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Las Reformas Borbónicas y la participación política popular en el México Colonial[1]

Claudia Guarisco
El Colegio Mexiquense, A.C.

En la Historia Colonial de México, las últimas décadas del siglo XVIII se conocen como la
época de las “Reformas Borbónicas”. Entonces los monarcas de la dinastía Borbón
emprendieron una serie de cambios institucionales, dirigidos a fortalecer el dominio en sus
colonias. Pero eso no fue todo. Esas transformaciones también se dirigieron a modernizar la
monarquía, en el sentido de promover la participación política de los sectores populares
bajo la premisa de la igualdad ante las leyes. En las páginas que siguen voy a demostrar
esta proposición, a través del análisis de la “Junta”. Pero antes de pasar a definirla, y dar
cuenta de su funcionamiento, es necesario, primero, caracterizar a los actores y el escenario
en medio de los cuales cobró vida.

Los actores y el escenario

La organización social en el México Colonial era muy diferente a la actual. No existían


clases configuradas a partir de la división del trabajo, si no dos estamentos. Uno lo
conformaban los indios y el otro; los españoles. Los estamentos eran agrupaciones que
tenían un origen político, en la medida que era la voluntad real la que definía el modo de
vida de sus integrantes. Así; los indios, a diferencia de los españoles, no podían portar
armas ni andar a caballo. También en lo que respecta a las obligaciones hacia los monarcas,
existían leyes diferentes para indios y españoles. Por ejemplo, mientras los primeros
contribuían con el pago de los Reales Tributos; que era un impuesto per cápita, los
segundos lo hacían a través de las Alcabalas; que era un impuesto al comercio. Además, los
estamentos tenían una estructura piramidal. Estaban divididos en diferentes segmentos,
ordenados jerárquicamente de acuerdo a su riqueza y prestigio. El ápice del estamento
español estaba compuesto por la nobleza. En la base; en cambio, estaba el “estado llano”.
El estamento indígena, a su turno, también se hallaba dividido en dos grupos: los nobles y
los indios del común o macehuales.

Además de los estamentos, la organización social del México Colonial se componía de


castas, siendo la más importante la de los mestizos. Estos no constituían un grupo bien
definido desde el punto de vista legal, como los indios y españoles, porque eran el producto
no deseado de la unión de ambos grupos. Desde el siglo XVI, fueron vistos con recelo por
los monarcas, debido no solamente a la ilegitimidad de su origen, sino también a la creencia
de cuño medieval según la cual la mezcla de sangre amenazaba el orden social.

La mayor parte de los indios vivían alejados de los grandes centros urbanos, asentados en
parroquias o curatos particulares a su estamento, los cuales se componían de cierto número
de pueblos. Estos constaban, a su turno, de un centro demográficamente importante
llamado “cabecera”, y de unidades de menor relevancia o “sujetos”. Simultáneamente, uno
de los pueblos constituía la “cabecera parroquial”, en la que residía el párroco y se erigía la
iglesia. Todos los pueblos de indios, asimismo, estaban rodeados de tierras otorgadas por
los monarcas, las cuales servían para que sus integrantes se alimentaran y pagaran los
Reales Tributos.

Cada pueblo se hallaba organizado en torno a las entonces llamadas “repúblicas de indios”.
Estas eran las unidades mínimas de la administración real; una especie de equivalente a los
municipios de la actualidad, aunque privativos desde el punto de vista de la composición
social. A través de ellas los monarcas ejercían su control sobre la población indígena y, al
mismo tiempo, daban cabida a sus demandas. Entre las obligaciones de los funcionarios de
las repúblicas estaba la de administrar justicia en pleitos de menor cuantía, coordinar los
trabajos de construcción y reparación de puentes, caminos y edificios, así como encargarse
de las finanzas de los pueblos y recaudar los Reales Tributos. Al mismo tiempo, esos
funcionarios representaban a los indios en la solicitud de privilegios o “pedimentos”,
sustentados en largos memoriales que trataban, por ejemplo, de exenciones en torno a las
contribuciones.

La república de indios constaba de un cuadro de funcionarios de carácter electivo, el cual se


componía de un gobernador, varios alcaldes así como de un síndico procurador y un
escribano. Cada alcalde representaba ya fuera a los indios de una cabecera o a de un sujeto,
mientras que el cargo de gobernador se rotaba anualmente entre los miembros de cada una
de esas unidades. Cabe señalar que las repúblicas no eran instancias gubernamentales de
carácter autónomo, si no que sus integrantes eran vigilados por un funcionario real de
mayor jerarquía que alcaldes y gobernadores, denominado “subdelegado”. La jurisdicción
de los subdelegados se extendía sobre el “partido”, que era la reunión de cierto número de
parroquias. Simultáneamente, los pueblos de indios constituían el órgano más pequeño de
la administración de la Iglesia. Los cuadros, en este caso, estaban compuestos por fiscales
de iglesia y mayordomos, quienes debían ocuparse de que la población se apegara a lo
dispuesto por la Madre Iglesia. La autoridad inmediatamente superior a ellos eran los curas
párrocos, cuya jurisdicción se extendía sobre la parroquia o curato.

Inspirados por la “Teoría del Mal Ejemplo”, los reyes impusieron en el siglo XVI la
separación residencial de indios respecto a los demás componentes sociales. Pensaban que
de ese modo se mantendrían lejos de la influencia nociva de mercaderes, mercachifles y
vagos de origen español y mestizo que solían llegar a los pueblos. Sin embargo, pese a los
esfuerzo puestos por la Corona en este sentido, muy pronto aquellos se fueron enquistando
en las cabeceras de las parroquias indígenas. Durante las últimas décadas del siglo XVIII
no solamente esa era la situación generalizada en el virreinato de la Nueva España, si no
que los monarcas Borbones empezaron a pensar en indios, mestizos y españoles del estado
llano en términos de un grupo amplio e indiferenciado; como una especie de “sector
popular” que debía participar activamente en los asuntos de gobierno. Además, dispusieron
que el medio a través del cual esa participación se llevara a cabo fuera la Junta.

La Junta era una institución dirigida a comprometer a indios, mestizos y españoles del
estado llano de las parroquias en la función pública. Se trataba de una asamblea
conformada por los padres de familia, independientemente de su adscripción estamental o
de casta. En ella se discutían los problemas que enfrentaban, fueran estos de índole
económica, religiosa o incluso bélica. También se planificaba la acción conjunta que
conduciría a su resolución. Se trataba de una forma de organización local muy moderna, en
el sentido de que rompía con el aislamiento que había caracterizado la participación política
de los indios en torno a las repúblicas, y los integraba con sus vecinos no indígenas en un
solo cuerpo político. En lo que sigue se analizarán tres tipos de Junta, que tuvieron lugar
entre 1770 y 1821: la Junta de Fábrica, la Junta de Comerciantes y la Junta de Guerra o
Patriótica, tal y como se dieron en los pueblos y parroquias indígenas del Valle de México
que rodeaban la capital de virreinato, y que conformaban los entonces partidos de
Coyoacan, Xochimilco, Chalco, Coatepec, Tacuba, Ecatepec, Texcoco, Teotihuacan,
Otumba, Cuautitlan, Citlaltepec y Mexicalzingo.

La Junta de Fábrica

La religión constituyó en la Nueva España un conjunto de creencias y ritos en torno a la


divinidad, que fue compartido por los estamentos y castas. Su función primordial era la de
mantener el orden social. La creencia en la Divina Providencia justificaba, entre otras
cosas, la inevitabilidad del lugar que cada cual ocupaba en la sociedad. Asimismo, los
valores que ubicaban la importancia del bien común por encima de la del bien individual y
las creencias que señalaban el origen divino del poder real sancionaban la cooperación
entre españoles, indios y mestizos, así como la obediencia al monarca. En el Valle de
México esa unidad en materia religiosa hizo posible el arraigo de la Junta de Fábrica. Esta
se erigió en las cabeceras de las parroquias indígenas; es decir, en el lugar de residencia de
los miembros de esos tres grupos.

Hasta bien entrado el siglo XVIII, la reparación y construcción de las iglesias de los
pueblos cabeceras habían sido financiadas con el dinero proveniente de los Reales Tributos
y con la mano de obra indígena. En 1798 la Corona modificó sustancialmente ese
procedimiento, disponiendo que los gastos fueran cubiertos no solamente por la Real
Hacienda sino que, además, se repartieran entre los indios, mestizos y españoles del estado
llano. La participación de los primeros en las Juntas de Fábrica se realizó de manera
individual, mientras que los indios se hicieron presentes a través de sus gobernadores y
alcaldes. Una de las funciones más relevantes que tenían los oficiales de república hacia
fines del siglo XVIII era la de acudir a tales Juntas para tomar decisiones a propósito culto,
al lado de los españoles y mestizos que vivían en las cabeceras de sus curatos. En el pueblo
de San Miguel Temascalzingo (Chalco), por ejemplo, el subdelegado mandó comparecer a
todos los residentes de la cabecera para tratar en una Junta los medios más apropiados de
reparar una capilla. Los asistentes convinieron en que uno de los comerciantes españoles
facilitara los mil pesos que se requerían, a cambio de que durante los tres años siguientes se
le fueran restituyendo con un pequeño interés. Asimismo se dispuso que la devolución del
dinero se llevara a cabo a partir de los arbitrios que se cobraban a los comerciantes por sus
tiendas y mesones. El subdelegado del partido comunicó estas medidas a sus superiores
quienes, antes de otorgar su permiso, mandaron hacer las averiguaciones correspondientes.
Uno de los residentes españoles fue encomendado para que, bajo juramento, valorizara el
costo de la reparación de la capilla. También testificó un gobernador de indios. Ambos
coincidieron en la necesidad de reparar el edificio y sus testimonios fueron enviados a los
funcionarios reales respectivos.
Obtenido el visto bueno, y en nueva Junta, indios, españoles y mestizos nombraron de
común acuerdo como mayordomo a uno de los comerciantes españoles, con el objeto de
que administrase el dinero de la obra. El mayordomo también debía responsabilizarse de la
recaudación de los arbitrios de las tiendas y mesones para saldar, paulatinamente, el
préstamo de los mil pesos.

Similarmente, el gobernador del pueblo de San Pedro Tlahuac, en Chalco, promovió la


reparación de la iglesia parroquial en 1790. Siguiendo los mismos procedimientos que en el
caso anterior, españoles, mestizos e indios se congregaron en la casa cural para repartirse
las contribuciones. El siguiente cuadro muestra lo que aportó cada grupo.

Cuadro I
Contribuciones de los vecinos de San Pedro Tlahuac (Chalco) para la reparación de la
iglesia parroquial
Contribuyentes y contribuciones
Españoles del estado llano y
Componente del pueblo mestizos Indios
2 individuos: 6 pesos cada 260 indios: 4 peones diarios y
Tlahuac (cabecera) uno por una sola vez. 1 real al mes.
San Francisco Tlaltenco 23 individuos: entre 2 y 4
(sujeto) pesos por una sola vez. 120 indios: 50 pesos.
83 indios: 1 canoa de tezontle,
6 individuos: en promedio ripio y 3 peones por semana
Santiago Zapotitlan (sujeto) cada uno 2 brazadas de mientras dure la obra.
tezontle.
Indios principales, D.
Fernando Pascual, Don Mateo
Pacheco y Don Bacilio: 3
pesos cada uno. Los demás
18 individuos: entre 2 y 4 indios del común: 3 peones
pesos y 12 cargas de cal por semanales mientras durase la
Santa Catarina (sujeto) una sola vez. obra.
San Martín Xico (sujeto) 48 indios: 1 peón diario.

Asimismo, en 1802 los gobernadores de la cabecera parroquial de Tlanepantla (Tacuba),


promovieron la reparación de su iglesia, para lo cual decidieron que los indios
contribuyeran con su trabajo y los españoles y mestizos con dinero y materiales.

La Junta de Comerciantes
En todas las épocas y sociedades el intercambio de bienes ha constituido una fuerza
vinculante entre los hombres. En el Valle de México el comercio no sólo propició la
integración de los indios con los españoles del estado llano y los mestizos, haciendo posible
su participación en torno a la Junta de Comerciantes. Además, la magnitud de la presencia
de los primeros en el comercio determinó que, luego de la abolición de los Reales Tributos
en 1810, fuera posible homogeneizarlos fiscalmente con españoles y mestizos. Esa
igualación en materia tributaria significó otro gran paso hacia la modernidad política en el
México Colonial.

Si bien es cierto que los indios del Valle lograban sostenerse con el trabajo realizado en
tierras que les proporcionaban los gobernantes, estuvieron lejos de vivir en la autarquía.
Una parte de la cosecha (grano, hortalizas y fruta) la dedicaban al autoconsumo y la otra a
la venta al menudeo, junto con algunos pollos, gallinas, cerdos, pavos y pescados. Además,
complementaban sus ingresos con la comercialización de pulque, artesanías (cestos,
cerámica y tejidos), salitre, sal, leña, sacate y piedra, entre otras cosas.

Los indios de los diferentes pueblos de San Cristóbal Ecatepec, San Juan Teotihuacan y
Otumba lograron cierta especialización en la producción, conducción y venta de pulque y
tequesquite o salitre. Los suelos de esas jurisdicciones, carentes de agua, producían apenas
grano y eran en general poco fértiles. Los indios de Texcoco comercializaban sal, leña,
carbón, tejidos de lana y algodón, así como madera. Además vendían su fuerza de trabajo,
eventualmente, en las haciendas cercanas. En Coatepec muchos indios ofertaban su fuerza
de trabajo como albañiles y carpinteros, mientras que los de Chalco y Xochimilco,
introducían sus productos a la Corte en canoas que se desplazaban por la ruta lacustre del
sur. Los de Xochimilco traían sobre todo manufacturas en madera, frutas y verduras de sus
chinampas o provenientes de Tierra Caliente, mientras que los de Chalco transportaban
básicamente granos. Los de Ixtacalco; al sur de la Ciudad de México, y los de
Mexicalzingo, al igual que los de Xochimilco, se caracterizaron también por su continua
participación en el comercio, vendiendo lo producido en sus chinampas, además de sal,
salitre, cestos, cerámica y pescado. Los de Coyoacan y Tacubaya, por otro lado, eran
reconocidos como albañiles y carpinteros, mientras que los indios de Tacuba vendían
vasijas de barro, carbón y piedra. Particularmente los de Toltitlan, trabajaban un tejido que
entonces se conocía como “jerguetilla” y lo vendían en la ciudad de México. Se trataba de
un tejido burdo, que era adquirido por los pobres. Los indios de Tacuba no solamente
vendían jerga, piedra, carbón y vasijas de barro, sino también pulque y tequesquite, además
de maíz, frejol, cebada, trigo, alberjón, habas, aceite y fruta que sus ricos suelos,
abundantemente regados, solían producir. Finalmente, la población indígena del partido de
Cuautitlan se especializaba en la producción y venta de un tipo especial de cerámica.

Los indios del Valle no solamente introducían sus productos a la Ciudad de México,
utilizando los caminos que la unían con los pueblos cabecera y la ruta lacustre del sur.
Además participaban en el comercio que se llevaba a cabo en los tianguis que tenían lugar
semanalmente en las cabeceras parroquiales. El tianguis de Cuautitlan era muy frecuentado
por viajeros que iban de la Ciudad de México a la región minera del norte. El de Chalco era
muy grande y concurrido, comercializándose en él sobre todo semillas. Por su parte
Chicoloapan (Coatepec) se convirtió en el siglo XVIII en un pueblo comercial importante,
en el que cada miércoles se reunía una gran cantidad de gente para intercambiar ropa,
granos, frutas, animales y otros muchos artículos. La multiplicidad de mercados en todo el
Valle, además, promovió la movilización de los indios a lo largo de sus diferentes partidos.
Así, por ejemplo, los de Zumpango y pueblos adyacentes, comercializaban chile, tomate,
frejol y sal, y para que no se desaprovechara lo que no llegaba a venderse, se trasladaban a
las plazas y mercados de otros pueblos, proveyendo a la gente pobre de víveres baratos.

Durante las últimas décadas del siglo XVIII la importancia de la participación indígena en
el comercio no fue desapercibida por los gobernantes. Estos abrigaron entonces la idea de
terminar con la exención de la paga de Alcabala con la que siempre habían contado. Hacia
1792 el volumen promedio de bienes que comercializaron los indios en la Ciudad de
México ascendió a treinta mil pesos y el Erario perdió, en Alcabala, alrededor de dos mil
pesos. Ese año los indios del Valle introdujeron a la Ciudad de México por las garitas de
Burras, Mellado, Valenciana y Santa Rosa (cerca a las de San Lázaro y Peralvillo) sobre
todo fruta, menestras, maíz y paja, unos pocos productos lácteos, cerdos, jerga, manta y
sombreros. Cada indio transportaba, por ejemplo, dos arrobas de chile, o seis cargas de
durazno, o tres fanegas de frejol, o cuarenta varas de jerga o siete sombreros, o cuatro
cargas de aguacate o un cerdo mediano. El valor de estas mercancías era de alrededor de
seis pesos y el de la Alcabala que se dejaba de cobrar ascendía a cuatro reales.

La necesidad de cubrir los sueldos de la tropa en el contexto de la ofensiva insurgente


impulsó al Virrey Venegas a imponer en 1812 una contribución sobre los bienes de
consumo básico comercializados. Considerando que éstos se hallaban muy poco gravados,
estableció un impuesto fijo llamado “Contribución Extraordinaria de Guerra Temporal o
Subsidio de Guerra”, el cual debía comprender a todos los habitantes de Nueva España sin
importar su adscripción estamental o de casta. El siguiente cuadro muestra los productos
cargados y el monto de los cargos:

Cuadro II
Tarifa de la Contribución Extraordinaria de Guerra Temporal, 1812
Impuesto
Producto Cantidad (Reales)
Maíz Carga de 2 fanegas 3
Harina sin florear Ibidem 6
Cebada Ibidem 2
Garbanzo Ibidem 6
Lenteja Ibidem 4
Frijol Ibidem 2
Chile Carga de 14 arrobas 14
Arroz blanco Carga de 12 arrobas 6
Arroz morisqueta Ibidem 3
Haba seca Ibidem 2
Chícharo seco Ibidem 2
Sal Ibidem 2
Bueyes viejos, novillos, vacas, toros de abasto
Cabeza 4
Carneros de abasto Cabeza 2
Chivos, cabras, ovejas viejas para matanza de
cebo Cabeza _
Cecina seca Carga de 1 arroba 2
Cebo Ibidem 3
Puerco para jamón o abasto Cabeza 3
Queso añejo Carga de 12 arrobas 6
Azúcar Ibidem 1
Piloncillo blanco Ibidem 3
Panocha blanca Ibidem 3
Piloncillo de hoja Carga 1_
Panocha prieta Carga 1_
Lana Arroba 1
Algodón despepitado Carga de 12 arrobas 12
Algodón con pepita Ibidem 6
Mulada de partidas Cabeza 4
Potros cerreros, quebrantados y caballos de
partida Cabeza 2
Aguardiente de España Barril 12
Aguardiente de caña Ibidem 8
Vino de España Ibidem 8
Aguardiente y vino de uva de la tierra Ibidem 8
Vino mezcal Barril quintaleño o de cuero 4 (pesos)
Cerveza, licores y vinos en botellas Docena 8
Cobre Quintal 1 (peso)
Plomo Carga de 12 arrobas 2
Greta Ibidem 2
Magistral Ibidem 1
Jabón Arroba 1
Cera Arroba 4
Aceite de Oliva de España y de la tierra Ibidem 4
Cacao de Guayaquil Ibidem 4
Cacao de Caracas Ibidem 2
Cacao de Maracaybo Ibidem 2
Cacao de Tabasco Ibidem 2
Cacao de Soconusco Ibidem 4
Cal Carga de 12 arrobas 2
Madera de todas clases (12%)
Tequesquite Fanega 1
Carga de mula y media de
Paja de todas clases burro 1, _
Fierro y acero introducido en Reales de Minas
Quintal 3, 4 (pesos)
Papel Resma 2
Café Arroba 2 (pesos)
Té o Cha Ibidem 3 (pesos)

El cobro estaba a cargo directamente de guardas de las dependencias de Real Hacienda que
existían en los partidos del Valle, con lo cual su efectividad quedó asegurada aunque, al
mismo tiempo, propició fricciones. Aquel se realizaba tanto en las garitas como en los
tianguis erigidos semanalmente en las cabeceras parroquiales.

En toda la Nueva España, se recaudaron bajo el rubro de Contribución Temporal de Guerra


las siguientes sumas, que incrementaron en cerca de una tercera parte lo reunido durante
ese mismo período bajo el antiguo ramo de Alcabala:

Cuadro III

Producto de la Contribución de Guerra y Alcabala, recaudado en la Nueva España,


1812-1817.
Contribución de Guerra Antiguo Ramo de Alcabala
Año (Pesos) (Pesos)
1812 248,157 2,453,721
1813 1,028,422 3,254,200
1814 1,484,110 3,052,339
1815 1,384,270 3,008,544
1816 1,572,161 3,414,395
1817 449,064 5,811,440
Totales 6,166,186 20,994,539
En 1816, la Contribución de Guerra cambió de nombre. Desde entonces se denominó
“Alcabala Eventual de Guerra”. Los efectos comercializados sobre todo por los indios,
quedaron sujetos al pago de aquella, así como al de la Alcabala Permanente, ascendiendo
cada una a un 6%. La nueva tarifa especificaba una serie de manufacturas indígenas y
productos recogidos de los campos, bosques y montañas que no habían sido observados en
1812, como por ejemplo bateas, cal, canastos, costales de Tlayacapa, escobas, cucharas de
madera, ladrillos, mantas, petates, cáscara de encino, nueces, paja, palma, piedras y
tequesquite, entre otros. Durante los años siguientes los guardas exigieron a los indios la
Alcabala Permanente y Eventual no solamente en las garitas de la Aduana de México, sino
también en los mercados y tianguis celebrados en los pueblos. Así, por ejemplo, en las
plazas del pueblo de Papalotla, en Texcoco se recaudó de los indios en el mes de mayo de
1817 treinta y un pesos y siete reales por sesenta y ocho cerdos de sábana, cuatro pesos y
siete reales por seis y media cargas de queso, cuatro pesos por diez arrobas de chile y un
peso un real y siete granos por tres cargas de sal. En abril de ese mismo año, los indios de
San Juan Teotihuacan contribuyeron con catorce pesos por treinta cerdos de sábana y tres
pesos y dos reales por dos cargas de sal.

Muchos indios llegaban a la ciudad de México como conductores de mercancías


pertenecientes a terceras personas o a sus pueblos, pero otros tantos lo hacían, por ejemplo
con una res, dos carneros, un cerdo o dos, o una carga de cebada de su propiedad. En 1823,
por ejemplo, Jacinto Palomo registró cuatro cargas de tequesquite en la garita de Peralvillo,
por lo que pagó dos reales. En la garita de Belem Agustín Esteban y José Tomás pagaron
cuatro reales cada uno por seis docenas de chorizo que, respectivamente, introdujeron a la
Ciudad de México para su venta. Francisco Antonio, por su parte, pagó un peso por tres
cargas y media de maíz. En la garita de San Lázaro, Polinario pagó cuatro reales por una
arroba y media de lana y en la de la Candelaria, Hipólito José dio seis reales por dos
docenas de canastillos y una gruesa de naranjas.

La integración entre indios, españoles del estado llano y mestizos motivada por el
comercio, sin embargo, solamente tuvo un impacto en las cabeceras parroquiales. Era en
esos pueblos donde semanalmente se llevaban a cabo los tianguis, acudiendo miembros de
las tres agrupaciones dedicados a la venta de bienes de consumo básico. Fueron ellos
quienes se unieron en torno a las Juntas de Comerciantes con el objeto de defenderse de lo
que consideraban excesos en el cobro de los derechos que los subdelegados les cobraban
por el establecimiento de sus puestos de venta. Así, por ejemplo, en 1786, los españoles,
mestizos e indios que vendían frutas y vituallas en el tianguis de Chalco presentaron un
escrito al Virrey Gálvez, sobre la ilegitimidad de las exacciones que se les exigía por sus
ventas.

Las Juntas de Comerciantes no fueron privativas del Valle de México. En San Francisco
Ixtlahuaca; pueblo y cabecera parroquial del partido de Tianguistengo, en el actual Estado
de México, era cosa común su celebración hacia 1795. Acudían a ellas los pocos españoles
y la mayoría de mestizos e indios que, en conjunto, componían las ciento y más familias
que residían en ese lugar. Aquel año, incluso, se decidió elegir como síndico procurador a
un español, dueño de una pulpería. A través de su elección, se buscaba hacer más eficiente
la defensa de sus intereses como comerciantes frente al subdelegado. Éste, desde hacía
algún tiempo, venía gravándolos en exceso por sus ventas.
Al igual que en las Juntas de Fábrica, los indios participaron en las Juntas de Comerciantes
a través de sus gobernadores y alcaldes. Los españoles del estado llano y mestizos, en
cambio, lo hicieron individualmente. La diferencia entre las Juntas de Fábrica y las Juntas
de Comerciantes radicaba en que las últimas poseían un carácter defensivo, ya que se
erigían con el objeto de salvaguardar los intereses de un sector de la población ante los
subdelegados y, además, eran exclusivas desde el punto de vista de la actividad económica
desempeñada por sus miembros. En las Juntas de Fábrica, en cambio, tanto indios como
españoles y mestizos compartían la misma preocupación por reparar o construir el templo,
independientemente de las actividades que realizaban para ganarse la vida. En estas
asambleas no había que conciliar intereses antagónicos entre población y subdelegados.
Éstos actuaban simplemente como promotores. De ahí, también, que no fuera necesario
elegir representantes con funciones especiales, como los síndicos, para hacer valer los
intereses de sus participantes.

La Junta de Guerra o Patriótica

Dado que el ejército regular resultaba insuficiente para contener a los insurgentes liderados
por el Padre Hidalgo, el Virrey Venegas ordenó en 1811 que los españoles del estado llano
y los mestizos se incorporaran a las milicias. Sin embargo, esa disposición debió
flexibilizarse para dar cabida a los indios, quienes tradicionalmente habían estado
exceptuados de todo servicio militar. A través de esta medida, no solamente se dio un nuevo
avance hacia la modernidad política si no que, simultáneamente, la Junta asumió una nueva
fisonomía.

En el Valle de México, las Juntas Patrióticas constituyeron organizaciones dirigidas, sobre


todo, a fijar las contribuciones necesarias para el establecimiento y funcionamiento de unas
milicias cuya formación los Borbones habían estado impulsando, sin mucho éxito, desde
mediados del siglo XVIII, junto con la de un ejército regular. La particularidad de las Juntas
Patrióticas radicó en que la participación no se ciñó a los habitantes de las cabeceras
parroquiales sino que incorporó a los indios de los pueblos sujetos. Además, los
subdelegados no se limitaron a promover el establecimiento de tales asambleas si no que,
como máximas autoridades milicianas de los partidos, intervinieron directamente en los
procesos de toma de decisiones.

En la Junta Patriótica se discutía acerca del contingente humano y el dinero que, bajo el
rubro de Contribución Directa, cada pueblo podía dar a la guerra. El subdelegado preparaba
planes en torno a estos puntos, que la Junta tenía el deber de aceptar, corregir o desaprobar.
Así, por ejemplo, en Texcoco, hacia 1815, se hizo un plan de contribuyentes que fue
aprobado por la asamblea, mas no el gasto. Días más tarde, ésta dio su visto bueno, no sin
antes reducir el número de milicianos que compondrían la compañía de infantería. A la
primera reunión acudieron los comerciantes de la cabecera, el subdelegado y el cura de la
parroquia. En la segunda, los comerciantes estuvieron representados por un síndico
procurador. En nueva Junta, el subdelegado dialogó, a su vez, con los gobernadores de
indios.

La unidad fiscal en materia de guerra, como había sucedido con los Reales Tributos, era el
indio padre de familia, aunque la cuota variaba según las posibilidades económicas de cada
cual. Así, por ejemplo, en San Agustín de las Cuevas (Coyoacan), hasta 1818 se reunían
mensualmente quinientos pesos destinados al mantenimiento de las tropas que debían servir
para la guarnición de ese territorio, a cuyo mando se hallaba un español de la Villa, con el
grado de comandante. Los españoles y mestizos, así como los indios colaboraban según sus
posibilidades. Ese año, se formó una Junta para reajustar, por órdenes superiores, la cuota.
En conjunto, los indios de los pueblos de San Pedro Apóstol, Santísima y Santa Ursula,
Calvario, Niño Jesús y Chimalteyoc, San Lorenzo Huipulco, Santo Tomás Ajusco, San
Miguel, San Andrés, La Magdalena y San Pedro Mártir aportaron el doce por ciento de
aquella.

En 1819 las contribuciones de guerra en dinero seguían vigentes. La Contribución Directa


siguió cobrándose durante los años siguientes aunque sirvió para sufragar gastos muy
diferentes a los que la insurgencia había motivado. En las cuentas de los Fondos Públicos
del ayuntamiento constitucional erigido sobre la parroquia de San Juan Bautista Citlaltepec,
correspondientes a 1824 y 1825, el procurador síndico recaudó seis pesos por tal concepto.
Ese último año, la suma a la que ascendió el impuesto en el Estado de México fue de
40,125 pesos.

Para llevar las cuentas, los miembros de la Junta Patriótica nombraban a un tesorero, que
podía ser un capitán miliciano o simplemente un vecino español o mestizo. Los
gobernadores y alcaldes de indios cobraban la contribución entre los miembros de su grupo
y rendían cuentas ante la asamblea. Mientras tanto, las cuotas de los españoles y mestizos
eran recogidas por un sargento cobrador.

Por otro lado, en la Junta Patriótica gobernadores y alcaldes, junto con los párrocos,
informaban de los avances y retiradas de los insurgentes. En ellas también se formulaban
estrategias defensivas como, por ejemplo, la de que el cura tocara la campana en señal de
peligro y la población acudiera a la cabecera armada de lanzas, palos y piedras. Asimismo,
se decidía poner vigías en ciertos puntos y costear sargentos veteranos para que instruyera a
los milicianos.

En suma, la religión y el comercio fueron fuerzas sociales que propiciaron la integración de


estamentos y castas en el Valle de México. El compartir el mismo horizonte religioso y una
misma actividad económica llevó a indios, mestizos y españoles del estado llano a cooperar
en organizaciones comunes como la Junta de Fábrica y la Junta de Comerciantes. La
necesidad de contar con un escenario donde llevar a cabo los rituales y la de realizar
transacciones comerciales en un ambiente desprovisto de tensiones fueron,
respectivamente, los objetivos principales de esas organizaciones. En ambos casos, la
presencia indígena estuvo mediatizada por la república. En cambio, los no indios
participaron de manera individual. Tales prácticas fueron promovidas por unos reyes
atentos a la dinamicidad que la sociedad mostraba y que se hallaban profundamente
seducidos por los destellos de la modernidad política forjada por los ideólogos de la
Ilustración. Y sin embargo, el impacto de las leyes que emitieron fue diferencial. En los
pueblos que no eran cabeceras parroquiales, carecieron de importancia alguna hasta el
advenimiento de la lucha contra-insurgente. La guerra significó para los indios, mestizos y
españoles del Valle de México una amenaza contra un orden social considerado legítimo.
En consecuencia, su defensa constituyó una nueva fuerza vinculante que trascendió en
importancia al comercio y la religión, llevándolos a participar en un tipo de Junta mucho
más incluyente; erigida sobre la parroquia entera.

La experiencia desplegada por los indios del Valle de México en torno a la Junta;
experiencia construida sobre el principio de la “unidad en la diversidad”, tuvo
implicaciones importantes a lo largo del siglo XIX. Como he demostrado en otro lugar[2],
aquella fue determinante para su muy sui generis conversión en ciudadanos de la nación
española entre 1812-14 y 1820-21 y, posteriormente, en la de ciudadanos de la nación
mexicana. Así, por ejemplo, los principios de igualdad legal e individualidad sobre los
cuales se asienta esa moderna institución, debieron retroceder ante la demanda indígena de
mediatizar su participación política. Del mismo modo que lo habían hecho en la Junta, los
indios del Valle de México se hicieron presentes en el Ayuntamiento Constitucional a partir
de una república resuelta a no dejarse morir.

Bibliografía Básica

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México, COMECSO, 1986

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NOTAS
[1] Extractado de: “El Reformismo Borbónico y la Participación Política de Indios y Estado
Llano en el Valle de México”. Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas 40, 2003,
Hamburgo, pp. 97-121.[]
2 Ver: Los indios del Valle de México y la Construcción de una Nueva Sociabilidad
Política, 1770-1835. México, El Colegio Mexiquense, 2003.

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