado derecho del corazón atraviesa los pulmones. En el momento del
nacimiento, el foramen oval y el ductus arteriosus normalmente se cierran y la sangre del lado
derecho del corazón fluye a través de los pulmones. Sin embargo, en algunos bebés recién
nacidos, los vasos sanguíneos que se encuentran en los pulmones se contraen y entonces el
foramen oval permanece abierto, lo cual puede también suceder con el ductus arteriosus. Cuando
esto ocurre, la mayor parte de la sangre bombeada por el lado derecho del corazón no pasará por
los pulmones (como ocurre normalmente en el feto), dando lugar a niveles muy bajos de oxígeno
en la sangre.
La hipertensión pulmonar se presenta más frecuentemente en niños posmaduros o en aquellos
cuyas madres han ingerido grandes dosis de aspirina o indometacina durante el embarazo. Con
frecuencia se presenta en niños que padecen otras enfermedades pulmonares, como síndrome de
aspiración de meconio o neumonía, pero también puede desarrollarse en niños cuyos pulmones
no presentan ninguna otra anomalía.

Tratamiento

Un niño con hipertensión pulmonar suele ser colocado en un ambiente que contenga oxígeno al
cien por cien, por lo general, conectado a un respirador artificial. Puede administrársele
bicarbonato sódico por vía intravenosa. Ambos tratamientos facilitan la dilatación (apertura) de
los vasos sanguíneos que se encuentran en los pulmones. Quizás sea necesario mantener la
presión de la sangre del resto del cuerpo del niño con líquidos o medicamentos; de lo contrario, la
baja presión de la sangre en el resto del cuerpo ocasionará un menor flujo sanguíneo en los
pulmones porque aumentará el paso de sangre del lado derecho al izquierdo del corazón.
En los niños más gravemente enfermos es posible utilizar una técnica conocida con el nombre de
oxigenación a través de una membrana extracorpórea, hasta que se resuelva la hipertensión
pulmonar. Por medio de esta técnica se hace circular la sangre del niño a través de una máquina
cardiopulmonar (membrana oxigenadora) que le agrega oxígeno y le quita anhídrido carbónico; la
sangre así oxigenada retorna al niño. Se está investigando un nuevo tratamiento por el cual se
hace respirar al niño una concentración muy baja de óxido nítrico, que dilata los vasos
sanguíneos de los pulmones.

Síndrome de aspiración de meconio

El síndrome de aspiración de meconio se origina cuando un feto aspira meconio, lo cual puede
obstruir los conductos respiratorios e irritar los pulmones.
El meconio es la materia verde oscuro que se encuentra en el intestino de un feto de 36 semanas
de gestación. A modo de respuesta a cualquier causa de sufrimiento, como una oxigenación
inadecuada a través de la placenta, el feto excreta meconio en el líquido amniótico. El feto con
sufrimiento también abre la boca enérgicamente, aspirando en sus pulmones el líquido
contaminado. Después del nacimiento, el meconio puede obstruir las vías respiratorias, causando
el colapso de los sacos de aire (alvéolos) abastecidos por ellas. Así mismo, el aire inhalado
puede quedar atrapado en ciertas zonas abastecidas por bronquios parcialmente obstruidos y
esto causa hiperinsuflación pulmonar. La hiperinsuflación puede provocar la rotura del pulmón y
su posterior colapso (neumotórax).
El síndrome de aspiración de meconio es generalmente muy grave en los bebés posmaduros, ya
que han estado rodeados de una menor cantidad de líquido amniótico. Por consiguiente, el
meconio aspirado es más espeso y puede obstruir más fácilmente las vías respiratorias.
Tratamiento

Los intentos para prevenir el síndrome de aspiración de meconio comienzan en la sala de


alumbramiento. El médico succiona de inmediato la boca, la nariz y la garganta del recién nacido
para eliminar cualquier líquido que contenga meconio. Seguidamente se puede colocar un tubo en
la tráquea del recién nacido para que sea posible succionar el resto.
En la maternidad, los pulmones del niño se succionan reiteradamente. Si es necesario, se
administra oxígeno al bebé o se le coloca un respirador artificial bajo un control estricto por si se
presentan complicaciones, como hipertensión pulmonar persistente o neumotórax.

Neumotórax

El neumotórax es una acumulación de aire en la cavidad del tórax que rodea el pulmón y que
provoca un colapso pulmonar.
En un niño con pulmones rígidos, sobre todo el que respira asistido por un respirador artificial,
puede filtrarse aire de los sacos aéreos al tejido conectivo pulmonar y luego hacia las partes
blandas localizadas entre el pulmón y el corazón (este estado se denomina neumomediastino).
Habitualmente no afecta a la respiración y no requiere tratamiento alguno. Sin embargo, el
neumomediastino puede progresar hasta convertirse en un neumotórax.
El neumotórax se desarrolla cuando el aire pasa a la cavidad torácica que rodea el pulmón
(espacio pleural), con la posibilidad de que éste pueda resultar comprimido. Un colapso parcial
del pulmón puede no dar síntomas ni requerir tratamiento alguno. Sin embargo, cuando el pulmón
colapsado se encuentra muy comprimido, puede representar una grave amenaza para la vida,
particularmente en un niño con una enfermedad pulmonar grave. El aire atrapado puede colapsar
fuertemente el pulmón, dificultando la respiración y obstruyendo la circulación de sangre dentro
de la cavidad torácica. En tal caso, el aire que rodea los pulmones debe aspirarse rápidamente
mediante una aguja o un tubo.

Displasia broncopulmonar

La displasia broncopulmonar es la lesión pulmonar causada por el respirador artificial.


Los niños que permanecen conectados a un respirador artificial durante mucho tiempo,
habitualmente más de una semana, pueden desarrollar una displasia broncopulmonar. Este
trastorno se observa con más frecuencia en los niños prematuros. Para prevenir esta afección, el
respirador artificial sólo debe utilizarse cuando sea absolutamente necesario y durante el menor
tiempo posible.
La lesión probablemente se produce como consecuencia de que los espacios aéreos sufren un
estiramiento exagerado a causa de la alta presión requerida para inflar los pulmones y por la alta
concentración de oxígeno suministrado. Estos factores pueden causar una inflamación de los
pulmones. Tras varias semanas de inflamación, se desarrollan áreas con cicatrices.
El tratamiento consiste en retirar el respirador artificial de forma progresiva. Una buena nutrición
es esencial para curar los pulmones y favorecer el crecimiento de nuevo tejido pulmonar sano. La
restricción del consumo de líquidos puede ser beneficiosa debido a que éstos tienden a
acumularse en los pulmones inflamados; también puede ayudar el uso de diuréticos con el fin de
aumentar la eliminación de líquido del cuerpo.
En raras ocasiones, los niños con displasia broncopulmonar mueren incluso después de varios
meses de cuidado. En los que sobreviven, los problemas respiratorios disminuyen gradualmente.
Sin embargo, estos niños corren un gran riesgo de contraer neumonía, especialmente vírica,
durante los primeros años de vida.

Retinopatía del prematuro

La retinopatía del prematuro es un trastorno en el cual los vasos sanguíneos que se encuentran
en la parte posterior de los ojos (retina) se desarrollan anormalmente en los niños prematuros;
estos vasos sanguíneos pueden sangrar y, en los casos más graves, la retina puede
desprenderse, causando la pérdida de la visión.
En el feto, los vasos sanguíneos que irrigan la retina crecen a partir del centro de la misma y
alcanzan los bordes exteriores sólo cuando el embarazo está ya avanzado. Por consiguiente, no
alcanzan un desarrollo completo en los niños prematuros. Aunque estos vasos continúan
creciendo después del nacimiento, a veces lo hacen de forma desorganizada, causando la
retinopatía del prematuro. El factor principal de riesgo para contraer esta enfermedad es la
prematuridad extrema; los elevados valores de oxígeno en la sangre, producidos por el
tratamiento de algún trastorno respiratorio, pueden incrementar este riesgo.

Prevención y tratamiento

El buen cuidado prenatal reduce el riesgo de prematuridad. Si el niño es prematuro y tiene


problemas respiratorios, se controla cuidadosamente el suministro de oxígeno para evitar un
incremento excesivo de éste en la sangre.
Los ojos de los bebés prematuros se someten a un exhaustivo control alrededor de 6 semanas
después del nacimiento y luego, cada pocas semanas, hasta el completo crecimiento de los vasos
sanguíneos de la retina. Los cambios leves producidos por la retinopatía del prematuro suelen
curarse de forma espontánea; no obstante, el médico continúa realizando controles de los ojos.
Aun cuando el niño se recupere de la retinopatía, corre un riesgo elevado de padecer miopía,
desviación de los ojos (estrabismo) y poca visión. Los niños con una retinopatía muy grave tienen
un riesgo elevado de sufrir desprendimiento de retina.
En los casos de retinopatía prematura muy grave, la crioterapia (congelación de las porciones
periféricas de la retina) puede reducir el riesgo de desprendimiento de retina y pérdida de la
vista. Los niños con cicatrices producidas por la retinopatía ya curada deben someterse a un
control ocular de por vida, al menos una vez al año. El tratamiento de cualquier anomalía visual
en el primer año de vida es la base para tener buena vista en el futuro. El desprendimiento de
retina puede ser corregido en ciertos casos si se detecta precozmente; de no ser así, el niño
puede perder la visión del ojo afectado.

Problemas de la alimentación y digestión

Los problemas intestinales y de alimentación más frecuentes en el recién nacido no son graves.
Suelen solucionarse espontáneamente o bien pueden tratarse adaptando los hábitos alimentarios.

Regurgitación y vómitos

Los niños suelen devolver (regurgitar) cantidades pequeñas de leche mientras se alimentan o
poco después de la toma, generalmente cuando eructan, y esto se considera normal. A veces la
regurgitación se produce por una ingestión de líquidos demasiado rápida que favorece que
traguen aire. En los niños alimentados con biberón la regurgitación puede reducirse utilizando
biberones con tetinas más firmes y agujeros más pequeños. El hacer eructar al niño más a
menudo durante las tomas ayuda tanto a los bebés alimentados con el pecho como a los que
toman biberón. La regurgitación excesiva puede ser consecuencia de una sobrealimentación.
Aunque se utilicen métodos de alimentación óptimos, muchos niños continúan devolviendo un
poco, lo cual se considera normal.
Por el contrario, el hecho de vomitar en grandes cantidades puede indicar que existe un
problema. El vómito enérgico y reiterado (vómito en proyectil) puede indicar un estrechamiento u
obstrucción de la salida del estómago (estenosis pilórica). La obstrucción del intestino delgado
puede producir un vómito amarillo verdoso teñido de bilis que debe ser evaluado por un médico.
Ciertos trastornos metabólicos, como la galactosemia (elevada cantidad de galactosa en sangre),
también pueden causar vómitos. Un niño que vomita y tiene fiebre, con o sin somnolencia, puede
padecer una infección.

Alimentación insuficiente

Los niños pequeños que han comido lo suficiente, frecuentemente se calman o se quedan
dormidos poco después de cada toma. Por el contrario, un niño que no ha comido lo suficiente
suele estar inquieto, se despierta una o dos horas después de haber comido y parece hambriento.
Un aumento de peso inferior a 170 o 225 gramos a la semana en un niño menor de 4 meses es
anormalmente bajo y puede indicar una alimentación insuficiente. Esto a veces es la causa de un
retraso en el desarrollo.
Para determinar si el problema es una alimentación insuficiente o un problema más grave, el
médico repasa los detalles de la alimentación del niño junto con los padres. Los bebés
alimentados con leche materna que no aumentan de peso lo suficiente, pueden pesarse antes y
después de cada toma para obtener una estimación más precisa de cuánta leche consumen. La
dieta del niño alimentado con biberón puede modificarse aumentando la cantidad total de leche
en cada toma.

Sobrealimentación

Los problemas relacionados con la obesidad que surgen con el paso de los años a veces tienen
su origen en la sobrealimentación durante la lactancia. Además, un niño de padres obesos es más
propenso a la obesidad. De hecho, un bebé tiene un 80 por ciento de probabilidades de ser obeso
si ambos padres lo son. Si el aumento de peso, según se describe en una tabla de crecimiento
normal, es demasiado rápido, puede ser de gran utilidad controlar el ritmo del aumento de peso.

Diarrea

Los recién nacidos habitualmente hacen de cuatro a seis deposiciones líquidas al día. Los niños
que toman el pecho suelen tener evacuaciones frecuentes y espumosas, sobre todo antes de
comenzar a ingerir alimentos sólidos. La consistencia de las mismas no es importante, a menos
que el niño tenga poco apetito, vómitos, pierda peso, no aumente de peso o se observe sangre en
las heces.
La infección producida por bacterias o virus puede producir diarrea súbita grave y constituye la
causa más frecuente de diarrea aguda en los niños pequeños. Una diarrea leve que dura
semanas o meses puede ser causada por diversas circunstancias, como una enfermedad celíaca,
la fibrosis quística, mala absorción del azúcar o una alergia.
La enfermedad celíaca es un trastorno hereditario por el cual el gluten, una proteína de los
cereales presente principalmente en el trigo, origina una reacción alérgica que afecta a la
superficie interna del intestino y deriva en una absorción insuficiente de las grasas de la dieta.
Esta enfermedad causa desnutrición, poco apetito y una defecación clara, abundante y
maloliente. Se trata eliminando de la dieta todos los productos que contengan trigo.
La fibrosis quística es una enfermedad hereditaria que altera la función de varios órganos,
incluyendo el páncreas. Un páncreas afectado por fibrosis quística no produce suficientes
enzimas para digerir proteínas y grasas. Sin las enzimas digestivas apropiadas, el cuerpo pierde
demasiadas proteínas y grasas por las heces y ello produce desnutrición y retraso en el
crecimiento. La defecación es abundante y a menudo maloliente. Para controlar el problema
puede administrarse extracto de páncreas por vía oral.
La mala absorción de azúcares se produce cuando el bebé carece de ciertas enzimas intestinales
que permiten digerir determinados azúcares (por ejemplo, la lactasa para digerir lactosa). Las
enzimas pueden estar ausentes temporalmente debido a una infección intestinal o bien de forma
permanente a causa de un problema hereditario. El problema puede ser tratado eliminando los
azúcares específicos de la dieta.
Aunque en raras ocasiones una alergia a la leche puede causar diarrea, vómitos y sangre en la
defecación. Los síntomas suelen desaparecer rápidamente cuando un tipo de leche se sustituye
por un preparado de soja, pero reaparecen en cuanto se vuelve a la leche. Sin embargo, algunos
bebés que no toleran la leche tampoco toleran fórmulas de soja. Los niños casi nunca son
alérgicos a la leche materna.

Estreñimiento

Es difícil identificar el estreñimiento en el bebé ya que la cantidad de deposiciones puede variar


considerablemente. Un bebé que en ocasiones defeca cuatro veces al día, en otros momentos
puede hacerlo una sola vez cada 2 días.
Muy frecuentemente los niños sufren una pequeña molestia cuando excretan materia fecal dura y
grande, mientras otros lloran cuando eliminan una blanda. El ano de un bebé menor de 3 meses
de edad puede ser estrecho, lo que supone un esfuerzo persistente y la eliminación de heces
delgadas. El médico puede diagnosticar este problema introduciendo suavemente un dedo con un
guante en el ano del niño. Dilatando el ano, una o dos veces, se suelen aliviar los síntomas.
Una deposición de gran tamaño puede rasgar el revestimiento del ano (fisura anal), causando
dolor durante la evacuación y la posible aparición de una pequeña cantidad de sangre de color
rojo intenso en las heces. El médico puede identificar una fisura con un anoscopio. En los bebés,
la mayoría de las fisuras sana rápidamente sin tratamiento, pero un laxante suave puede facilitar
su curación.
El estreñimiento intenso persistente, sobre todo si empieza antes del primer mes, puede indicar
un problema más grave. Estos problemas incluyen la enfermedad de Hirschsprung (una cantidad
de nervios deficiente con un intestino demasiado grande) o el mal funcionamiento de la glándula
tiroides.
Enterocolitis necrosante

La enterocolitis necrosante es una enfermedad por la cual la superficie interna del intestino sufre
lesiones y se inflama; en caso de ser grave, una porción del mismo puede morir (se necrosa),
ocasionando perforación intestinal y peritonitis.
La enterocolitis necrosante afecta principalmente a los recién nacidos prematuros. Aún no se han
identificado completamente las causas que la producen. Entre ellas puede figurar una inadecuada
irrigación de sangre hacia el intestino que puede lesionar parte del mismo. Las bacterias pueden
invadir la pared intestinal dañada y producir gas dentro de la misma. Si la pared intestinal se
perfora, los contenidos intestinales pueden verterse dentro de la cavidad abdominal y producir
una infección (peritonitis); ésta puede propagarse al flujo sanguíneo (sepsis) e incluso causar la
muerte.

Síntomas y diagnóstico

Los lactantes que padecen enterocolitis necrosante no toleran la alimentación y presentan un


abdomen dilatado. Finalmente, pueden vomitar contenido intestinal teñido de bilis y puede que se
observe sangre en la defecación. La infección del flujo sanguíneo puede causar letargo y una
temperatura corporal anormalmente baja. La sangre puede volverse ácida y el niño puede
padecer breves períodos de apnea durante los cuales cesa la respiración. Las radiografías del
abdomen pueden mostrar el gas producido por las bacterias dentro de la pared intestinal, lo que
confirma el diagnóstico de enterocolitis necrosante.

Tratamiento y pronóstico

Algunas pruebas sugieren que la leche materna puede proteger a los niños prematuros de la
enterocolitis necrosante. En los bebés prematuros muy pequeños o enfermos, es posible reducir
el riesgo retrasando la alimentación oral durante varios días y después aumentando
progresivamente la cantidad de tomas. En caso de sospecha de una enterocolitis necrosante, se
suspende la lactancia de inmediato. La presión en el intestino se alivia eliminando el gas y el
líquido por medio de un tubo de succión colocado en el estómago. Se administran líquidos por la
vena y se comienza un tratamiento con antibióticos inmediatamente.
Si se perfora el intestino o la cavidad abdominal se infecta, es necesario proceder a la cirugía,
que será también necesaria si el estado del bebé empeora progresivamente. Sin embargo,
aproximadamente el 70 por ciento de los niños con enterocolitis necrosante no requiere cirugía.
Durante la misma, se extraen las porciones del intestino perforadas o muertas (necrosadas). Los
extremos cortados del intestino pueden abocarse en la superficie de la piel, donde quedan
abiertos (ostomía). A veces, cuando los extremos del intestino están sanos, pueden volver a
unirse de inmediato. De no ser así, se hace al cabo de varias semanas o meses, tras la
recuperación del tejido intestinal.
El tratamiento médico intensivo y la cirugía apropiada han mejorado el pronóstico para los bebés
con enterocolitis necrosante. En la actualidad, más de dos tercios de estos niños sobreviven.
En raras ocasiones, en los bebés tratados sin cirugía, parte del intestino grueso se estrecha
durante las semanas o meses siguientes, obstruyéndolo parcialmente. Para ensanchar el área
cicatrizada y estrechada, es necesario recurrir a la cirugía.

Cólico

El cólico es un trastorno por el cual el niño padece episodios de llanto e irritabilidad unidos a un
dolor abdominal.
El cólico, que recibe ese nombre debido al colon (intestino grueso), suele ser atribuido a una
excesiva cantidad de gas en el intestino, si bien la causa precisa de este trastorno aún se
desconoce. Puede aparecer poco después de que el niño haya salido del hospital, pero
habitualmente lo hace algunas semanas más tarde. El cólico puede tener lugar de forma
intermitente durante los primeros 3 o 4 meses de vida.

Síntomas y diagnóstico

El cólico se caracteriza por episodios de llanto incontrolable y a menudo se produce en un


momento predecible del día o la noche. Sin embargo, algunos niños lloran casi continuamente. El
llanto excesivo hace que el niño trague aire, lo cual produce gas (flatulencias) e hinchazón
abdominal. En general, un niño que padece cólicos, come y engorda adecuadamente, parece muy
hambriento y a menudo chupa vigorosamente cualquier cosa.
El médico diagnostica cólico por exclusión de otras causas de llanto e irritabilidad, como una
alimentación inadecuada, sobrestimulación, enfermedad y alergia a la leche.

Tratamiento

Es posible calmar al niño que padece cólicos cogiéndolo en brazos, meciéndolo o dándole suaves
palmaditas. El bebé que busca succionar desesperadamente o que se queja inmediatamente
después de una toma, es probable que necesite succionar más. Si una toma con biberón le lleva
menos de veinte minutos, deben probarse tetinas diferentes con agujeros más pequeños. El
chupete también puede sosegarlo. Un niño muy activo e inquieto puede calmarse con el cambio
del pañal. Ocasionalmente se le puede administrar un sedante una hora antes de que se
produzca el período de irritación previsto. De todas maneras, los cólicos habitualmente
desaparecen hacia los 3 meses de edad.

Anemia

La anemia es una alteración caracterizada por una escasa cantidad de glóbulos rojos (eritrocitos)
en la sangre.
La anemia en un recién nacido puede deberse a una pérdida de sangre, a la destrucción excesiva
o a la producción deficiente de glóbulos rojos, o a una combinación de ambos factores. Un niño
puede perder una cantidad considerable de sangre durante el parto si la placenta se separa
prematuramente de la pared del útero (desprendimiento de placenta) o si el cordón umbilical se
lacera. En tales casos, el niño puede estar muy pálido, tener hipotensión arterial (shock) y
respirar de forma deficiente después del parto.
La anemia en un bebé prematuro suele deberse a una pérdida de sangre (causada por reiterados
análisis de laboratorio) que no se recupera puesto que no produce nuevos glóbulos rojos.
Habitualmente, la médula ósea no produce nuevos glóbulos rojos durante 3 o 4 semanas después
del nacimiento. Esta anemia se agrava debido al rápido índice de crecimiento del niño prematuro,
quien puede crecer a una velocidad mayor que la de su producción de glóbulos rojos. De todos
modos, no suele desarrollar los síntomas de la anemia, que se resuelve en uno o dos meses.
A veces se destruye un gran número de glóbulos rojos, como ocurre en la enfermedad hemolítica
del recién nacido, debido a los anticuerpos producidos por la madre contra los glóbulos rojos del
feto durante el embarazo. Los glóbulos rojos también pueden ser destruidos demasiado rápido si
el niño padece una enfermedad hereditaria en la que estas células poseen formas anormales; un
ejemplo lo constituye la esferocitosis hereditaria, en la que los glóbulos rojos son esféricos. Los
glóbulos rojos también pueden ser destruidos rápidamente si contienen hemoglobina (la proteína
de los glóbulos rojos que transporta oxígeno) anormal, como ocurre en la anemia drepanocítica o
la talasanemía. Una infección contraída antes del nacimiento, como la toxoplasmosis, la rubéola,
la enfermedad por citomegalovirus, el herpes simple o la sífilis, puede destruir los glóbulos rojos
con gran rapidez. Cuando éstos resultan destruidos, la hemoglobina se metaboliza y transforma
en bilirrubina. Las altas concentraciones de bilirrubina en la sangre (hiperbilirrubinemia) causan
ictericia y, en casos graves, pueden ocasionar daño cerebral (querníctero).
La anemia causada por la deficiencia de hierro puede afectar a niños entre 3 y 6 meses de edad
si son alimentados con leche de vaca o un preparado que no contenga suplementos de hierro.
Los niños que no reciben tratamiento para la anemia por deficiencia de hierro pueden ser
letárgicos.

Tratamiento

Un niño que ha perdido una cantidad considerable de sangre durante el parto recibe una
transfusión inmediatamente. Cuando la causa de la anemia es la destrucción excesiva de
glóbulos rojos, el tratamiento incluye un tipo de transfusión por la cual la sangre del niño
lentamente se cambia por sangre nueva. Los glóbulos rojos dañados, la bilirrubina y los
anticuerpos de la madre son extraídos durante este cambio de sangre. El tratamiento de la
anemia por carencia de hierro consiste en administrar suplementos de este metal. Si aparecen
síntomas de anemia grave, puede ser necesario realizar una transfusión de sangre.
Policitemia

La policitemia, la situación opuesta de la anemia, es una condición en la cual existe un número


anormalmente alto de glóbulos rojos.
La policitemia aumenta el espesor de la sangre, reduciendo su velocidad de circulación a través
de los vasos sanguíneos pequeños. Si es grave, puede originar coágulos dentro de los vasos. El
niño posmaduro o cuya madre tiene hipertensión, fuma, es diabética o vive a gran altura, corre un
mayor riesgo de contraer policitemia. También puede producirse policitemia si el niño recibe
demasiada sangre de la placenta antes de que el cordón umbilical sea sujetado con pinzas
después del parto.
El niño puede tener la piel de color rojizo o bien con un matiz azulado. Puede ser lento,
alimentarse escasamente, respirar de forma rápida y tener una frecuencia cardíaca acelerada. No
es frecuente que padezca convulsiones.
Aunque la extracción de sangre podría facilitar la eliminación del exceso de glóbulos rojos,
también disminuiría el volumen sanguíneo y empeoraría los síntomas de policitemia. Por ello, en
su lugar se realiza un recambio parcial de sangre con el fin de eliminar parte de la del niño y
reemplazarla por una cantidad igual de plasma (la parte líquida de la sangre).

Hiperbilirrubinemia

La hiperbilirrubinemia es una concentración anormalmente alta de bilirrubina en la sangre.


Los glóbulos rojos viejos, dañados o anormales son extraídos de la circulación, principalmente
por el bazo. Durante este proceso, la hemoglobina (proteína de los glóbulos rojos que transporta
el oxígeno) se transforma en un pigmento amarillo llamado bilirrubina. La bilirrubina llega al
hígado a través de la circulación y allí es químicamente alterada (conjugada) para luego ser
excretada al intestino como un componente de la bilis.
En la mayoría de los recién nacidos, la concentración de bilirrubina en sangre normalmente
aumenta de forma transitoria durante los primeros días posteriores al nacimiento, motivo por el
cual la piel está algo amarilla (ictericia).
En los adultos, las bacterias que normalmente se encuentran en el intestino destruyen la
bilirrubina, pero el recién nacido carece de estas bacterias y por lo tanto gran cantidad de
bilirrubina se excreta en las heces, adquiriendo un color amarillo intenso. Sin embargo, el recién
nacido también cuenta con una enzima en el intestino que puede alterar parte de la bilirrubina y
permitirle que sea resorbida y pase a la sangre, lo que contribuye al desarrollo de la ictericia. A
medida que aumenta la concentración de bilirrubina en la sangre, la ictericia se hace más visible,
avanzando de la cabeza a los pies; es decir, se ve primero en la cara, luego en el pecho y, por
último, en las piernas y los pies. Normalmente, la hiperbilirrubinemia y la ictericia desaparecen al
cabo de la primera semana.
Una concentración excepcionalmente alta de bilirrubina en sangre puede deberse a una
sobreproducción de bilirrubina, a una excreción insuficiente de la misma, o a ambos motivos. En
ocasiones, en los nacidos a término alimentados con leche materna, los niveles de bilirrubina en
sangre aumentan progresivamente durante la primera semana de vida (una enfermedad
denominada ictericia de la leche materna). La razón exacta de la ictericia no se conoce, pero en
la mayoría de los casos no da problemas. Si la bilirrubina aumenta demasiado, se requiere un
tratamiento con lámparas de bilirrubina.
En la mayoría de los casos, el aumento de la cantidad de bilirrubina no tiene consecuencias, pero
en circunstancias excepcionales, una concentración muy alta puede producir daño cerebral. Este
estado, denominado querníctero, es muy frecuente en los recién nacidos muy prematuros en
estado grave.

Tratamiento

La hiperbilirrubinemia leve no requiere tratamiento. La alimentación frecuente del recién nacido


acelera el paso del contenido intestinal, reduciendo la resorción de bilirrubina en el intestino y,
por lo tanto, su concentración en sangre. Los niveles de bilirrubina más altos pueden ser tratados
con fototerapia, un proceso mediante el cual se coloca al niño bajo las llamadas lámparas de
bilirrubina. Estas lámparas emiten una luz intensa que ilumina la piel del niño y produce una
alteración química en las moléculas de bilirrubina presentes en los tejidos debajo de la piel. Una
vez alterada, la bilirrubina puede ser excretada más rápidamente por el hígado sin tener que ser
previamente alterada (conjugada) por dicho órgano. Si la sangre del niño contiene niveles de
bilirrubina peligrosamente elevados, se cambia por sangre nueva (exanguinotransfusión para
eliminar la bilirrubina).
En raras ocasiones, es necesario interrumpir la lactancia durante uno o dos días si los valores de
bilirrubina suben demasiado en un niño que presenta ictericia de leche materna. La madre debe
continuar extrayendo leche manualmente y con regularidad para poder reiniciar la lactancia tan
pronto como la concentración de bilirrubina del niño comience a disminuir. La vuelta a la lactancia
al cabo de este período no supone ningún riesgo para el niño.
Hipotermia

La hipotermia consiste en una temperatura corporal anormalmente baja.


La superficie corporal del recién nacido es grande con relación al peso, por lo que puede perder
calor rápidamente, sobre todo en el caso del bebé que nace con un peso bajo. En ambientes
frescos, la temperatura del recién nacido tiende a bajar. El calor también puede perderse
rápidamente a causa de la evaporación, lo cual puede ocurrir cuando el recién nacido está
todavía mojado con líquido amniótico.
Una temperatura corporal anormalmente baja puede hacer que disminuya el azúcar de la sangre
(hipoglucemia), puede aumentar la acidez sanguínea (acidosis metabólica) e incluso puede
ocasionar la muerte. El cuerpo utiliza energía rápidamente con el fin de mantenerse caliente; así
cuando el niño se enfría necesita más oxígeno. En consecuencia, la hipotermia hace que el
suministro de oxígeno a los tejidos pueda resultar insuficiente.
Todos los recién nacidos deben mantenerse en un ambiente con una temperatura elevada para
evitar la hipotermia. Este cuidado empieza ya en la sala de partos cuando se seca al recién
nacido rápidamente para evitar la pérdida de calor por evaporación y luego se le arropa con una
manta. También se le coloca un gorro en la cabeza para evitar la pérdida de calor a través del
cuero cabelludo. En caso de que el niño tenga que estar desnudo para someterse a una
observación o un tratamiento, se le coloca bajo un aparato que desprenda calor.

Hipoglucemia

La hipoglucemia es una concentración anormalmente baja de azúcar (glucosa) en la sangre.


La hipoglucemia habitualmente se produce cuando el niño tiene pocas reservas de glucosa
(almacenada como glucógeno) al nacer. Otras causas frecuentes son la prematuridad, la
posmaturidad y el funcionamiento anormal de la placenta durante la gestación. Los niños con
escasas reservas de glucógeno pueden sufrir una hipoglucemia en cualquier momento durante los
primeros días, sobre todo si las tomas de alimento son muy espaciadas o la cantidad de
nutrientes es insuficiente.
La hipoglucemia también puede ocurrir en niños que presentan valores altos de insulina. Los hijos
de madres diabéticas suelen presentar elevadas concentraciones de insulina porque sus madres
tienen altos valores de glucosa en la sangre y durante el embarazo gran cantidad de esta glucosa
atraviesa la placenta. Como respuesta, el feto produce gran cantidad de insulina. La enfermedad
hemolítica grave del recién nacido también puede elevar los valores de insulina. Los valores
elevados de insulina hacen descender rápidamente los valores de glucosa en la sangre durante la
primera hora después del nacimiento, precisamente cuando el suministro continuo de glucosa a
través de la placenta ha finalizado de forma brusca.
Muchos recién nacidos con hipoglucemia no presentan ningún síntoma. Otros están apáticos, se
alimentan poco, tienen escaso tono muscular, están nerviosos, respiran con rapidez o cesan de
respirar de vez en cuando (apnea). Pueden producirse convulsiones.
La hipoglucemia se trata con glucosa, administrada por vía oral o intravenosa, dependiendo de la
gravedad del problema.

Hiperglucemia

La hiperglucemia es una concentración anormalmente alta de azúcar (glucosa) en la sangre.


En el recién nacido la hiperglucemia es menos frecuente que la hipoglucemia. En los niños muy
pequeños, la glucosa administrada por vía intravenosa puede elevar excesivamente los niveles de
glucosa en sangre. Los recién nacidos gravemente estresados o infectados (sépticos) también
pueden desarrollar altos niveles de glucosa en sangre. Si la concentración de glucosa en sangre
es muy elevada, puede filtrarse por el riñón y derramarse en la orina.
El tratamiento consiste en reducir la cantidad de glucosa administrada al niño. Si la hiperglucemia
persiste, puede administrársele insulina por vía endovenosa.

Hipocalcemia

La hipocalcemia es un nivel anormalmente bajo de calcio en la sangre.


La hipocalcemia leve es bastante frecuente durante el primero o segundo día de vida en los
recién nacidos que tienen un mal estado general. Los que corren un mayor riesgo de desarrollar
una hipocalcemia más grave son los prematuros, los que son pequeños para su edad gestacional,
los que no recibieron suficiente oxígeno durante el parto o los hijos de madres diabéticas. La
causa de la hipocalcemia que aparece brevemente después del parto no se conoce con precisión,
pero puede tener relación, en parte, con la súbita falta de calcio procedente de la madre.
Los altos niveles de fosfato en sangre también pueden causar hipocalcemia. Este tipo de
hipocalcemia puede presentarse en niños de mayor edad alimentados con leche de vaca (más
que con leche materna o preparada), ya que ésta posee un contenido en fosfato demasiado alto
para ellos.
La hipocalcemia puede no causar síntoma alguno o bien provocar debilidad, episodios de apnea
(el recién nacido deja de respirar transitoriamente), mala alimentación, nerviosismo o
convulsiones. Los niños sin síntomas no suelen necesitar tratamiento. Los que los presentan, son
tratados con soluciones de calcio, administradas por vía intravenosa u oral.

Hipernatremia

La hipernatremia es una concentración anormalmente alta de sodio en la sangre.


La hipernatremia puede estar causada por una excesiva ingestión de sodio (sal) o bien por una
pérdida excesiva de agua del cuerpo. Esta última es particularmente frecuente en niños muy
prematuros ya que el agua se evapora fácilmente a través de su piel, sumamente permeable al
agua. La situación empeora debido a que sus riñones inmaduros no pueden absorber el agua de
la orina para concentrarla, con lo que cada vez que orinan continúan perdiendo agua.
Un recién nacido que ha ingerido demasiado sodio suele presentar una hinchazón de los tejidos
(edema) y excreta grandes cantidades del mismo por la orina. Por el contrario, el recién nacido
que ha perdido mucha agua se deshidrata: la piel y las membranas mucosas de la boca se
resecan, orina poco o absolutamente nada y puede que le baje la presión. En casos graves, la
hipernatremia o la deshidratación pueden dañar el cerebro o incluso causar la muerte. La
deshidratación se corrige administrando suplementos de agua por vía intravenosa.

Síndrome del feto alcohólico

El síndrome del feto alcohólico es una enfermedad que afecta a algunos niños nacidos de madres
que han bebido alcohol durante el embarazo.
El consumo de alcohol durante el embarazo puede causar defectos de nacimiento, sobre todo si
la madre lo ingiere en grandes cantidades o se embriaga. Como tampoco está demostrado que
beber pequeñas cantidades de alcohol sea inocuo durante el embarazo no se debería consumir
absolutamente nada de alcohol. Cantidades grandes de alcohol pueden provocar un aborto o el
síndrome del feto alcohólico.
Los recién nacidos que padecen este síndrome son pequeños para su edad gestacional y también
tienen la cabeza pequeña, lo que indica un escaso desarrollo cerebral dentro del útero. Algunas
de las malformaciones que pueden producirse comprenden ojos pequeños, achatamiento de la
zona media de la cara, pliegues anormales en las palmas de las manos, defectos cardíacos y
articulaciones anormales. La consecuencia más grave es el desarrollo cerebral defectuoso, que
deriva en retraso mental. El consumo de alcohol durante el embarazo es la causa de retraso
mental que más fácilmente se puede evitar.

Consumo de drogas durante el embarazo

El consumo de drogas durante el embarazo puede tener efectos adversos tanto en el feto que se
está desarrollando como en el recién nacido. La cocaína y los opiáceos son dos de las drogas
ilícitas que pueden causar problemas significativos.
La cocaína estrecha los vasos sanguíneos y eleva la presión arterial y su consumo durante el
embarazo puede provocar un aborto. Aunque en raras ocasiones, su consumo a principios del
embarazo puede causar anomalías congénitas en los riñones, los ojos, el cerebro o las
extremidades. El hijo de una madre adicta a esta droga es más propenso a tener escaso peso al
nacer, además de una talla corporal y una circunferencia de la cabeza menores de lo normal.
Los opiáceos, como la heroína, la metadona y la morfina, raramente causan anomalías
congénitas, pero, como atraviesan la placenta, los niños pueden nacer adictos a ellos. Los
síntomas de abstinencia se manifiestan habitualmente dentro de las 72 horas posteriores al
nacimiento. Dichos síntomas incluyen irritabilidad con llanto excesivo, nerviosismo, tensión
muscular, vómitos, diarrea, sudor, respiración acelerada y convulsiones. Los síntomas de
abstinencia leves se tratan arropando al niño y alimentándolo frecuentemente para reducir la
inquietud. Los síntomas graves pueden ser controlados con pequeñas dosis de tintura de opio, un
narcótico. La dosis se reduce muy gradualmente en el término de días o semanas a medida que
los síntomas desaparecen.
Se puede haber abusado de otras muchas drogas y a menudo se consumen varias drogas a la
vez durante el embarazo. Los hijos de madres que hayan consumido drogas en dicho período
deben ser cuidadosamente controlados por sanitarios y por miembros de los servicios de
asistencia social. Algunos niños tienen defectos que requieren atención especial y otros, como los
afectados por el síndrome del feto alcohólico, pueden sufrir retraso mental. Estos últimos deben
ser evaluados y recibir tratamiento en el contexto de un programa de desarrollo infantil precoz.
Muchos requerirán educación especial cuando alcancen la edad escolar.
El hijo de una madre drogodependiente debe tener un seguimiento por parte del departamento
local de servicios sociales. El abuso de las drogas o la adicción de la madre, junto con los hábitos
de conducta que ello supone, expone al niño a un alto riesgo de sufrir abusos o abandono.

Convulsiones

Las convulsiones son descargas eléctricas anormales en el cerebro.


Las convulsiones pueden ser causadas por cualquier trastorno que afecte al cerebro directa o
indirectamente, como la baja concentración de azúcar (glucosa), calcio, magnesio o vitamina B6
(piridoxina) en sangre y por valores bajos o altos de sodio. La inflamación de las membranas que
rodean el cerebro (meningitis) también puede causar convulsiones. Otras causas pueden ser las
lesiones cerebrales derivadas de una falta de oxígeno, una hemorragia cerebral, lesiones
congénitas, defectos cerebrales congénitos o por abstinencia de drogas. Las convulsiones
causadas por la fiebre afectan a los niños de más edad y rara vez son graves.
Las enfermedades que producen convulsiones en los recién nacidos suelen ser graves. Sin
embargo, la mayoría de los que las padecen sobrevive sin sufrir consecuencia alguna. Las
convulsiones causadas por una baja concentración en sangre de glucosa o de calcio no suelen
acompañarse de incapacidades de ningún tipo. Las convulsiones que son consecuencia de un mal
desarrollo del cerebro, una lesión o una meningitis probablemente provoquen problemas
neurológicos posteriores.
Las convulsiones pueden ser difíciles de reconocer. Habitualmente, los brazos y las piernas
presentan unas sacudidas rítmicas y el niño puede realizar movimientos de masticación o desviar
persistentemente los ojos. A veces la frecuencia respiratoria o cardíaca cambia de improviso.

Diagnóstico y tratamiento

El médico trata de determinar la causa de las convulsiones analizando la historia clínica completa
y realizando una exploración física. Puede solicitar análisis para medir los valores de glucosa,
calcio y electrólitos en la sangre. A menudo, se obtiene una imagen del cerebro mediante
ultrasonidos, una tomografía axial computadorizada (TC) o una resonancia magnética nuclear
(RM). Un electroencefalograma (EEG), que mide la actividad eléctrica del cerebro, puede ayudar
a diagnosticar el tipo de convulsión.
Habitualmente, el objetivo del tratamiento es corregir la causa de la convulsión. Las convulsiones
persistentes pueden ser tratadas con fármacos como el fenobarbital y la fenitoína.

Síndrome de muerte súbita del lactante

El síndrome de muerte súbita del lactante es la muerte repentina e inesperada de un niño


aparentemente sano.
El síndrome de muerte súbita del lactante constituye la causa más frecuente de muerte en niños
de entre dos semanas y un año de edad. Se da en 3 de cada 2 000 niños, casi siempre mientras
están durmiendo. Sin embargo, la frecuencia parece estar disminuyendo en los últimos años. La
mayoría de las muertes ocurre entre el segundo y el cuarto mes de vida. El síndrome ocurre en
todo el mundo y es algo más frecuente durante los meses de invierno, en familias con ingresos
bajos, entre los niños prematuros o que han necesitado respiración artificial al nacer, en bebés
cuyos padres hayan tenido otros hijos que murieron a causa del síndrome y en los hijos de
madres fumadoras. Afecta un poco más a los niños que a las niñas.
Se desconoce la causa del síndrome de muerte súbita del lactante; pero en la muerte repentina e
inesperada de un bebé pueden intervenir varios factores. Estudios recientes han sugerido que
este síndrome es más frecuente entre los niños que duermen boca abajo que en aquellos que
duermen boca arriba o de lado. En la actualidad, se recomienda recostar a los niños sanos boca
arriba o de lado. También existe el riesgo de que los niños se ahoguen si son puestos boca abajo
sobre una superficie mullida, como una manta o un colchón de espuma muy blando. Por
consiguiente, los niños deben dormir en un colchón consistente. Nadie debería fumar en una casa
donde haya un bebé.
Los padres que han perdido a un niño por el síndrome de muerte súbita del lactante se
encuentran abatidos y obviamente no están preparados para la tragedia. Debido a que ninguna
causa definida puede explicar la muerte de su hijo, se sienten habitualmente excesivamente
culpables. Y pueden traumatizarse aún más debido a las investigaciones que realiza la policía,
los asistentes sociales u otras personas. Deben recibir el asesoramiento y el apoyo de médicos y
enfermeras especialmente preparados para estos casos. Otros padres que han perdido a un hijo a
causa del mismo síndrome también pueden apoyar y dar consuelo a los padres afligidos.

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