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Contra Mundum

No. 5, Otoño 1992

¿Qué es el Reino de Dios?


Por Peter J. Leithart

Este ensayo contiene las ideas básicas que han sido desarrolladas con mayor extensión en El
Reino y el Poder: Redescubriendo la Centralidad de la Iglesia (P&R, 1993)
Copyright © 1991 Peter J. Leithart
Este ensayo está disponible como Documento Ocasional de Horizontes Bíblicos, PO Box 1096,
Niceville, FL 32588. Una primera versión apareció en la edición del Verano de 1991 de
Symbiotica.1

Desde mediados del último siglo el significado del reino de Dios ha sido un tópico mayor, y
quizás el mayor, en la teología del Nuevo Testamento. Las razones para el intenso interés en este
tema son fáciles de descubrir. El reino de Dios es, después de todo, el mayor tema en la
predicación de Jesús tal y como se presenta en los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y
Lucas). Todo el mensaje de Jesús se resume como “proclamar el reino de Dios,” “proclamar el
reino de los cielos,” o “proclamando el evangelio del reino” (cf. Mateo 4:17; 4:23; 9:35; Marcos
1:14-15). En Lucas 4:43 Jesús dice que el propósito por el cual Él fue enviado fue para predicar
el reino de Dios. Para entender el mensaje del Nuevo Testamento es necesario entender el
significado del reino de Dios.

En años recientes el reino de Dios se ha convertido en un tópico de interés entre los Cristianos.
Muchas personas están hablando sobre el reino de Dios, pero hay poco acuerdo sobre lo que el
reino es.

Uno de los sectores de rápido crecimiento del movimiento carismático propugna por lo que es
llamado la teología del “Reino Ahora.” La Teología Carismática del Reino enfatiza la relación
entre el reino y los dones de lenguas y de sanidad. El poder del reino se manifiesta en el poder
sobre los demonios. Para los carismáticos el reino tiende a asociarse con manifestaciones
espectaculares del poder del Espíritu.

Los teólogos de la liberación también hablan bastante sobre el reino, pero miran el reino
manifestado mayormente en el cambio social y político. El diario Católico Romano Crisis
recientemente reimprimió una carta del Cardenal Paulo Evaristo Arns de Sao Paulo, Brasil,
dirigida a Fidel Castro. El Cardenal Arns felicitó a Castro por el treceavo aniversario de la
Revolución Cubana, añadiendo que “la fe Cristiana descubre en los logros de la Revolución
señales del reino de Dios.”2 La frase “señal del reino,” históricamente usada con relación a los
sacramentos, es aplicada por los teólogos de la liberación a las revoluciones Marxistas y
regímenes del tipo más brutal y opresivo.

1 Quisiera agradecerles a los Drs. Richard B. Gaffin y Vern S. Poythress, a los Profs. John M. Frame, William Edgar
y James B. Jordan por sus útiles comentarios a los primeros borradores de este trabajo.
2 “Ilusión Clerical,” Crisis, Febrero 1990, p. 8.
En el otro extremo del espectro político están los “reconstruccionistas.” Gary North, un
destacado escritor “Reconstruccionista,” ha escrito recientemente que “Reino significa
civilización. Quiere decir ya sea el ejercicio legal o ilegal de la autoridad en la historia.”3 Esto
podría tomarse como diciendo que el reino de Dios es algo como un orden social ideal, una idea
más en concordancia con las teologías liberales del siglo diecinueve que con la costumbre de la
Escritura. Sin embargo, más recientemente, North ha explicado en detalle que “el reino de Dios
es la civilización de Dios – interna, externa, terrenal, histórica y eterna.”4 Al incluir lo interno y
lo eterno en su definición de la civilización de Dios North evita los problemas inherentes en
identificar el reino con un orden social histórico. Sin embargo, la tendencia en los escritos
“reconstruccionistas” es la de enfatizar las relaciones entre el reino de Dios y la transformación
socio-política.

Enfrentados con varias teologías del reino algunos evangélicos han argumentado que el reino es
exclusivamente futuro. Dave Hunt, un premilenialista, pone hincapié en que el reino de Dios no
será plenamente realizado hasta que los nuevos cielos y la nueva tierra sean establecidos cuando
finalice el milenio. Hunt tiende hacia la opinión de que el reino de Dios no es una realidad
presente en ningún sentido, y enfatiza la importancia del cielo en la vida Cristiana.

Hay una cierta verdad en muchas de las teologías del reino que hoy se están predicando. Los
teólogos carismáticos del Reino Ahora son bastante bíblicos en su énfasis de la conexión crucial
entre el Espíritu y el reino de Dios. Los teólogos de la liberación y los “reconstruccionistas” están
en lo correcto, a pesar de sus diferencias, al enfatizar que el reino es relevante a las cuestiones del
orden y la justicia social y política. Dave Hunt está en lo correcto al enfatizar que la consumación
del reino es futura y al levantar la pregunta “¿Qué le ha pasado al cielo?” Sin embargo, dada la
variedad de “teologías del reino” que están siendo predicadas es importante que seamos capaces
de distinguir lo bueno y lo malo de cada una. Para hacer esto debemos volvernos a las Escrituras,
y tratar de aprender todo lo que Dios enseña sobre Su reino.

La Dificultad del Tema

Volverse a las Escrituras es el primer paso para entender qué es el reino de Dios, pero determinar
qué es lo que enseñan las Escrituras no siempre es una cosa fácil de hacer. Cuando estudiamos el
tema bíblico del reino de Dios nos enfrentamos con varias dificultades.

Primero, algunas doctrinas bíblicas, como la del pecado, son definidas con un alto grado de
precisión (1 Juan 3:4). El reino de Dios, en contraste, nunca es definido precisamente en la
Biblia. La frase aparece con suma frecuencia en la predicación de Jesús, pero Jesús parece haber
asumido que Sus oyentes entenderían lo que Él quería decir. En lugar de definir el reino de Dios,
Jesús explicó su naturaleza por una variedad de imágenes, metáforas y parábolas. El reino es
como una semilla de mostaza que crece hasta convertirse en un árbol, como una perla enterrada
en un campo, como una red que junta peces, como un hacendado que le renta su viña a unos
malvados, como un rey que perdona la deuda de su siervo, y así sucesivamente. Ninguna de estas
metáforas, imágenes o parábolas agota el pleno significado del reino de Dios. En lugar de eso la

3 Gary North, Politeísmo Político: El Mito del Pluralismo (Tyler, TX: Institute for Christian Economics, 1989), p.
646.
4 North, Instrumentos de Dominio: Las Leyes Casuísticas del Éxodo (Tyler, TX: Institute for Christian Economics,
1990), p. 37, n. 22.
enseñanza de Jesús provee una variedad de diferentes perspectivas sobre el reino.5

Algunos eruditos han concluido, a partir de la evidencia bíblica, que el reino de Dios no es una
“cosa” o una “idea” en lo absoluto. En lugar de eso llaman al reino de Dios un “símbolo de
tensión.” Algunos símbolos siempre simbolizan la misma cosa. Con estos símbolos hay una
relación de uno-a-uno entre el símbolo y la realidad. Estos son conocidos como “esteno-
símbolos.” Un símbolo “de tensión,” en contraste, trae a la mente muchas asociaciones
diferentes; tiene un “conjunto de significados que no pueden ni ser agotados ni adecuadamente
expresados por algún referente único.”6 Cuando Melville inicia Moby Dick con la oración,
“Llámenme un Ismael,” el lector informado se acordará de Ismael, el hijo de Abraham. El Ismael
bíblico fue un paria, un trotamundo, un cazador. Desde la primera oración del clásico de Melville
el lector tiene ciertas preconcepciones vagas sobre el personaje Ismael.

De igual manera, en opinión de muchos eruditos, cuando Jesús habló del reino de Dios, no se
estaba refiriendo a una sola “cosa” o “idea” o “concepto.” En vez de eso él estaba usando un
símbolo que evocaba muchas concepciones diferentes en las mentes de Sus oyentes.7 Ellos
pensaban en el reinado de Dios sobre toda la creación, en Sus hechos poderosos a favor de Su
pueblo, en la gloria del reino de Israel bajo David y Salomón, en las promesas proféticas de la
restauración del reino de David, en la profecía de Daniel de un “hijo de hombre” a quien se le
daría dominio y un reino, y otros eventos e instituciones del Antiguo Testamento. Por ejemplo,
Norman Perrin sugiere que “reino” en el Padrenuestro es un símbolo de tensión, y que las
peticiones de la oración “representan posibilidades realistas para la experiencia personal o
comunal de Dios como rey. Dios ha de ser experimentado como rey en la provisión del ‘pan
diario,’ en la realidad experimentada del perdón de los pecados, y en el apoyo frente a la
tentación.” De este modo la oración explora las “posibilidades fundamentales para la experiencia
de Dios como rey en la vida humana; no son ni mutuamente exclusivas ni exhaustivas.”8

Este enfoque al estudio del reino produce algunas perspectivas muy fructíferas y frescas. En
particular, toma en serio la complejidad de la enseñanza de Jesús respecto al reino de Dios, y es,
de este modo, un correctivo útil a la tentación de limitar esa enseñanza a uno o dos elementos
básicos. Es ciertamente cierto que las parábolas, oraciones y símiles de Jesús no son “ni
mutuamente exclusivas ni exhaustivas.” Además, este enfoque es sofisticado en su entendimiento
del uso del lenguaje. Y se debe decir que, de acuerdo al testimonio sinóptico, Jesús usó el
lenguaje del “reino de Dios” para evocar una amplia gama de conceptos y remembranzas de la
historia y la profecía del Antiguo Testamento. En estos sentidos, parece legítimo describir el uso
de “el reino de Dios” por parte de Jesús como un “símbolo de tensión.”

Aún así el enfoque de “símbolo de tensión” es más útil al interpretar el uso del lenguaje del
“reino de Dios” en pasajes específicos que en producir un entendimiento sistemático de la
enseñanza de Jesús respecto al reino. Es más una teoría sobre el uso del lenguaje por parte de
Jesús y su efecto sobre Sus oyentes que sobre Su teología (aunque, claro está, las dos cuestiones
5 Vea Vern S. Poythress, Teología Sinfónica (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1987).
6 Norman Perrin, Jesús y el Lenguaje del Reino (Philadelphia: Fortress, 1976), p. 30. Citado en W. Emory Elmore,
“Aproximaciones Lingüísticas al Reino: Amos Wilder y Norman Perrin,” en Wendell Willis, ed., El Reino de Dios
en la Interpretación del Siglo 20 (Peabody, MA: Hendrickson, 1987), p. 61.
7 Perrin dice que el reino de Dios es un símbolo de tensión porque “como símbolo puede representar o evocar toda
una gama o serie de concepciones, pero se convierte en una concepción o idea si representa o evoca constantemente
esa concepción o idea.” Jesús y el Lenguaje del Reino, p. 33. Citado en Elmore, “Aproximaciones Lingüísticas,” p.
61.
8 Perrin, Jesús y el Lenguaje del Reino, pp. 47-48. Citado en Elmore, “Aproximaciones Lingüísticas,” p. 63.
están relacionadas). Si todo lo que decimos sobre el reino es que Jesús usó esa frase para evocar
una gama de concepciones, no hemos dicho nada sobre las interrelaciones entre esas varias
concepciones.

No solamente debemos hacer un esfuerzo por “hacer una sinfonía” con las varias concepciones
evocadas por medio de la frase “reino de Dios,” pero debemos hacer un esfuerzo por entender las
relaciones entre las varias metáforas e imágenes con las que Jesús explica el significado de la
venida del reino. Por ejemplo, Jesús algunas veces habla del reino de Dios como algo que les es
“otorgado” o un “don” a Sus discípulos, la concesión de privilegio y autoridad (Lucas 22:28-30).
En un sentido similar el reino es la herencia de las ovejas (Mateo 25:34). Entre otras cosas estas
descripciones enfatizan que el reino es conferido por gracia. Un heredero no hace nada para
ganarse su herencia; recibe su herencia porque está emparentado cercanamente con la persona
que confiere la herencia. Al mismo tiempo, Jesús también dice que una justicia que sobrepase la
justicia de los escribas y Fariseos es un prerrequisito para la entrada en el reino (Mateo 5:20).
Parece haber allí algo de tensión entre estos dos temas en la predicación de Jesús. No podemos
simplemente dejarlos así; no podemos decir simplemente que en un sentido el reino es un don,
pero que en otro sentido debemos merecer el reino por nuestra justicia. La harmonización y la
sistematización son aquí esenciales, pero el enfoque de “símbolo de tensión” nos provee poca o
ninguna ayuda para ese fin.9

Un segundo obstáculo para entender la enseñanza de la Escritura sobre el reino de Dios es que,
hasta el siglo pasado, se le ha dedicado poca atención a este tema específico. Martín Bucer, el
reformador de Strasbourg, escribió un libro titulado, El Reinado de Cristo en Inglaterra, pero los
otros reformadores dedicaron sus esfuerzos a defender la doctrina de la justificación o la doctrina
Reformada de los Sacramentos. Cuando ellos (Bucer incluido) hablaban del reino de Dios, con
mucha frecuencia lo igualaban con la Iglesia. Esta es la perspectiva tomada por la Confesión de
Fe de Westminster (1647): “La iglesia visible se compone de todos aquellos que en todo el
mundo profesan la religión verdadera, juntamente con sus hijos, y es el reino del Señor
Jesucristo, la casa y familia de Dios, fuera de la cual no hay posibilidad ordinaria de salvación”
(XXV.2). El reino y la Iglesia están estrechamente vinculados en la Escritura, y en algunos
sentidos los dos podrían ser intercambiables. Pero en general, ciertamente, no son idénticos.
Jesús no vino proclamando el “evangelio de la Iglesia.”

Cuando el reino de Dios comenzó a ser estudiado en detalle el siglo pasado la mayoría de
eruditos que trabajaban en el tema ya no creían en la confiabilidad de la Escritura. Fue
únicamente como reacción a la erudición liberal que los eruditos conservadores comenzar a
estudiar el tema con alguna profundidad. En el mundo evangélico el estudio del reino de Dios ha
sido, al menos en la mente popular, demasiado condicionado por el dispensacionalismo. Tanto
los escritores dispensacionalistas como los no dispensacionalistas se han concentrado en la
cuestión milenial, que es, a lo sumo, de importancia secundaria; en otras palabras, los
dispensacionalistas han seleccionado el campo de juego y han formulado las reglas del juego. Los
escritores liberales modernos sobre el reino de Dios, al poner menos atención a las cuestiones
mileniales y más atención a las cuestiones eclesiológicas, Cristológicas y escatológicas,10 a

9 Sobre esta cuestión en particular, creo que una respuesta se halla en otra parábola de Jesús, la parábola de la viña
en Mateo 21:33-44. Allí Jesús amenaza con quitarles el reino a los Judíos y darlo “a un pueblo que produzca sus
frutos.” Es decir, el reino es un don, pero el Rey espera que Sus súbditos lleven fruto. Si no llevan fruto serán
echados fuera. Entonces, la justicia del reino es producto del don del reino; pero es un producto necesario, porque la
fe sin obras no es verdadera fe.
10 Uso el adjetivo “milenial” para hacer referencia a lo que se piensa popularmente como lo “escatológico.” Uso la
menudo han reflejado mejor las prioridades bíblicas que sus homólogos ortodoxos.

Finalmente, el estudio del reino de Dios se hace difícil por el hecho que está asociado con tantas
doctrinas bíblicas diferentes. El reino está asociado con el perdón de los pecados (Mateo 18:21-
35), el arrepentimiento y la fe (Mateo 4:17), la vida justa y recta (Mateo 5:3; 5:17-20), y el nuevo
nacimiento (Juan 3:5). Buscar el reino debiese ser nuestra más alta prioridad (Mateo 6:33), y el
reino de Dios es nuestro destino y herencia (Mateo 25:34). Muchas de estas otras doctrinas
bíblicas son, en sí mismas, temas muy centrales de la Escritura. Para entender la naturaleza del
reino necesitamos examinar también la enseñanza de la Escritura sobre estos otros temas.

Debido a la complejidad y dificultad del tópico, no afirmo que mi tratamiento del reino sea
definitivo. Por otro lado, espero haber hecho algún progreso en entender el reino de Dios.

La Distinción entre Palabra y Concepto

Antes de ofrecer mi intento de una definición global del reino, es útil mencionar uno de los
principios interpretativos que han guiado mi estudio, a saber, la distinción entre una palabra y un
concepto. Esta distinción implica que un concepto puede ser discutido de muchas maneras
diferentes, usando un lenguaje muy diferente. La ausencia de una palabra no necesariamente
implica la ausencia de un concepto.

Por ejemplo, la palabra “iglesia” se usa solamente dos veces en todos los evangelios (Mateo
16:18; 18:17). Pero esto no implica que los evangelios no nos enseñan acerca de la Iglesia. Al
contrario, Jesús tuvo mucho que decir sobre la Iglesia. Simplemente no usó la palabra Iglesia. En
lugar de eso, habló sobre Su “manada pequeña” (Lucas 12:32; Juan 10:16), Sus “discípulos”
(Mateo 10:24-25; 14:26-27), y sobre las “ramas” en Él mismo, la Viña (Juan 15:1-8). En estas y
muchas otras maneras diferentes, Jesús les enseñó a Sus discípulos lo que significaba ser
miembros de Su comunidad. Todos estos pasajes son relevantes a la doctrina de la Iglesia,
aunque ninguna usa la palabra Iglesia.

Esta distinción es extremadamente importante en cualquier estudio del reino de Dios. En Enero
de 1990 estuve involucrado en un diálogo sobre el reino de Dios entre teólogos del pacto y
dispensacionalistas, promovido por la Coalición para el Avivamiento. Uno de los
dispensacionalistas hizo la declaración de que el Nuevo Testamento en ninguna parte expone,
explícita e inequívocamente, que Jesucristo esté reinando ahora. Asumiendo que esto sea verdad,
¿significa eso que el Nuevo Testamento no enseña que Jesús está reinando? No en lo absoluto.
Pablo les dijo a los Efesios que Jesús había sido exaltado muy por encima de todo reinado y
autoridad y poder y domino “no solo en este siglo, sino también en el venidero,” y que Dios
había “puesto todas las cosas en sujeción bajo Sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas
a la iglesia” (Efesios 1:21-22). En un sentido malhumorado y estrecho uno podría decir que este
pasaje no dice nada acerca de Jesús “reinando.” Es verdad que las palabras “reinar” y “gobernar”
nunca se mencionan en este pasaje. Pero al enseñanza de este pasaje es que Jesús claramente está
reinando sobre todas las cosas, y que Él está reinando ahora y reinará para siempre.

La distinción entre palabra y concepto es especialmente importante porque las frases “reino de
Dios” y “reino de los cielos” se hallan raramente distribuidas en la Biblia. La frase “reino de los
cielos” nunca aparece en esa forma en el Antiguo Testamento. El Antiguo Testamento habla

palabra “escatología” en el sentido amplio empleado por Vos, Ridderbos, Gaffin y otros teólogos bíblicos.
sobre el “reino del Señor” o “Su reino” (Salmo 103:19; 145:11; 1 Crónicas 17:14; 28:5), y tiene
mucho que decir acerca de Dios como rey. Pero la frase no es usada ni por cerca si se compara
con lo mucho que se usa en el Nuevo Testamento.

Incluso en el Nuevo Testamento, las ocurrencias de la frase están concentradas en Mateo, Marcos
y Lucas. Solo Mateo usa “reino de Dios” o “reino de los cielos” más de 50 veces. Pero Juan la
usa solamente tres veces (3:3,5; 18:36), y en todas las cartas de Pablo, la frase aparece solo
catorce veces (o diecisiete, si se cuenta Hebreos como Paulina).

Estos hechos han llevado a algunos estudiantes de la Biblia a comenzar y terminar su estudio del
reino de Dios con los evangelios sinópticos. Otros se han vuelto a escritos Judíos extra bíblicos
en un esfuerzo por entender la enseñanza de Jesús. Estos estudiantes tienden a ignorar la
enseñanza del Antiguo Testamento respecto al reino, y los escritos de Pablo. Sin embargo, una
vez que entendemos la distinción palabra-concepto nos damos cuenta que es posible que el
Antiguo Testamento, Juan y Pablo usen palabras diferentes para hablar sobre la misma realidad.11

Finalmente, la distinción palabra-concepto implica que las palabras pueden tener diferentes
significados en diferentes contextos. De este modo, algunos textos pueden referirse al reino de
Dios como una realidad futura (cf. 1 Corintios 15:50). Pero esto no quiere decir que el reino no
pueda ser una realidad presente. De hecho, otros pasajes enseñan que ya disfrutamos las
bendiciones del reino (cf. Romanos 14:17). Para entender el reino como un todo, no podemos
dejar que cualquier pasaje determine de manera imperialista el significado de otros pasajes.
Debemos tratar de entender cada pasaje en sus propios términos, y luego buscar disponerlos
juntos de una manera coherente.

Definición del Reino

Como ya he señalado la Escritura parece ser casi deliberadamente imprecisa sobre el reino. Es
como una semilla, como la levadura, como un sembrador que sale a sembrar en Su campo, como
un amo misericordioso que perdona nuestras deudas. El reino también es un lugar donde
entramos a comer y a beber con Abraham, Isaac, Jacob y el mismo Jesucristo. Hemos sido
trasladados del reino de las tinieblas al reino de la Luz y de Jesucristo, el Hijo de dios. La venida
del reino, en la predicación de Juan el Bautista, también trae juicio. El reino es nuestra herencia,
una concesión que ha sido tomada del pueblo de Dios del Antiguo Testamento y dada a un
pueblo que produce su fruto.

Dada esta complejidad inconcebible (y estas descripciones solo aruñan la superficie), es


extremadamente difícil llegar a una definición breve del reino que haga justicia a todas las
dimensiones de la realidad. Claro, este es siempre el caso cuando estudiamos la Escritura.
Estamos siempre, como criaturas, limitados a mirar las cosas desde una perspectiva en un
momento dado. Pero el problema es aún más agudo en el caso del reino porque la Escritura
asocia el reino con muchos otros temas importantes (y casi igualmente complejos).

Aún así, pienso que es apropiado, tanto como seamos capaces, buscar una breve definición
resumida de lo que la Biblia quiere dar a entender por “el reino de Dios.” Así pues, mi esfuerzo
de una definición, de una sola oración, del reino de Dios es esta: El reino de Dios es el nuevo
11 Geerhardus Vos, Teología Bíblica: Antiguo y Nuevo Testamento (Grand Rapids: Eerdmans, [1948] 1983), p. 372,
señala que el uso por parte de Juan de “vida” es equivalente al “reino” de los sinópticos. Vea también Vos, El Reino
de Dios y la Iglesia (Phillipsburg, NJ: Presbyterian and Reformed, 1972), pp. 10-11.
orden mundial, en el cielo y en la tierra, producidos por los cambios revolucionarios
ocasionados por el cumplimiento del Antiguo Pacto por parte de Jesús en Su vida, muerte,
resurrección y ascensión.12

Déjenme señalar algunas de lo que pienso son fortalezas y debilidades de esta definición.
Primero, las debilidades. Esta definición no enfatiza el carácter y el crecimiento dinámico del
reino. El reino fue establecido en la primera venida de Cristo, pero está creciendo, y será
consumado. Podría definir al reino como un “creciente orden mundial” o un “orden mundial en
proceso de realización,” pero tal lenguaje contribuye a hacer poco elegante la definición.

De igual manera, esta definición no contiene nada explícito sobre la futura consumación del
reino. El Nuevo Testamento describe al reino de Dios como nuestra “herencia,” y esta es una
faceta crucialmente importante del reino (Mateo 25:34; 1 Corintios 6:9-10; 15:50; Gálatas 5:21).
Pero mi definición no la menciona. Si alguien quisiese definir el reino como los “consumados
nuevos cielos y nueva tierra,” no pondría objeciones, en tanto que sea claro que el reino ya es una
realidad en sus rasgos principales. Sin embargo, como la predicación de Jesús enfatiza la
cercanía de la venida del reino, he hecho de la presente realidad del reino el foco de mi
definición.

Mi definición también tiende a hacer menos claro el foco de la Biblia sobre el hecho que el reino
es gobernado por el Señor. Uno de los rasgos centrales de la doctrina bíblica del reino es que este
pertenece a y es establecido por Dios. Siguiendo una línea similar, mi definición señala el énfasis
que el Nuevo Testamento coloca sobre la soberana voluntad de Dios como un rasgo central del
reino.

Considero que las fortalezas de la definición son las siguientes: Es una definición global. Aunque
las características de este “nuevo orden mundial” siguen sin ser explicadas en detalle, la
definición captura las dimensiones absolutamente universales del reino. En esta definición el
reino no está confinado a la Iglesia. Cristo tiene autoridad aún sobre aquellos que no lo
reconocen.13

Mi definición va en sentido contrario a mucho de la erudición moderna, que enfatiza que la


palabra Griega basileia quiere decir “gobernar,” no “reino.” Es decir, la palabra “reino” no se
refiere, en primera instancia, al área geográfica sobre la cual reina un rey, sino a su autoridad
como gobernador. Así pues, algunos traducen basileia como “gobierno” o “dominio” o “reinar,”
en lugar de “reino.” Sin embargo, creo que es valioso un énfasis en “reino” en lugar de
“gobierno.” Por mucho que lo he intentado no he sido capaz de entender qué es lo que quieren
decir definiciones evangélicas comunes tales como “el gobierno salvador de Dios dinámicamente
ejercito.”14 Tiene mucho más sentido para mí decir que la venida del reino de Dios significa que

12 Vos usa la frase “nuevo orden de cosas” y “un estado de cosas.” El Reino de Dios y la Iglesia, pp. 22. He
escogido usar esta palabra fuertemente cargada, “revolución,” porque esa palabra, pienso, resume mejor la
enseñanza de pasajes tales (principalmente de Lucas) como Mateo 5:1-12, Lucas 1:46-55 y Lucas 4:16-21. Por
“revolución” lo que quiero decir es un cambio, un giro y una transformación radical.
13 Reconozco que la frase “reino de Dios” es usada con mucha frecuencia en el Nuevo Testamento en un sentido
más estrecho, describiendo la esfera de bendición, las bendiciones mismas del reino, el lugar de celebración en la
presencia de Dios, y el pueblo que reconoce y se somete al gobierno de Cristo. Como explicaré más abajo creo que
mi definición es también capaz de hacer justicia a este sentido más estrecho.
14 Vea Herman Ridderbos, La Venida del Reino (Philadelphia, PA: Presbyterian and Reformed, 1962). A pesar de la
dificultad de la definición, Ridderbos generalmente desarrolla esta definición de una manera satisfactoria. Pero otros
han tomado esta definición como una declaración suficiente de la realidad total del reino, y han derivado
Dios mismo viene en Cristo – para afirmar Su gobierno, por cierto – pero, igual de importante,
para afirmar Su gobierno alterando radicalmente el orden existente de cosas, o mejor, al restaurar
y cumplir el orden original de las cosas.

Mi definición tiene la ventaja de llamar la atención a las características estructurales del reino, y
esto me parece que está más en conformidad con las connotaciones políticas de la frase y con los
temas bíblicos más amplios que con las definiciones abstractas. Aunque reconozco el riesgo de
tratar el texto de una manera demasiado racionalizada, tiene sentido para mí decir que la “venida
del reino” involucra algún cambio en la manera en que Dios gobierna y ordena el mundo, y no
tiene tanto sentido decir que la venida del reino se refiere simplemente a Su afirmación de Sus
derechos reales en la historia. Cuando Dios aparece para ejercer Su poder real en bendición y
juicio, el rostro de la creación es cambiado. Las montañas son allanadas, los valles son elevados.
El espíritu sale y renueva la faz de la tierra (Jueces 5:4-5; Salmo 68:7-8; Amós 1:2; Habacuc 3).15

Finalmente, mi definición evita las distorsiones de algunas definiciones del reino en virtud de su
carácter global. Esto puede ser explicado mejor al evaluar diferentes respuestas a la pregunta, “Si
yo fuese a señalar al reino, ¿a qué señalaría?” Aquellos que definen el reino de manera estrecha
como “el gobierno salvador de Dios” desestimarían la pregunta como encarnando en sí misma
una mala interpretación de la naturaleza del reino. El reino no puede ser señalado. Es una
realidad abstracta; aunque el reino se manifiesta en justicia y en vida, estos son más los efectos
del reino que el reino mismo. Recibiríamos una respuesta similar de aquellos que se concentran
en el aspecto temporal del reino. El reino es una época de cumplimiento, y una “época” no es una
cosa “señalable.” Una vez más, aquellos que abordan el reino desde un punto de vista
exclusivamente lingüístico desecharían la pregunta; el reino es un “símbolo de tensión,” no una
“cosa” o incluso un “concepto.”

Los eruditos bíblicos de los primeros siglos hubiesen señalado a la Iglesia. Hoy algunos
señalarían hacia el cielo, otros a los nuevos cielos y la nueva tierra que serán establecidos al
regreso de Cristo. Otros, y no todos ellos teólogos de la liberación, sugerirían que la acción social
es una actividad “edificadora del reino,” e implicaría que el reino está íntimamente relacionado
con, si no es que es idéntico con, algún orden social ideal histórico.

Creo que hay algo de verdad y alguna distorsión en todos estos. Pero mi respuesta a la cuestión
sería: Yo señalaría a todo ello, el orden cósmico total de cosas desde el año 70 D.C.,
desarrollándose a través de la historia hasta que esté perfectamente realizado en la Segunda
Venida de Cristo. De este modo, por ejemplo, la rotura de la pared entre Judíos y Gentiles en la
Iglesia del Nuevo Testamento es una característica del reino; pero la Iglesia no es equivalente
con el reino. De manera similar creo que la revolución en el cielo y en la tierra que Jesús cumplió
tiene implicaciones para el orden social y político, y que la actividad social y política tiene una
parte que jugar en la plena realización del reino (vea más abajo). Pero el activismo social no
puede, en mi definición, ser igualado con la “edificación del reino”; el reino “crece” por el poder
del Espíritu operando a través de agentes humanos. Nunca habrá un orden social histórico que
pueda ser identificado con el reino de Dios.

Se podría objetar contra mi definición que estoy definiendo el reino de manera tan amplia que mi
uso de la frase “reino de Dios” ya no es intercambiable con el uso bíblico habitual. Voy a admitir
el punto, pero solamente en la medida en que todo concepto teológico humanamente edificado
conclusiones injustificadas.
15 Vea G. R. Beasley-Murray, Jesús y el Reino de Dios (Grand Rapids: Eerdmans, 1986), pp. 4-8.
modifique en alguna manera el material bíblico. Sin embargo, habiendo hecho esta concesión,
creo que de hecho mi definición es más directamente intercambiable con el uso de la frase por
parte de Jesús que algunas otras definiciones.

Mis razones para esta declaración más bien arrogante son las siguientes. Primero, Jesús mismo
usa la frase para describir la meta próxima de todo Su ministerio.16 Su propósito en la tierra fue
proclamar el reino de Dios (Lucas 4:43). Así, a partir del propio uso habitual de Jesús, estamos
justificados al decir que todo lo que Jesús realizó puede ser incluido bajo la categoría de reino de
Dios. Lo que queda simplemente es determinar lo que Jesús realizó.17

Además, y este punto está dirigido particularmente contra la definición del reino como el
“gobierno salvador,” pienso que está claro que la concepción del reino por parte de Jesús es más
concreta que lo que sugiere el término “gobierno.” Él habla de “entrar” al reino; ¿cómo es posible
“entrar” a un “dominio”? Claro está, es posible llegar a “estar bajo el dominio” de un gobernante,
pero no es esto lo que Jesús dijo. Cualquiera cosa que Él quisiera haber dicho se estaba refiriendo
a algo que puede ser llamado un “ambiente” (Mateo 5:20; 7:21; 18:3; Juan 3:5; etc.), un lugar
donde la gente pueda sentarse para disfrutar una comida (Mateo 8:11).

Finalmente, mi definición le hace justicia al hecho que Jesús predicó el fin del mundo. Una
lectura cuidadosa de los evangelios, generaciones de liberales lo han argumentado, muestra que
Jesús predicó que el mundo estaba a punto de terminar. Obviamente no se terminó. Por lo tanto,
Jesús estaba equivocado.18 Los evangélicos han tenido dificultades tratando con este desafío.
Ellos no enfatizan los cambios estructurales producidos por la muerte y resurrección de Cristo.
Así, no explican la venida del reino de Dios como “el fin del mundo.” Pero entonces se ven
apuros para explicar el énfasis de Jesús sobre la cercanía del fin.19

Mi definición responde a esta crítica liberal, primero, reconociendo que Jesús sí proclamó el fin
del mundo. Pero, yo argumentaría, el mundo de hecho sí terminó. Jesús estaba en lo correcto.
Desde el momento de Su encarnación, y más específicamente a partir de Su muerte, resurrección
y ascensión, el antiguo mundo finalizó, y nació un nuevo mundo. El cielo y la tierra nunca fueron
los mismos.

16 Estoy de acuerdo con Vos y con Gary North, quienes enfatizan que el establecimiento del reino sirve para la
gloria del Dios Trino como su meta última.
17 Como se señaló antes las frases “reino de Dios” y “reino de los cielos” son usadas a menudo en un sentido más
limitado en el Nuevo Testamento. Jesús le dice a Nicodemo que solamente el renacido entra al reino, y que el no
regenerado ni siquiera puede ver el reino. En otras palabras, para Jesús, algunas personas están en el reino y algunas
no lo están. Es una distorsión de la teología del reino del Nuevo Testamento decir, como dicen algunos, que todos
están ya en el reino. Aunque es verdad que Cristo reina sobre todas las cosas, solamente aquellos nacidos de Dios
están en el reino de Dios. Mi definición, creo yo, se ajusta bastante bien a este sentido más limitado, sin sacrificar el
ámbito y las implicaciones universales del reino. He argumentado en previos escritos sobre el reino de Dios que los
aspectos “universales” y “particulares” del reino están “relacionados en términos de perspectiva.” Es decir, cada uno
requiere y asume al otro. Lo universal dirige a lo particular porque la Iglesia, sobre la cual Cristo gobierna, existe
por causa del mundo. Las relaciones entre los sentidos más amplios y más limitados del reino se harán más claras a
medida que examinamos las características del reino más abajo.
18 Vea Albert Schweitzer, La Búsqueda del Jesús Histórico: Un Estudio Crítico de Su Progreso desde Reimarus a
Wrede, 2ª edición (Londres: Adam and Charles Black, [1906] 1952). El punto de vista de Schweitzer continúa
ejerciendo influencia sobre los teólogos contemporáneos. Vea los comentarios de Avery Dulles en Modelos de la
Iglesia, ed. ampliada (New York: Doubleday, [1974] 1987), pp. 106-8.
19 Los dispensacionalistas han tratado algunas veces con este problema diciendo que el reino fue pospuesto. Esa
respuesta, creo yo, está muy equivocada, pero al menos reconoce al problema.
Rasgos del Nuevo Orden Mundial

El nuevo orden mundial del reino se manifiesta en tres “niveles.” Primero, hay una revolución en
el cielo. Por la vida, muerte, resurrección y ascensión de Cristo, Satanás ha sido expulsado del
cielo (cf. Lucas 10:18), de la posición de poder y autoridad que tenía en el Antiguo Testamento
(Job 1-2; Zacarías 3). El acusador de los hermanos es echado fuera (Apocalipsis 12:10). La
servidumbre a la que Dios entregó a los descendientes de Adán ha sido quebrantada. En lugar de
Satanás tenemos un Abogado en los cielos, Jesucristo el Justo (1 Juan 2:1). Nuestro Abogado es
también un Rey, quien está sentado para regir sobre toda autoridad y poder y dominio (Efesios
1:19-23). Y este Rey es tanto Dios y Hombre, y como hombre Él es tanto el Hijo de David como
el Postrer (Último) Adán (Hebreos 2:5-8). Por lo tanto, Jesús cumple no solamente el propósito
de Israel, sino el propósito original de Dios para el Hombre, que él debía señorear como
vicegerente de Dios. Finalmente, nuestro Rey no asciende a Su trono celestial únicamente para
Su propia gloria; Él también trae muchos hijos a la gloria. Los santos también están sentados
sobre tronos en los lugares celestiales en Cristo (Efesios 2:6). Se nos ha dado dominio sobre
Satanás, el pecado y, de hecho, sobre todas las cosas, y ahora todas las cosas nos sirven (1
Corintios 3:21-23; Romanos 8:28).

Segundo, el reino implica una revolución en el santuario, o, más precisamente, la apertura del
verdadero santuario celestial.20 Como ha mostrado James Jordan, el Antiguo Testamento está
dominado por la historia de la exclusión del hombre de la presencia de Dios en el santuario
(Génesis 3:24; Levítico 16:1-2; etc.).21 Sin embargo, cuando Jesús murió pagó la penalidad que
Adán y su posteridad merecían, y el velo del templo fue desgarrado revelando que el camino al
santuario había sido abierto (Mateo 27:51). El rasgado del velo era una señal terrenal de que el
santuario celestial había sido abierto, y que el pueblo de Dios podía, por medio de la sangre de
Cristo, entrar confiadamente ante Su trono (Hebreos 6:19-20; 9:1-15; 10:1920). En el santuario,
se le da al pueblo de Dios el privilegio de presentar sus peticiones ante el Señor, y también el
privilegio de comer y beber en la presencia de Dios (cf. Éxodo 24).

Puede parecer que la apertura del santuario celestial tiene poco que ver con la venida del reino.
Sin embargo, de hecho, estoy convencido que los eruditos han fallado al no entender la estructura
de la enseñanza de Jesús sobre el reino precisamente porque han descuidado este trasfondo.22 Que
la apertura del santuario celestial es un elemento de la venida del reino puede mostrarse
señalando, primero, las relaciones entre el reino, la gloria de Dios y el santuario. En muchos
paralelos en los evangelios el reino es virtualmente equiparado con la gloria de Dios (Mateo
16:27-28; Marcos 10:37 con Mateo 19:28; cf. También Mateo 6:13). Entrar en la gloria de Dios
20 La “revolución en el santuario” coincide considerablemente con la “revolución en los cielos,” pero por causa de
clarificar las diferentes características del reino pensé que era mejor tratarlas como “revoluciones” distintas. Quizá es
mejor ver estas como una sola revolución vista desde dos puntos de vista diferentes. Con “revolución en los cielos,”
me estoy refiriendo a los “cielos” esencialmente como el lugar del dominio de Dios; la cuestión es, ¿quién está en
una posición de autoridad, Cristo o Satanás? Con “revolución en el santuario,” me estoy refiriendo al cielo como el
lugar donde Dios y el hombre tienen comunión el uno con el otro; la cuestión es, ¿quién tiene acceso a la presencia
de Dios? La “revolución en el santuario” también se traslapa con la “revolución en la tierra.” En este contexto, sería
útil describir el santuario como el “punto de conexión del cielo y la tierra.” Prácticamente el santuario se manifiesta
históricamente en la Iglesia, que es el Templo del Espíritu, y particularmente en tanto que la Iglesia se reúne en
adoración sacramental alrededor del trono celestial de Dios (cf. Hebreos 12:18ss.).
21 Jordan, El Quebrantamiento del Sabbath y la Pena de Muerte (Tyler, TX: Geneva Ministries, 1986).
22 No puedo trazar con precisión como es que este entendimiento llegó a alojarse en mi mente. Los comentarios de
James B. Jordan sobre el “Tesoro de Dios” en varios ensayos y en la conversación personal han sido cruciales. La
obra de Alexander Schmemann, y las otras de otros eruditos Ortodoxos, asumen la ecuación del reino y el santuario,
y asocian a ambos con la adoración sacramental de la Iglesia.
es entrar al reino. La “gloria de Dios” en la Biblia no es algún atributo abstracto de Dios, sino Su
presencia visible entre Su pueblo. Jesucristo es el antitipo al que señalaba la nube de gloria: Él es
el resplandor de la gloria de Dios (Hebreos 1:3). Además, la gloria de Dios está íntimamente
relacionada con el santuario (Salmo 26:8; Éxodo 40:34-35; 2 Corintios 5:14). Al juntar estas
cosas podemos ver las siguientes asociaciones: Entrar al reino de Dios es entrar a la gloria de
Dios; la gloria de Dios “habita” en el santuario; por lo tanto, entrar al reino es entrar al santuario,
donde habita la gloria de Dios.

Una ruta más directa a la misma conclusión es notar que el santuario es el lugar donde Dios está
entronizado. Yahvé se ha sentado en su trono entre los querubines en el Lugar Santísimo. El
Lugar Santo era el salón del trono de Dios (2 Samuel 6:2; 2 Reyes 19:15; Salmo 11:4; 80:1;
99:1). Era el “punto de concentración” del reino de Dios. Así como los gobernantes terrenales
toman y declaran sus decisiones en sus salones internos del trono, así también el Señor de los
cielos gobierna desde el santuario. Así como los reyes terrenales “salen” de sus cámaras
interiores para presentar batalla, así también Dios irrumpe de Su santuario para la guerra santa.
Esta asociación del santuario con el gobierno de Dios es incluso más directa cuando
consideramos que el cielo, el lugar donde Dios gobierna eternamente, es el santuario verdadero,
abierto ahora al pueblo de Dios.

Tercero, la conexión entre el reino y el santuario se muestra por el hecho que ambos son lugares
donde el pueblo de Dios come, bebe y se regocija en la presencia de Dios. Cuando el pueblo de
Israel se asentó en la tierra de Palestina habían de construir un santuario central. El santuario era
tanto el lugar de sacrificio como el lugar de celebración (Deuteronomio 12:7-14). Así también el
reino es descrito a través de los evangelios como el lugar donde nos sentamos con Abraham,
Isaac y Jacob a comer en la Mesa del Señor (cf. Lucas 22:29-30).

Cuarto, el santuario y el reino son identificados escatológicamente. La Jerusalén celestial que


Juan miró llegando a la tierra era un cubo, como el Lugar Santísimo en el Templo (Apocalipsis
21:16; cf. 1 Reyes 6:20). El orden escatológico de las cosas – el reino final – es tanto una ciudad
como un santuario interior. El reino final es un santuario, el reino presente también es un
santuario.23

Finalmente, al menos en un Salmo, el “dominio” de Dios y Su “santuario” son colocados en


paralelismo poético: “Judá vino a ser su santuario, e Israel su señorío” (Salmo 114:2). Aunque
este paralelismo no prueba de manera conclusiva la identificación del reino de Dios con Su
santuario, muestra que los dos estaban íntimamente asociados el uno con el otro. Y le añade valor
a las conexiones más directas mostradas antes.24

Se podrían notar más relaciones, pero estos son suficientes para permitir esta conclusión: el reino
de Dios en el sentido “estrecho,” esto es, el reino como el lugar al que los hombres “entran” y
donde festejan con Dios, es el santuario. La venida del reino implica la apertura del verdadero
santuario celestial a los hombres pecaminosos, a través de la sangre del Cordero ofrecido una vez
23 Vea David Chilton, Días de Retribución: Una Exposición del Apocalipsis (Tyler, TX: Dominion Press, 1987), p.
556. También es digno de notarse que la ciudad-reino-santuario es la Novia, la Iglesia. Los tres “niveles” del reino
se hallan plegados, combinados, en la visión de Juan.
24 Un pensamiento final sobre este tema. En ocasiones las referencias de Jesús usan la frase “reino de Dios” en
referencia a los dones del reino, en lugar de la “esfera” en que aquellos dones son dados y recibidos. Esto es lo que
Jesús tiene en vista cuando compara el reino con una perla de gran precio: el reino es un tesoro. En términos de la
definición que he adoptado, asociaría estos usos de “reino” con el santuario; la frase “reino de Dios” puede referirse
ya sea al “salón” donde los hombres entran para recibir los dones del reino, o a los dones mismos.
por todas en la consumación de las edades.

Finalmente, el establecimiento del reino implica una revolución en la tierra. Se debe notar que en
el Salmo 114:2, citado antes, tanto el “santuario” como el “señorío” son identificados con el
pueblo de Dios.25 El santuario de Dios es Su pueblo porque Dios habita en medio de ellos, y Su
pueblo es Su reino porque ellos se someten a Su señorío. Esto fue cierto en el Antiguo
Testamento respecto a Israel y Judá. Pero con la venida de Cristo, el pueblo de Dios del Antiguo
Testamento ha sido rechazado, y los privilegios del reino son otorgados a un nuevo pueblo que
producirá el fruto de él (Mateo 21:33-46). Un nuevo pueblo se convierte en el santuario de Dios y
en Su reino. Este nuevo pueblo no está, como en el Antiguo Pacto, centrado en una sola nación o
lugar, sino que abarca todas las naciones y tribus y lenguas. La pared divisoria es derribada, y
Judíos y Griegos son reconciliados en un nuevo hombre (Efesios 2:11-22). Este nuevo pueblo
está sentado en los lugares celestiales, y tiene acceso al santuario celestial por medio de Cristo.
En Cristo, el nuevo pueblo de Dios tiene vida y poder, y se ha convertido en una nueva raza de
gobernadores, justo como Dios originalmente tuvo el propósito que fueran todos los hijos de
Dios. En virtud de un nuevo pacto por el cual la ley es escrita sobre sus corazones y el Espíritu de
Dios es colocado dentro de ellos, son capacitados para hacer la voluntad de Dios en la tierra
como se hace en los cielos (Hebreos 8).

De este modo el reino es el nuevo orden de cosas en el cielo, en el santuario, y en la tierra. En


todos los aspectos Cristo es autobasileia, siendo Él mismo el reino. El reino es el cielo porque
Cristo señorea desde un trono celestial. El reino es el santuario porque es en el santuario donde
celebramos con la carne y la sangre de Cristo. El reino es la Iglesia porque ella es el Cuerpo y la
Novia de Cristo, huesos de Sus huesos y carne de Su carne. En el cielo, vemos el Cuerpo
encarnado de Cristo. En el santuario el Cuerpo de Cristo es sacramental. En la tierra, el Cuerpo
de Cristo es eclesiástico. En todos los sentidos Cristo es el reino.26
25 La relación entre la Iglesia y el reino es bastante compleja. Al definir el reino como el dominio de Cristo y el
santuario celestial podemos concluir que la Iglesia, como el pueblo de Dios, es en algunos sentidos distinta de, y en
otros sentidos, idéntica al reino. El gráfico más abajo resume mis pensamientos sobre el asunto.

Distinto de la Iglesia Idéntico a la Iglesia


Dominio del Reino Pueblo Sujeto Sobre Tronos Celestiales
Reino Santuario Acceso al Santuario/ Templo del Espíritu
Posee y Hereda dones

El reino, como el señorío de Cristo, es distinto de la Iglesia porque la Iglesia es el pueblo sobre quienes Cristo
gobierna de manera salvadora; pero la Iglesia también es identificada con el gobierno de Cristo porque los santos
están entronizados en lugares celestiales. El reino como santuario es distinto de la Iglesia en el sentido que la Iglesia
es el pueblo que tiene acceso al santuario, que posee los dones del santuario, y heredará la plenitud de la bendición
del reino; pero la Iglesia es también idéntica al reino como santuario porque la Iglesia es el Templo del Espíritu.
26 Este nuevo orden mundial es una restauración del orden de la creación. Es más preciso decir que el nuevo orden
mundial del reino es un cumplimiento, un “llenar hasta la plenitud” el orden original de la creación. No es
meramente un regreso al orden prístino, pero representa progreso por encima de la creación original. Primero, Adán
y Eva fueron creados para gobernar la tierra; pecaron y Dios los entregó a la esclavitud de Satanás. En Cristo, el
Postrer Adán, somos restaurados e incluso trascendemos el dominio de Adán y Eva. Segundo, Adán y Eva iban a ser
capacitados para cumplir su tarea teniendo acceso al árbol de la vida en el Huerto de Edén; pecaron y fueron
expulsados del Huerto. En Cristo, tenemos acceso al verdadero santuario celestial. Finalmente, Adán y Eva habían
de reproducirse para producir una raza de hombres y mujeres que iban a gobernar la tierra en obediencia a los
mandamientos de Dios; pecaron y la raza humana se dividió entre la simiente de la serpiente y la simiente de la
mujer. En Cristo, somos rehechos por el Espíritu de Dios a la imagen de Cristo, el Postrer Adán, para que podamos
cumplir nuestro llamado de gobernar la tierra en obediencia; la ruptura en la raza humana ha comenzado a ser
sanada, y será más completamente sanada a medida que las naciones vienen a adorar en el monte del Señor.
El Espíritu trae la vida y las bendiciones del reino. A través del Espíritu el poder de la
resurrección de Cristo nos es comunicado, y somos capacitados para conquistar el pecado y la
muerte. El Espíritu habita en el santuario. Y la Iglesia es el Templo del Espíritu. Donde está el
Espíritu, allí está el reino de Dios.

Finalmente, todos estos “niveles” del nuevo orden mundial del reino están relacionados en
términos de perspectivas. Podemos decir de todos que cada uno de ellos es el reino y también que
la combinación de los tres es el reino, porque cada rasgo del reino involucra y conduce a los
otros. Un entendimiento apropiado de las características requiere un entendimiento de las otras.
El reino, como el gobierno celestial de Cristo, no puede ser entendido apropiadamente a menos
que reconozcamos que Cristo distribuye los beneficios de su señorío en el santuario; igualmente,
el reino como el señorío de Cristo involucra a la Iglesia porque ellos son el pueblo que se somete
por voluntad propia a Su señorío.27 Un entendimiento apropiado del reino como santuario implica
un reconocimiento de que Cristo reina desde Su santuario; el reino como santuario lleva al reino
como pueblo de Dios porque la Iglesia es el Templo del Espíritu Santo. Un entendimiento
apropiado del reino como pueblo de Dios implica un entendimiento del reino como señorío
porque el pueblo de Dios ha sido exaltado a tronos celestiales en Cristo; el reino como la Iglesia
dirige a la consideración del reino como santuario porque el pueblo de Dios son aquellos que
tienen acceso al santuario celestial y a sus beneficios (comunión con el Trino Dios por el Espíritu
operando a través de la Palabra y el Sacramento).

El Reino y la Cultura

El reino es relevante, pero no idéntico, a la cultura humana. Cuando Dios creó a Adán y Eva les
dijo que llenaran la tierra, que la sojuzgaran y la gobernaran. Como Meredith Kline lo ha dicho,
este es un mandato “de dominio global máximo.” Adán y Eva, junto con sus descendientes,
habían de construir sobre la tierra una réplica gloriosa de la habitación celestial de Dios. Enfatizo
el uso de la palabra “réplica.” La tierra iba a volverse como el cielo, pero nunca, ni siquiera por
los esfuerzos de manos humanos sin pecado, podía en realidad convertirse en el cielo. La meta
era aproximarse progresivamente al orden escatológico de Dios. Aún sin pecado, el
cumplimiento de la creación le hubiese llegado al hombre como un don. Sin embargo, la
“réplica” no captura la relación dinámica que Dios tenía la intención que existiese entre el cielo y
la tierra. La tierra no iba nada más a volverse “como” el cielo, pero iba a volverse cada vez más y
más en una “anticipación” o “anticipo” del orden escatológico glorificado. La tierra no iba nada
más a “reflejar” el cielo; iba a “crecer” pareciéndose así al cielo, sin convertirse – de hecho – en
el cielo.

Sin embargo, el “mandato de dominio,” no era nada más una orden. Era también una definición.
Los estudiosos han señalado que los primeros capítulos del Génesis tienen un carácter etiológico.
Es decir, están diseñados para contestar la pregunta de por qué las cosas son de la manera que
son. Un conjunto de preguntas que los primeros capítulos del Génesis contesta es, “¿Por qué son
los hombres de la manera en que son? ¿Por qué los hombres siempre están buscando un mayor
conocimiento? ¿Por qué los hombres están siempre buscando un dominio mayor sobre la tierra?
¿Por qué están siempre tratando de inventar nuevas cosas, de encontrar nuevos usos de los
27 Vos dice que el reino “existe allí, no meramente donde Dios es supremo, pues eso es verdad en todos los tiempos
y bajo todas las circunstancias, sino donde Dios sobrenaturalmente lleva a cabo su supremacía en contra de todos los
poderes contrarios y trae a los hombres al reconocimiento voluntario de lo mismo.” El Reino de Dios y la Iglesia, p.
50.
recursos ‘naturales’? ¿Por qué los hombres pintan, esculpen, dibujan, construyen edificios,
escriben música y poesía? ¿Por qué los hombres están constante e invariablemente involucrados
en la búsqueda cultural del arte, la ciencia y la tecnología? La respuesta de Génesis 1 es que Dios
hizo al hombre de esa manera. El hombre es la imagen de Dios. Dios es el Creador y Rey. Como
Su imagen, el hombre crea y gobierna.

Así pues, Dios no solamente le dio a Adán y Eva el mandamiento de señorear, sino que los hizo
criaturas dominantes. Dios no solamente les ordenó a Adán y Eva que construyeran culturas, Él
los hizo seres constructores de cultura. El sexo provee una buena analogía. Pocos de nosotros
pensamos en el mandamiento de Dios de ser fructíferos y de multiplicarse cuando tratamos de
tener hijos. Lo hacemos no a partir de nuestra obediencia consciente al mandamiento de Dios,
sino porque somos creados como criaturas sexuales, con un deseo “incorporado” por la unión
sexual y la procreación. Así también, cuando nos involucramos en tareas “culturales,” sea que
construyamos puentes o pintemos un paisaje, lo estamos haciendo porque tenemos un deseo
incorporado de señorear y glorificar la tierra.28

Que este es el punto de Génesis 1 es claro por los eventos registrados en Génesis 4 – 5. Después
que Adán y Eva pecaron, sus descendientes continuaron señoreando su tierra. El problema no era
que ellos estaban tomando dominio. Por el contrario, Génesis 4 registra sus contribuciones al
desarrollo de la música, la metalurgia, la cría de animales, la arquitectura y la política (“Caín
edificó una ciudad,” v. 17). El principal problema del hombre pecaminoso nunca ha sido su
negativa a señorear sobre la tierra. El principal problema es que él gobierna sobre la tierra de una
manera impía. El hombre Adánico señorea para hacerse un nombre, no para glorificar el nombre
del Señor. Los hombres pecaminosos tratan de señorear mientras ellos mismos son esclavos del
pecado y de Satanás. Dios creó a Adán y Eva para construir una réplica de Su ciudad en la tierra.
Sus descendientes construyeron la pervertida ciudad del Hombre.

Por esta razón, el “dominio” nunca es la meta Cristiana última. Nuestra exhortación a nuestros
compañeros Cristianos no debiese ser, “Tomad dominio.” Para parafrasear a Santiago, incluso los
demonios tienen dominio (de algún tipo). Más bien, la meta Cristiana es la fidelidad a Dios; el fin
principal del hombre es ahora, así como hace tres siglos cuando fue escrito el Catecismo Menor
de Westminster, glorificar a Dios y disfrutar de Él para siempre. Por lo tanto, debiésemos
exhortar a los hombres a la fidelidad en cualquier llamado en el que Dios les haya colocado.
Somos, por definición, criaturas de dominio; el asunto no es tanto si señoreamos, sino por qué y
cómo señoreamos, la meta, el estándar y el motivo de nuestro señorío. De este modo, la
redención no siempre implica el impartir de nuevas habilidades culturales. Más bien, la redención
implica una reorientación de las habilidades culturales dadas por Dios, de manera que,
cualesquiera sean los talentos que tengamos sean usados para la gloria de Dios, y para que
cumplamos nuestros llamados (nuestras “esferas de dominio” individuales) en obediencia a los
mandamientos de Dios. De esta manera se cumple la comisión original dada a Adán, mientras se
hace la voluntad de Dios en la tierra como se hace en el cielo.

¿Cómo se relaciona esto con el reino de Dios? Estar en el reino quiere decir que hemos sido
liberados del poder de Satanás y del pecado bajo los cuales los hombres sufren como un castigo

28 El dramaturgo Checo y Presidente Vaclav Havel hace este interesante comentario sobre la autobiografía de su
padre, un corredor de bienes raíces en Praga: “Usted puede sentir en casi cada oración que lo que impulsaba a mi
padre... no era el notorio deseo capitalista por el beneficio y el valor agregado, sino la empresa, pura y simple – el
deseo de crear algo.” Vaclav Havel, Perturbando la Paz: Una Conversación con Karel Hvizdala, trad. por Paul
Wilson (New York: Alfred A. Knopf, 1990), p. 4.
por su pecado. En Cristo, hemos sido exaltados a los lugares celestiales. En Cristo, tenemos
dominio sobre Satanás. Y este es precisamente el tipo de dominio que les falta a los hombres y
las mujeres Adánicas. Puede que tengan autoridad política, o producir impresionantes obras de
arte, pero en tanto que sean esclavos de Satanás y del pecado, no están cumpliendo su llamado
más alto de señorear la tierra para la gloria de Dios. Sin arpas espirituales son incapaces de
batallar contra sus más grandes enemigos. La forma realmente crucial de dominio no es cultural,
sino “espiritual” o celestial. El dominio visible es temporal, pero las cosas invisibles permanecen.
A medida que los Cristianos sean fieles, este dominio invisible y celestial se hace más visible en
la historia en la forma de dominio cultural y político. La bendición de Dios viene sobre aquellos
que viven en el temor de Él, así las culturas en las que el evangelio y la ley hayan jugado un rol
formativo serán “la cabeza y no la cola.” Algún día juzgaremos a los ángeles. Sin embargo, en el
presente, la raíz del dominio Cristiano es su entrada al gozo del privilegio del dominio celestial,
su entronización con Cristo en los lugares celestiales.

Estar en el reino también quiere decir que tenemos acceso al santuario, donde podemos festejar
con el verdadero pan de vida. Los hombres fuera del reino de Dios se hallan en un estado de
muerte viviente. Están muertos en sus pecados. Admitido al santuario celestial por la sangre de
Cristo, somos vivificados por el Espíritu de Dios, y somos capacitados para trabajar en nuestros
llamados para la gloria de Dios y en obediencia a Sus mandamientos. Habiendo entrado al reino,
tenemos la atención del Rey, quien ha prometido otorgarnos cualquier cosa que le pidamos en Su
Nombre.

La Iglesia es el aspecto visible del reino; ella es el pueblo que tiene acceso a los privilegios del
reino celestial. La Iglesia consiste de la nueva raza humana reunida, los Adanes y las Evas
quienes son llamados a cumplir el mandato original de señorear la tierra para la gloria de Dios.
Podemos decir que la Iglesia es la Novia de Cristo, y también que la Iglesia, como una Madre,
produce el nuevo pueblo de Dios. La Iglesia trae las naciones bajo el yugo de Cristo (a través del
bautismo y la disciplina) y le enseña a las naciones todo lo que Dios ha mandado. Mientras la
Iglesia cumple su función, da nacimiento a una nueva raza, una raza que, en Cristo, cumplirá el
mandato original de Adán.

De este modo, el reino de Dios está inevitable e indirectamente relacionado con la cultura
humana. Es en el reino de Dios que los hombres son reorientados al cumplimiento del mandato
original para la historia humana: Conocer a Dios y participar de Su señorío sobre la tierra. El
reino no es la civilización Cristiana. Pero sin el reino de Dios, no habría esperanza de civilización
Cristiana. Podríamos decir que aunque el reino no es la civilización Cristiana, uno de los logros
del reino es producir la civilización Cristiana, es decir, un orden social histórico que refleja y
marca el comienzo el orden eterno y escatológico de la ciudad celestial de Dios.

El Festejo del Reino

Una de las implicaciones de este paradigma del reino es el énfasis que este coloca sobre la
adoración y particularmente sobre la Cena del Señor. A través de la Escritura la celebración real
es una de las imágenes importantes de la venida del reino de Dios.29 Isaías, por ejemplo, describió
el banquete Mesiánico que ocurriría en el Monte del Señor: “Y Jehová de los ejércitos hará en
este monte a todos los pueblos banquete de manjares suculentos, banquete de vinos refinados, de
gruesos tuétanos y de vinos purificados” (Isaías 25:6; vea Salmo 45; Cantares 5:1; Ezequiel
29 En este y en los siguientes párrafos, estoy en deuda con Geoffrey Wainwright, Eucaristía y Escatología (New
York: Oxford University Press, 1981), pp. 18-42.
34:23). Así como la vida iba a serles comunicada a Adán y Eva por medio del fruto del Árbol de
la Vida, así también la vida y la bendición del reino son dadas en un festejo.

Por lo tanto, al ver los Evangelios con ojos del Antiguo Testamento es evidente que la
alimentación de las multitudes por parte de Jesús señala al hecho de que Él es el Rey Mesiánico
prometido. El alimentar al pueblo fue un acto regio,* no un acto mágico. Cuando Jesús alimentó a
cinco mil hombres reclinados en los verdes pastos, estaba mostrando que Él mismo era el David
prometido, el Real Pastor que conduciría Su rebaño a los pastos verdes (Marcos 6:30-44; vea
Salmo 23:5; Mateo 14:13-21; 15:32-39; Lucas 9:11-17). El significado real* de estas comidas no
se perdió en el pueblo Judío; después de una comida “trataron de hacerle rey” (Juan 6:15).

Jesús hizo muy clara la íntima conexión del reino de los cielos y el festejo. Él resumió la
bendición del reino como sentarse a Su mesa, festejando con Abraham, Isaac y Jacob (Mateo
8:11; vea Lucas 14:15). Haciendo uso de las profecías del Antiguo Testamento sobre el
peregrinaje de las naciones al monte de Dios (Isaías 2:2-4), Jesús dijo que los hombre vendrán
“del oriente y del occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios”
(Lucas 13:29). La venida del reino quiere decir que las naciones de la tierra se reunirán para un
festejo en el santuario.

El festejo del reino sobre el que Jesús enseñó y representó a lo largo de Su ministerio terrenal fue
“institucionalizado” en la Cena del Señor (Mateo 26:26-29; Marcos 14:22-25; Lucas 22:17-20; 1
Corintios 11:23-25). Durante la Última Cena, Jesús señaló la conexión entre la Cena y el festejo
del reino (Mateo 26:29; Marcos 14:25; Lucas 22:18). La Cena del Señor es un anticipo del gozo
y el compañerismo de la fiesta de bodas final que el pueblo de Cristo disfrutará cuando regrese el
Novio. Cada vez que la Iglesia celebra la Cena del Señor Jesús está allí como nuestro anfitrión,
como huésped y como alimento. Cada vez que la Iglesia celebra la Cena del Señor, el reino
futuro se manifiesta en el presente, y por medio del Espíritu el poder y la vida del reino vienen a
nosotros.

Entonces, desde la perspectiva Bíblica, no es una exageración decir que el acto central del reino
de Dios, y la forma más básica visible del reino en este mundo, es el festejo Sacramental del
pueblo de Dios en el salón celestial del trono de Dios, una fiesta que simboliza, y
provisionalmente realiza, la fiesta futura de la consumación. A menos que observemos la fiesta,
no disfrutaremos de las bendiciones del reino. Nada es más importante para el avance del reino
en nuestro día que la restauración del festejo del reino a su lugar central en la vida de la Iglesia.

Conclusión

Prácticamente, la conclusión de esta descripción del reino es obligarnos a ir de regreso a la


eclesiología. El reino no es tanto un asunto de acción social y política sino un asunto de la Iglesia
con su adoración y sus sacramentos. Nuestras armas no son tanto la sofisticación política o los
boicots, sino la Palabra, los Sacramentos, la Disciplina y la Oración. Esta conclusión puede verse
como un retiro de nuestro involucramiento con el mundo. Sin embargo, de hecho, esta conclusión
nos obliga a involucrarnos en el mundo como Cristianos, porque nos obliga a involucrarnos con
el mundo precisamente como la Iglesia. CM

* Relativo a la realeza, la calidad de nobleza, perteneciente a los reyes.

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