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Martín Tanaka2
Instituto de Estudios Peruanos
Febrero de 2006
Resumen
1
Una versión preliminar de este trabajo fue presentada en el taller “Democracia,
ciudadanía y partidos políticos”, organizado por Carlos Iván Degregori en el Instituto
de Estudios Peruanos, en septiembre de 2004. Agradezco mucho los comentarios
recibidos en esa reunión, en la que participaron, entre otros, Alberto Adrianzén,
Lourdes Alcorta, Walter Alejos, Enrique Bernales, Rolando Breña, Milagros Campos,
Luis Enrique Gálvez, Romeo Grompone, Jaime Joseph, Alberto Moreno, Hugo Neira,
Javier Tantaleán, Carlos Roca, Cynthia Sanborn, Richard Stoddart, Carlos Tapia,
Eduardo Toche y Susana Villarán. El texto fue también presentado como conferencia
en el VI Congreso Nacional de Sociología, en Huancayo, Noviembre de 2004; y en el
seminario “Desarrollo y conflicto: el pensamiento de Albert Hirschman”, organizado por el
Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI) de la Universidad
Nacional de Colombia, el London School of Economics (LSE), y el Social Science Research
Council (SSRC), en Bogotá, en noviembre de 2005. Agradezco especialmente los
comentarios por escrito que me hicieron llegar en distintos momentos Rolando Ames,
Víctor Caballero, Ricardo Caro, Carlos Iván Degregori, Charles Kenney, Carlos
Meléndez, Félix Reátegui, Guillermo Rochabrún, Marisa Remy, Silvio Rendón, José
Luis Rénique, Kimberly Theidon y Rosemary Thorp. Obviamente, las limitaciones del
trabajo son totalmente de mi responsabilidad.
2
Martín Tanaka es Doctor en Ciencia Política y Maestro en Ciencias Sociales por la
Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) sede México; y Licenciado en
Sociología por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Actualmente es Director
General del Instituto de Estudios Peruanos y profesor del Departamento de Ciencias
Sociales de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Recientemente ha tenido una
estancia de investigación postdoctoral en el Helen Kellogg Institute for International
Studies de la Universidad de Notre Dame, Indiana. E-mail: mtanaka@iep.org.pe
2
Introducción
Vistas las cosas desde hoy, en cuanto a las acciones que tomaron los
actores políticos y estatales para combatir la subversión, encontramos que
hubo acciones positivas y negativas. Respecto a las primeras, hubo acciones
positivas que no fueron percibidas en su momento como tales, por lo que
corresponde una reivindicación; hubo también acciones que parecieron o
consideramos buenas, pero que, o se demostraron impracticables, o se
atribuyeron a protagonistas equivocados, por lo que corresponde hacer son
aclaraciones. Del lado de las acciones negativas, algunas de ellas se pueden
entender por falta de información o ausencia de herramientas para enfrentar
los problemas, por lo que se impone señalarlas como errores comprensibles, y
asumirlas de manera autocrítica por quien corresponda; otras acciones
negativas estuvieron reñidas o contravinieron principios democráticos básicos,
pero se explican porque fueron pensadas como iniciativas útiles para la
derrota del terrorismo; acá corresponde señalarlas como errores merecedores
de sanción, aunque tengan circunstancias atenuantes, y pensar en cómo
evitar que este tipo de situaciones vuelvan a presentarse en el futuro;
3
Ver Tanaka, 2003.
3
Verdad y Reconciliación del Perú. Comisión de entrega de la CVR, Lima, febrero 2004.
Se trata de una omisión demasiado importante como para dejarla de mencionar.
5
Tomo III, capítulo 2, apartado 4, “Los partidos de izquierda”, p. 136.
6
Tomado de otra parte importante para evaluar la actuación de la izquierda: ver la
sección tercera, “Los escenarios de la violencia”, el tomo V, capítulo 2, “Historias
representativas de la violencia”, apartado 17, “El PCP-SL y la batalla por Puno”, p.
373. Este apartado fue escrito por José Luis Rénique, y su análisis está más
desarrollado en en Rénique, 2004.
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Sobre ese tema en particular ver Gonzales, 1999. Una omisión que considero
importante en el informe de la CVR es que no se analiza propiamente la propuesta de
la “trenza” de Ricardo Letts, de junio de 1988 (salvo tangencialmente en el acápite
sobre “La batalla por Puno”), en la que se proponía públicamente una alianza entre los
“partidos revolucionarios de izquierda”, las organizaciones sociales, y las
organizaciones alzadas en armas, propuesta elocuente de las ambigüedades de la
izquierda.
8
Ver Tomo III, capítulo 3, “Las organizaciones sociales”, apartado 6, “Las
universidades”.
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Ver Degregori et.al., 1996, texto que inspira en gran medida el análisis de la CVR
sobre el tema.
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Ver en sección de anexos, el anexo 11, “Sesiones de balance y perspectivas”,
“Líderes de izquierda”, p. 11-26.
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Viendo las cosas de manera retrospectiva, considero que cabe una reivindicación:
dentro de la izquierda, quien desde muy temprano mostró claridad sobre la necesidad
de deslindar con las organizaciones terroristas y sobre el considerar a las fuerzas del
orden como efectivamente garantes del orden, en contextos muy difíciles, fue Alfonso
Barrantes. Aunque personalmente tengo una muy mala evaluación de la actuación de
Barrantes en otros aspectos de la actuación de la izquierda, creo que debe reconocerse
que en este asunto merece una reivindicación.
15
Algunas evaluaciones, todas parciales, de la actuación de la izquierda pueden verse
en Gonzales, 1999; Herrera, 2002; Tanaka, 2002, entre otros.
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18
Ver Sección segunda, “Los actores del conflicto”, en el tomo III, capítulo 2, “Los
actores políticos e institucionales”, acápite 6, “El poder judicial”, p. 84.
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Pero hay un asunto más de fondo, que nos lleva a problemas actuales, y
que justifica la discusión que planteamos, que es el dilema entre ineficacia y
autoritarismo. En el momento actual seguimos enfrentando ese dilema. La
debilidad del Estado, la debilidad de las organizaciones sociales y políticas,
siguen poniendo en agenda ese trade-off. Por ejemplo, aún hoy, ante
situaciones de alteración del orden interno, se sigue considerando como algo
inevitable la participación de las fuerzas armadas, con todos los problemas
que ello trae consigo. Se trata de una propuesta antipática, ciertamente, sin
embargo, ¿cuál es la alternativa? Se suelen mencionar mesas de diálogo y
concertación, pero no en absoluto evidente que esa sea una alternativa viable.
Piénsese por ejemplo en los sucesos de Ilave 19: ese caso muestra una vez más
lo difícil que resulta construir terceros caminos a una solución represiva o una
salida negociada ineficaz, manteniendo simultáneamente el orden y la vigencia
de los derechos ciudadanos. Piénsese también en cómo encontrar una feliz
salida al tema de los nuevos juicios que se deben abrir a varios terroristas
ordenados por la CIDH: ¿cómo evitar su liberación y a la vez cumplir
plenamente con las admoniciones de la Corte? Las respuestas no son
sencillas. Estas terceras vías tienen en realidad que construirse,
trabajosamente y no están naturalmente al alcance. Esa a mi juicio es la
lección que debería haberse extraído del examen de los años del fujimorismo.
Y es que si los actores políticos y sociales democráticos fracasan en esa
construcción, desgraciadamente dejan al país en la terrible opción entre
ineficiencia democrática y eficiencia autoritaria. Y si las circunstancias son
muy apremiantes, la mayoría optará por la segunda salida.
Está casi por demás decir que el fujimorismo ha tenido una reacción
lamentable ante los temas materia de investigación de la CVR. Era quizá
esperable que la rechazara de plano y no aceptara sus términos. Pero sí es
censurable que no haya ofrecido una visión propia, autocrítica aún en sus
propios términos, de los sucesos ocurridos durante su gobierno, y las graves
violaciones a los derechos humanos ocurridas.
19
Sobre Ilave ver Degregrori, 2004; Meléndez, 2004; Pajuelo, 2005.
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Todo esto nos lleva a un tema de fondo que sigue vigente hasta el
momento, y que constituye un gran desafío para los partidos: la conducción
política y civil de los temas de seguridad y defensa. Aún ahora, a pesar de la
experiencia señalada por la CVR, y pese a los intentos de reestructuración
tanto del sector Defensa como del Ministerio del Interior llevados a cabo por el
gobierno actual, seguimos en lo básico todavía con una lógica en la cual estas
áreas constituyen áreas reservadas, dominios casi exclusivos de militares y
policías, que les aseguren el mantenimiento de cuotas de poder que van más
allá de su carácter no deliberante, y todavía tenemos que los políticos en
general aceptan esta situación. ¿Cómo cambiar esa lógica? ¿Cómo se
construye un liderazgo civil en seguridad y defensa? ¿Qué están haciendo los
partidos al respecto? En el tiempo reciente, las discusiones sobre la compra de
las Fragatas Lupo, la necesidad de un aumento del presupuesto de las FF.AA.
y la creación de un fondo especial para ellas, que nunca llegan al meollo del
problema, que es la necesidad de definir una política nacional de seguridad y
defensa, más allá de los vaivenes de las presiones presupuestales desatadas
por coyunturas específicas.
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El análisis de todos esos casos se encuentra en el tomo VII, capítulo 2 “Los casos
investigados por la Comisión de la Verdad y Reconciliación”. La base militar de Los
Cabitos en Huamanga se estudia en el acápite 9; la base militar de Capaya en
Apurímac en el acápite 26; y la actuación de las Fuerzas Armadas en la margen
izquierda del río Huallaga en el acápite 41. Las bases de Manta y Vilca ilustran
prácticas de violencia sexual contra las mujeres de esos distritos, y su estudio se
encuentra en en el tomo VIII, apartado 1, “Violencia y desigualdad de género”, del
capítulo 2, “El impacto diferenciado de la violencia”, dentro de la segunda parte del
informe final (“”Los factores que hicieron posible la violencia”).
22
Ver en los anexos, el anexo 11, “Sesiones de balance y perspectivas”. La sesión con
Acción Popular está en las págs. 27-40; con el PPC, en las págs 41-53, y con el APRA,
en las págs. 55-67. Quiero mencionar acá que a mi juicio el PPC tampoco tiene una
buena presentación, porque no examina sus responsabilidades en la conducción del
Ministerio de Justicia durante el gobierno del Presidente Belaúnde. Ya hemos hablado
de las muchas falencias de la administración de justicia, y habría que añadir la
terrible situación de las cárceles. Sobre lo primero ver el acápite 6 (“El poder judicial”)
del capítulo 2 (“Los actores políticos e institucionales”), en el tomo III; sobre lo
segundo ver el apartado 22 (“Las cárceles”) del capítulo 2 (“Historias representativas
de la violencia”), en el tomo V.
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Pienso que lo mejor que pueden hacer los partidos para reencontrarse
con los ciudadanos es hacer un ejercicio autocrítico de su actuación
gubernamental en general durante la década de los años ochenta, y a partir de
ello plantear nuevas iniciativas al país; frente a esta exigencia, están todavía
en deuda. En este cuadro, iniciativas pensando en favorecer a los sectores
más golpeados por la violencia, la población quechuahablante de zonas
rurales, los asháninka, y otros grupos, resulta imprescindible. Propongo
algunas ideas sobre este tema en la sección siguiente.
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Ver en el tomo VIII, el capítulo 1, “Explicando el conflicto armado interno”, p. 23-45,
dentro de la segunda parte del informe final, “Los factores que hicieron posible la
violencia”.
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Presenté de manera preliminar estas ideas en Tanaka, 2004. Esta discusión me
parece uno de los temas fundamentales que ha puesto sobre la mesa el informe de la
CVR, y no ha sido tomando en cuenta, obviamente, por los detractores del mismo,
pero tampoco por quienes lo respaldan. En general, tengo la impresión de que el
informe, lamentablemente ha sido poco leído, tanto por los que lo critican como por
aquellos que lo respaldan, siendo que cada cual lo evalúa desde sus propios prejuicios
y prenociones.
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Este tipo de lecturas van en sintonía con planteamientos de intelectuales como
Flores Galindo (1896) o Manrique (1986) en la década de los años ochenta.
15
“no todo el ámbito rural fue receptivo a la prédica y a las acciones de los
grupos alzados en armas. Las sociedades rurales con campesinos beneficiarios
de la reforma agraria (los valles de la costa peruana, la zona norte de
Cajamarca, el Valle Sagrado en Cusco) o espacios comunales con recursos y
alta integración al mercado (el valle del Mantaro, por ejemplo), tendieron a
mantenerse al margen de la violencia” (tomo I, sección primera, “Exposición
general del proceso”, capítulo 2, “El despliegue regional”, p. 79).
“Estos eran […] contextos rurales muy pobres con mayoría de población
quechuahablante y analfabeta, por lo cual nunca habían estado integrados a
través del voto en los procesos electorales. Eran zonas mal comunicadas con
los mercados, inmersas en sus propios problemas [subrayado mío],
desestabilizadas por antiguos conflictos de linderos o por el acceso
diferenciados a tierras y sometidas a situaciones de abuso de poder o del
ejercicio ilegitimo del poder” (íbid., p. 81).
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Ver especialmente en el tomo I, el capítulo 2, “El despliege regional”, dentro de la
sección primera, “Exposición general del proceso”; y también en el tomo IV, el capítulo
1, “La violencia en las regiones”, de la sección tercera, “Los escenarios de la violencia”.
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“De esta manera, a mediados de los años ochenta, cada vez más campesinos se
ven involucrados en la guerra. La noción de un campesinado atrapado entre
dos fuegos se ajusta cada vez menos a la realidad. Ahora son actores de la
guerra y la guerra campesina contra el Estado que había propagado el PCP-SL
concluyó, en muchos casos, en enfrentamientos entre los mismos campesinos
[subrayado mío]”28.
“En el centro-sur (…) Las comunidades fueron tildadas de ´zonas rojas´ y, dado
el resultado del conflicto armado, esta historia confiere un estigma vigente
hasta hoy (…) Además, si bien satanizar al PCP-SL es socialmente aceptado,
hay mucho menos espacio discursivo para hablar de por qué se apoyó a
Sendero. Hay un contrato ´Faustiano´ aquí: los campesinos centro-sureños
pueden ejercer influencia hoy si retrospectivamente adoptan el papel de
víctimas durante el conflicto armado interno. Cuanto menos se presenten como
protagonistas en ese entonces, más persuasivos serán sus reclamos frente al
Estado ahora. Así, la gran mayoría de los miembros de estas comunidades
intenta construir sus narrativas a una notable distancia de cualquier simpatía
por Sendero” (p. Theidon, 2004, p. 232).
afloraron diversos conflictos locales con un alto grado de violencia. Así por
ejemplo, cuando la CVR analiza “La violencia en las comunidades de
Lucanamarca, Sancos y Sacsamarca”, señala:
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Ver “La violencia en las comunidades de Lucanamarca, Sancos y Sacsamarca”
(apartado 2); también “Los casos de Chungui y de Oreja de Perro” (apartado 3), y “El
caso Uchuraccay” (apartado 4), todos del capítulo 2, “Historias representativas de la
violencia”, en el tomo V; ver también “La batalla de Puno, ya citado. En todos estos
casos se llama la atención de cómo se entrecruzó la dinámica del conflicto armado con
conflictos locales. En varios trabajos Kimberly Theidon ha mostrado este ángulo del
conflicto, cómo se trató de una violencia “entre prójimos”. Ver Theidon, 2004 y 2000.
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Ver en el tomo I, el capítulo 2, “El despliege regional”, dentro de la sección primera,
“Exposición general del proceso”; y el Tomo IV, que comprende el capítulo 1, “La
violencia en las regiones”, de la sección tercera, “Los escenarios de la violencia”,
especialmente las partes dedicadas a Lima y las zonas urbanas.
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37
Ver Remy, 2004.
38
Tanaka y Trivelli, 2002.
39
Ver Reátegui et.al., 2005.
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